Dormir en una cabina de metro y medio de altura y de ancho, en una cama de dos metros de largo es el nuevo concepto de “hotel cápsula” que llegó a Milán, la capital italiana de la moda en pleno auge turístico.
Dragan Kupresanin, un croata de 31 años que trabajaba en Dublín, quería probar la aventura con dos amigos.
¿Qué les atrajo? “La novedad, el estilo futurista, entrar en ese tipo de caja para dormir”, confiesa.
“Realmente me gustó. Este tipo de hoteles deberían desarrollarse en todo el mundo. Muchas personas evitan los albergues juveniles por el problema de privacidad (con literas), pero aquí la tienen garantizada”, explica.
Las ocho cápsulas están pegadas una al lado de la otra con un baño compartido. Las duchas se encuentran al final del pasillo.
Dentro de la cabina hay una cama de 90 cm por 2 metros con almohada y edredón, dos enchufes para cargar el teléfono o la computadora, una caja fuerte para guardar el propio bolso y una mesita de noche integrada. Todo por un precio que oscila entre 19 euros ($16 mil aproximadamente, con desayuno incluido) durante los períodos de menor actividad, y hasta 150 euros durante la Semana del Diseño.
Una idea japonesa
El concepto “nació en Japón, precisamente en Osaka, en 1979”, recuerda la blogger especializada en viajes, Agnese Sabatini.
Ese sistema de hospedaje “resuelve problemas” y se desarrolló rápidamente en las principales ciudades asiáticas, ya que lo pueden utilizar simples asalariados o empleados en trajes de corbata que desean disfrutar una velada. Pero también los desafortunados que perdieron el último tren para regresar a casa.
El concepto se ha extendido al resto del mundo. Primero en los aeropuertos, desde París a Moscú, pasando por Bangkok. Luego, gradualmente a ciudades como Singapur, Seúl o Bombay.
En Europa, fuera de los aeropuertos, los hoteles cápsulas son raros. Entre ellos figura City Hub de Amsterdam y el “Hotel cápsula Lucerna”, el primero abierto en Suiza a finales de 2018.
Milán es la primera ciudad italiana que inaugura ese concepto de hotel y el grupo italiano ZZZleepandGo y su filial Ostelzzz planean expandirse.
El grupo italiano se ha convertido en un pequeño imperio. A finales de este año desembarca en seis aeropuertos europeos a los que se agregarán rápidamente en 2020 Viena y cuatro de Brasil, incluido Rio de Janeiro, con los que se convierte en líder mundial, asegura su gerente general, Gianmaria Leto.
Además de estar presente en “cinco a seis aeropuertos más cada año”, el objetivo es “crear uno o dos hoteles cápsulas por año en los próximos cinco años en las principales ciudades europeas”, explicó.
No aptos para claustrofóbicos
Para Agnese Sabatini el único aspecto negativo de un hotel cápsula “es la sensación de encierro, la claustrofobia que puede desencadenar en algunas personas”, reconoce.
Pequeños, sin ventanas, como una nave espacial, ofrecen en cambio “privacidad, tarifas reducidas y la ciudad a la mano”, sostiene el editor del blog “Volveré B”.
“Los espacios pequeños no son un problema para los jóvenes”, sostiene.
“Lo que están pidiendo ahora es mayor tecnología”, como el check-in automático, pero también espacios comunes para reuniones, explica.
La elección de Milán para el primer hotel cápsula de Italia no es una casualidad. La capital financiera y de la moda está en pleno auge turístico desde la Exposición Universal de 2015, gracias a eventos como la moda, el diseño y su vida nocturna.
De 4,2 millones de visitantes en 2011, aumentó a 6,8 millones en 2018, de los cuales alrededor del 65% eran extranjeros, con un aumento de más del 60%.
En sólo septiembre pasado, Milán recibió a más de 700.000 turistas, un auge del 18% en un año. Entre ellos una creciente proporción de jóvenes.
“Antes había tres albergues juveniles, ahora hay 26. El crecimiento es notable”, subraya el director operativo de ZZZleepandGo, Fabio Rocchetti.
Sus hoteles son usados en un 25% por “residentes”, entre ellos estudiantes y trabajadores.
Como Mónica Vici, quien duerme en Ostelzzz mientras busca apartamento.
“Tienes privacidad en la habitación, pero también hay una cocina, conoces a mucha gente y el personal, todos menores de 40 años, ayudan”, explica la estudiante de 22 años mientras trabaja con su computadora en la moderna sala común.
Lo mismo dice Patricia Ann Wells, profesora de inglés de 48 años, quien pernocta allí tres noches a la semana por sus cursos.
“El ambiente es familiar, me siento como en casa”, reconoce.