La disciplina positiva es un estilo de crianza que tiene por objetivo enseñarle a los hijos e hijas a afrontar obstáculos, como también a entender sus emociones sin violencia y en base al respeto.
Antonio Labanda, psicólogo educativo, señaló a La Vanguardia que esta metodología pretende “conseguir que nuestro hijo sea una persona responsable, autónoma, decidida, resiliente, respetuosa, tolerante y empática. Para ello, debemos ser modelo y mostrarnos de esta misma forma”.
Por su parte María Soto, fonoaudióloga y especialista en esta metodología, indicó en su libro Educa bonito que, a diferencia de la crianza tradicional basada en el castigo y el premio, la disciplina positiva promueve “la educación sin condicionamientos”.
“La disciplina positiva enseña a los padres las herramientas para entender qué necesidades y motivaciones hay detrás de los comportamientos de los niños“, explicó en su libro.
En conversación con la revista ¡Hola!, la profesional contó que este estilo de crianza se fundamenta en las teorías del psiquiatra Alfred Adler, quien entendía que las dos primeras necesidades que tiene el ser humano son la pertenencia y la significancia.
“La base de esta metodología es que los niños aprendan a convivir con los demás (pertenencia) y que su vida tenga un sentido (significancia)”, detalló.
Confusiones y desafíos
La disciplina positiva no significa que los padres deben ser permisivos, dejar de establecer normas o no poner límites. Esto es algo en lo que muchos se confunden.
Esta metodología tiene como objetivo potenciar las capacidades de los niños y aumentar su autoconfianza. Pero los padres también tienen que ser firmes y poner límites, pues la ausencia de ellos puede afectar su futuro.
Respecto a lo anterior, la resolución de conflictos debe basarse en el respeto, por lo que los gritos, luchas de poder o cualquier acción que roce en lo violento está totalmente descartada.
El desafío aquí recae principalmente en los padres, quienes deben tener en cuenta que los niños entienden el mundo a través de las llamadas “neuronas espejo”.
“(Los niños) hacen suyas las emociones de su adulto de referencia. Si el adulto está calmado, da igual la situación en la que se encuentre, el niño va a contagiarse de esa emoción”, añadió Soto.
Silvia Álava, psicóloga educativa, señaló a La Vanguardia que otro detalle que puede confundir a algunos es la ausencia de castigo, la cual se reemplaza por una consecuencia. Esto, como una forma de entender sus actos.
“Con los castigos, partimos del hecho de que privamos de algo a los niños. A veces son muy largos, desproporcionados o sus consecuencias no tienen nada que ver con lo que ha ocurrido”, afirmó.
Por último, la psicóloga explicó que estas consecuencias deben ser lógicas, razonables y enfocadas en reparar el conflicto. Por ejemplo, si un niño grita o golpea, este debe entender que ha causado un dolor físico y emocional. También asegura que es muy importante enseñarles a pedir perdón.