Después de viajar varios años por el mundo, en el año 2000 me enamoré del sur de Chile, sus paisajes, sus gentes y sus costumbres. Armé una hostal en Puerto Varas y hoy cuando comparto mi tiempo entre mi natal Francia y mi adoptiva Chile, sigo viajando buscando lugares diferentes que me hagan vivir experiencias únicas, como por ejemplo la remota Mongolia, el país de la estepa infinita.
Este año cumplí mi sueño de conocer este enigmático país asiático gracias al sistema Workaway que ofrece alojamiento a cambio de trabajo sin remuneración. En mi caso trabajé como ayudante de cocina por dos meses en el Yeruu Lodge, un hotel situado a 300 kilómetros al norte de la capital, UlaanBaatar (Ulan Bator), cerca de la frontera con Rusia.
Para llegar a Mongolia primero viajé a Francia, desde donde tomé un vuelo a Ulan Bator con escala en Estámbul, Turquía. Después de 12 horas de vuelo matutino sobre infinitos espacios abierto de color blanco llegué al aeropuerto de Chinggis Khaan (Genghis Khan), un terminal nuevo y moderno, aunque pequeño, ubicado a 60 km de la capital.
El viaje en taxi desde el aeropuerto al centro de Ulan Bator demora alrededor de una hora, trayecto que se realiza por una carretera que atraviesa colinas deshabitadas donde prácticamente no hay nada alrededor, excepto caballos, ovejas y algunas yurtas, que en Mongolia se llaman ger. Primera sorpresa: el volante del conductor está a la derecha, pero en la ruta nos encontraremos con vehículos con el chofer a la izquierda.
Ulan Bator
Ingresando a Ulan Bator sorprenden las enormes columnas de humo blanco que salen de las chimeneas de una central térmica de carbón que suministra electricidad a la ciudad donde viven poco más de 1,5 millones de habitantes (casi la mitad de la población del país), de los cuales al menos 700 mil son familias nómadas que abandonaron los campos para probar suerte en el cemento de la capital. La migración continúa sin cesar debido principalmente al cambio climático que ha tenido un efecto devastador en la vida y en la economía nómada, habitantes muy visibles debido a que, a diferencia de los citadinos, viven en yurtas (ger) emplazadas en los suburbios.
Fundada en 1693, Ulan Bator es el centro de la vida política, económica y cultural de Mongolia. Sus calles son una mixtura de tradiciones. En el centro de la ciudad los templos budistas de estilo tibetano se mezclan con modernos edificios de vidrio y cemento. La oferta de museos donde se puede conocer la historia y la cultura del país es abundante, sobresaliendo el Museo Gengis Khan, donde se narra la historia completa de Mongolia, el Estado antiguo, la Gran Mongolia, el Imperio mongol, hasta la Mongolia moderna. Cerca de la plaza Sukhbaatar abundan bellos conjuntos de templos budistas, como el monasterio de Gandantegchinlin que destaca por su colosal estatua de Buda. Hoy en día, cientos de monjes viven allí.
En la ciudad hay una infinidad de pequeños restaurantes con cocina mongol, coreana, japonesa, china, turca e incluso francesa, donde es posible comer bien por 5 euros. La oferta de hoteles también es para todos los bolsillos, hay hoteles de lujo y hostales a precios muy razonables, desde 15 euros la habitación privada con baño.
Un lugar que me cautivó fue el Mercado de Narantuul, un sitio muy interesante conocido también bajo el nombre de “Mercado Negro”, en cuyas tiendas se puede conseguir casi de todo, por supuesto mucha ropa tradicional, botas, zapatos, mantas, telas, adornos, monturas y miles de productos importado de China. Es un laberinto donde es muy fácil perderse, pero con gusto.
Al trabajo en tren
Rápidamente dejo la capital atrás para trasladarme al lodge donde me esperaban los dueños del hotel. Mi primer destino es Orkhon, un pequeño pueblo de 3 mil habitantes situado a 50 km de Darkhan, el segundo centro industrial más grande de Mongolia después de Ulan Bator. El viaje lo hice en tren a través de la línea Transiberiana y me demoró unas 7 horas hasta el pueblo, distante a casi 50 km del lodge.
Viajar en tren por Mongolia es una experiencia alucinante. Al interior del convoy entras en una especie de trance debido a la inmensidad del paisaje y la fisonomía de la gente que me mira con asombro y con pequeñas sonrisas debido a que soy el único extranjero en el vagón.
Mis compañeros de viaje son lugareños que regresan a casa después de ir de compras a la capital o estudiantes que regresan a casa para visitar a sus familias. Pude charlar con dos de ellos en inglés y terminé el viaje con una invitación para ir a verlos si se da la oportunidad. Es importante considerar que todo el territorio mongol está habitado por 12 grupos étnicos diferentes, como los Kazakh, Torguud, Durvud y Bayad, que han convivido en armonía desde la antigüedad.
El tren salió a las 10 de la mañana y antes de llegar a Orkhon se detuvo en algunos pueblos. Cuando llegué a la estación el lugar estaba estaba oscuro, hacía frío y nevaba, pero afortunadamente me esperaba Eirick Gulsrud Johnsen, noruego, cofundador del hotel, que dispone de una veintena de gers para recibir a sus visitantes, en su gran mayoría extranjeros.
Mi trabajo consistirá en compartir recetas con un joven chef que viene de la capital. Como francés, ofrezco mi plato favorito: raatouille, además de tomates rellenos, buey bourguignon, dauphinois gratinado y buñuelos de calabacín… del otro lado probaré Buuz, el plato nacional de Mongolia; Khuushuur, un tipo de empanada o masa rellena muy popular; Tsuivan, un plato de fideos mongol; Khorkhog, un especie de barbacoa, y Chanasan Makh, un plato muy común en las familias nómades por ser calórico y de fácil preparación.
El lodge fue construido recientemente y gran parte de la fuerza laboral está compuesta por nómadas que viven en la zona. Uno de nuestros vecinos, que fabrica sus propio vodka, tiene caballos y le presta servicios de cabalgatas al lodge. El complejo, además, es autónomo eléctricamente debido a que posee paneles solares y toda el agua de la propiedad, que proviene de un pozo, se recicla después de su uso, al igual que los residuos de alimentos que se utiliza como abono para cultivar verduras, bayas y hierbas.
El restaurante ocupa un gran espacio y su carta de vinos incluye etiquetas chilenas que están guardadas en una preciosa bodega. El lodge también tiene un bistró equipado con dos hornos de leña exteriores, muy utilizado al final de la tarde por los huéspedes que regresan de sus actividades, entre las que se cuentan paseos a caballo, trekking, kayak, bicicleta de montaña y visitas a comunidades vecinas, incluida una familia Kazakh, una etnia afamada por la práctica de la caza de liebres con águilas doradas hábilmente entrenadas. La forma en que los cazadores Kazakh entrenan a sus águilas es fantástica y es admirable el vínculo que logra el maestro con estas magníficas aves que son capturadas de sus nidos en las grietas rocosas y viven por muchos años con las familias de los cazadores.
El mayor tiempo lo pasé en la cocina. Los mongol comen bastante… por el frío me imagino, así que cuando preparaba algunos platos y los porcionaba digamos que normal, mi jefe me repetía: ponle más, si no no les va a gustar. Traducir los nombres de los ingredientes desde el francés al inglés y desde el inglés al mongol y vice versa, también era una situación que pasaba con rapidez del estrés a la diversión. Los mongol son bastante risueños y cuando quieren demostrar su amistad y cariño siempre recurren a la comida y te están considerando. En el bar, me pidieron inventar un trago, les hice un cóctel con lo que encontré y lo llamaron Breaking Bad… Quedó en la carta.
El regreso
Después de dos meses de trabajo dejando buenos amigos que me esperan el próximo verano —como el vecino del lodge que hace las cabalgatas que quiere que el próximo año le ayude con los caballos— realicé un pequeño tour por Karakorum, la antigua capital de Mongolia en la época de Genghis Khan, el afamado y carismático caudillo mongol que levantó un imperio colosal a principio del 1200.
Ubicada en el hermoso valle del Orjón en Mongolia central, distante a 400 km de Ulan Bator, en Karaqorum se ubica el templo de Erdene Zuu, considerado como el más antiguo del país. El monasterio está rodeado por un magnífico e inmenso recinto fortificado blanco decorado a intervalos regulares con una estupa: 108 para ser exactos. En el lugar es posible visitar algunos templos, muy bien conservados y magníficamente decorados. La ciudad en sí no tiene nada de especial, pero los paisajes y las vistas de las colinas nevadas circundantes son sorprendentes. Mientras caminaba por un barrio de yurtas, tuve la suerte de ser invitado a cabalgar por una mujer que literalmente conversaba con su caballo atado al cerco.
Finalmente, regreso a Ulan Bator para comprar los últimos recuerdos en el Mercado Negro y tomar mi vuelo a Paris. Un par de días antes me encontré con el chef del lodge y sus amigas que me invitaron a un… karaoke al estilo mongol. Fue una experiencia muy divertida.
Todas estas demostraciones de afecto son una pequeña muestra de la hospitalidad inquebrantable de este pueblo, quizás sean estas las razones que me hagan volver a Mongolia más temprano que tarde.
Puedes ver la nota completa en el sitio web de la Revista Enfoque.