El Infierno o Inframundo es un lugar que es transversal en muchas culturas. Desde la mitología de civilizaciones antiguas hasta religiones actuales, en muchas creencias se describe la existencia de un sitio donde los humanos van a parar tras morir.
Por si no lo sabías, te contamos que a este lugar se puede ‘acceder’ desde algunos lugares en nuestro planeta… o sea, más o menos…
Hay varios lugares en distintos países que, por diferentes motivos, han recibido el apodo de “Puerta al Infierno”.
Aquí te mostramos algunos de los más famosos y te explicamos las razones que llevaron a que recibieran ese terrorífico nombre.
El Pozo de Darvaza, la ardiente Puerta al Infierno de Turkmenistán
Una de las “puertas al Infierno” más conocidas en la actualidad es el Pozo de Darvaza, que se ubica cerca de la pequeña localidad de Darvaza en el desierto de Karakum, en Turkmenistán (Asia Central).
La razón por la que recibió ese apodo es porque se trata de un gigantesco cráter ubicado en medio del desierto, el cual arde sin parar…desde 1971.
Con un diámetro de 68,8 metros y una profundidad de 29,8 metros, su interior se quema continuamente debido a que en el lugar hay una reserva de gas metano, informa el periódico británico Metro.
Contrario a lo que algunos podrían creer, el incendio no comenzó de manera accidental, sino que fue provocado intencionalmente.
Resulta que hace casi medio siglo, científicos estaban explorando el área en busca de petróleo, que es abundante en los alrededores de esa región. Al excavar en esa zona, la tierra cedió y se creó el pozo, desde donde empezó a salir el gas.
Preocupados por los efectos nocivos para la salud que podría provocar el metano, se les ocurrió prenderle fuego y dejarlo así hasta que se acabara el gas. Esperaban que las llamas duraran algunas semanas como máximo… Evidentemente, estaban equivocados.
Ahora, no se sabe cuándo se acabará el gas y dejará de arder.
Cráter de Batagaika, la Puerta al Infierno que crece sin parar
Otro lugar que en la actualidad es conocido como la Puerta al Infierno es el Cráter de Batagaika, que se ubica a pocos kilómetros de la localidad de Batagai, en la región rusa de Siberia.
Este cráter es una gigantesca estructura geológica que apareció hace casi tres décadas y, como en muchos otros casos, su existencia se debe a un error humano: años antes de que se formara, en la zona se taló una parte importante del bosque, lo que propició el hundimiento masivo de terreno.
Lo peor es que esta depresión, que ya mide 1 kilómetro de largo y tiene unos 90 metros de profundidad, no para de crecer… algo que también es culpa de la humanidad.
Debido al calentamiento global, el permafrost (la capa del suelo que está permanentemente congelada en los hemisferios) se está descongelando. A medida que ésta se deshiela en esa área de Siberia, la tierra se va soltando, permitiendo que el cráter se vaya expandiendo.
Se estima que cada año se hunden unos 20 metros de suelo, sin que nadie pueda detener su avance, según el periódico británico Independent.
Este no es el único caso de hundimiento de terreno que ha ocurrido en las últimas décadas debido al descongelamiento del permafrost y tampoco será el último, si es que el calentamiento global continúa su avance.
Al respecto, Julian Murton, geólogo de la Universidad de Sussex (Reino Unido), expresa al diario inglés que “a medida que suben las temperaturas, se va a incrementar el deshielo del permafrost y aumentará el desarrollo de este tipo de termokarst (superficies muy irregulares, con grandes cráteres). Van a haber más hundimientos y más barrancos, más erosión en el suelo”.
Asimismo, agrega que el deshielo no sólo es peligroso por este motivo, sino que además porque entre esa capa de la tierra se hallan atrapados peligrosos elementos, como gas metano.
De hecho, en febrero pasado científicos revelaron que descubrieron que hay gigantescas reservas de mercurio -metal líquido que puede ser letal para los humanos- atrapadas entre el permafrost del Ártico… el cual se está descongelando a una velocidad alarmante.
Puerta de Plutón, la letal entrada al Inframundo de los griegos y romanos
En la mitología griega y romana, el Inframundo era un lugar real y tangible que se ubicaba en el subsuelo y a donde iban a parar las almas de los humanos tras morir.
Como se trataba de un lugar real, por supuesto que también tenía algunas puertas tangibles por las cuales se podía entrar.
Ahora sabemos dónde se ubicaba una de esas puerta: en una cueva ubicada bajo el templo Plutonio, en honor al dios de la Muerte, Pluto, que se localizaba cerca de la ciudad de Hierápolis.
Esta cueva está en la actual Turquía y fue descubierta por un grupo de arqueólogos italianos en 2013. Ahora en 2018 se ha confirmado que se trataba de una de las entradas al infierno grecoromano… y también se sabe por qué.
Era una Puerta al Inframundo porque cualquiera que se acercara a la cueva, moría inmediatamente. Ello se debe a que desde esa abertura, se emite dióxido de carbono (CO2) en concentraciones altísimas, lo que resulta mortal para cualquier organismo vivo.
Específicamente, volcanólogos descubrieron que dentro de la cueva hay una concentración de 91% de CO2, según informó la cadena CNN.
Ya un 5% de concentración de CO2 en el ambiente es difícil de soportar para un humano. Los que más resisten apenas pueden aguantar hasta un 7%. Nadie es capaz de sobrevivir con 91%.
Xibalbá, el Inframundo que ponía duras pruebas a los Mayas
Al igual que las civilizaciones griega y romana, la cultura maya consideraba al Inframundo como un lugar real… y también tenía una puerta.
Para los mayas, el infierno se llamaba Xibalbá y para llegar hasta su puerta, había que superar una serie de difíciles pruebas. Todo eso se sabía por el Popol Vuh, un legendario libro sagrado de la mitología maya, pero hasta hace poco se desconocía exactamente dónde estaba ubicada esa famosa entrada.
Fue en 2008 cuando un grupo de arqueólogos descubrieron lo que se cree era la puerta al Xibalbá.
En Yucatán, al sureste de México y dónde también se halla Chichén Itza, hallaron una red de cuevas y cenotes (manantiales profundos que, según los mayas, guiaban a otros mundos, entre ellos el Xibalbá) en el subsuelo que se piensa eran para realizar los rituales para entrar al inframundo.
La puerta en sí tiene alrededor de un metro de altura por 50 o 60 centímetros de ancho, y está semioculta tras un portal natural cubierto de piedras labradas.
En los alrededores pudieron hallar restos humanos, cerámicas y esculturas. Una de ellas corresponde a un sacerdote con el tocado del dios de la Muerte, según describió en ese entonces Guillermo de Anda Alanís, director del proyecto, al diario español El País.
Los restos arqueológicos tienen unos 1.900 años de antigüedad, fecha de la que también datan otras estructuras maya en Yucatán.
Masaya, el volcán más temido por los indígenas nicaragüenses y los españoles
El volcán Masaya se ubica cerca de la ciudad homónima, que está al sur de Nicaragua y muy cerca de la capital de ese país, Managua.
Este gigante de fuego tiene cinco cráteres, uno de los cuales es llamado Santiago y es el único que está activo.
Cerca de la boca de ese cráter surge una laguna de lava que aparece y desaparece cada cierto tiempo, convirtiendo al Masaya en uno de los 3 únicos volcanes en el mundo que forman efusiones de magma en su cráter de manera periódica, de acuerdo al periódico peruano El Comercio.
El diario añade que este volcán fue apodado “la puerta al Infierno” por el fraile español Francisco de Bobadilla durante la colonización, quien se asustó tanto que dejó colgada una cruz a la orilla del cráter.
Mientras que otro fraile español, Fray Blas del Castillo, habría pensado que la lava era oro derretido y bajó colgado de una canasta para extraerlo… o al menos eso cuenta una leyenda.
Y estos religiosos no fueron los únicos que se aterrorizaron con el volcán: en 1670 y 1772 hubo dos grandes erupciones que espantaron a los conquistadores españoles. Esta última fue tan fuerte, que la lava llegó hasta donde actualmente se ubica el principal terminal aéreo del país, el aeropuerto Augusto C. Sandino, que está localizado cerca de Managua.
Antes que los españoles, los indígenas chorotegas ya habían aprendido a temerle al gigante, y solían realizar sacrificios humanos para calmar a la “bruja” que creían que vivía en el cráter, relata El Comercio.