Si hay un caso policial de Halloween que conmocionó a Estados Unidos, este estuvo relacionado con Ronald Clark O’Bryan, un hombre de 40 años que en 1974 asesinó a su propio hijo con un dulce envenenado en Noche de Brujas. El objetivo era cobrar dos pólizas de seguro por 30 mil dólares (21 millones de pesos).
Fue una noche de Halloween, hace 44 años, cuando O’Bryan salió a la calle junto con sus dos hijos, Timothy (8) y Elizabeth (5), a buscar dulces por su vecindario en Deer Park (Texas, EEUU). Los tres estuvieron acompañados por Jim Bates, vecino del lugar, y el hijo de este.
Según relata el sitio estadounidense Vice, la aventura iba bien hasta que el grupo se acercó a una casa que tenía las luces apagadas. Los niños golpearon por un minuto y, al ver que no había respuesta, decidieron ir hasta otra vivienda para seguir acumulando golosinas.
Los menores de edad fueron acompañados por Bates, mientras que el señor O’Bryan decidió quedarse en el lugar e intentar nuevamente conseguir caramelos. Luego de 10 minutos ocurrió algo que llamó la atención de todos.
Ronald Clark se reintegró al grupo con cuatro barras de caramelo ácido, en el lugar dijo que sí habían moradores en la casa y sólo se habían demorado en contestar. Los dulces fueron repartidos entre los hijos de los dos adultos y otro menor que era conocido de la iglesia (4 en total).
El recorrido había terminado y Timothy se fue a la cama con una de las barras de azúcar, su progenitor le había dado permiso para comerse sólo una golosina antes de dormir.
Según sostiene el citado medio, el pequeño se quejó ante su padre que el caramelo estaba demasiado ácido, por lo que el adulto procedió a colocar encima un poco de jugo para quitarle el mal sabor. Timothy murió una hora después de comerse la barra.
El caso fue tomado por el oficial de policía Mike Hinton, quien rápidamente se dirigió hasta el hospital donde fue trasladado el niño para interrogar a los padres sobre lo sucedido horas atrás.
Después de eso se comunicó con el forense Joseph A. Jachimczyk, quien le pidió consultar a la morgue sobre los olores que desprendía el cuerpo del pequeño.
Tras preguntar al lugar, Harris indicó a Jachimczyk que de la boca del menor surgía un aliento similar a almendras. La conclusión del experto fue clara: se trataba de cianuro.
La posterior autopsia al cuerpo de Timothy reveló que las conclusiones de los dos hombres eran correctas, por lo que se inició una investigación en todo el vecindario para averiguar quien había puesto veneno en las barras.
De acuerdo a una nota del diario New York Daily News, lo primero que llamó la atención de la policía fue que el envoltorio del caramelo, que había matado al niño, había sido sellado con corchetes para resguardar el contenido.
Afortunadamente, las autoridades lograron sacar de circulación los otros tres dulces en el vecindario, antes que fueran consumidos, por lo que ningún otro menor corrió riesgo de envenenamiento.
Mike Hinton pidió a Ronald O’Bryan que lo llevara hasta el domicilio donde había conseguido los dulces. De esta forma dieron con William Hobby P, un funcionario público que trabajaba en el aeropuerto de Houston.
Como era de esperarse, Hobby fue culpado por la policía del asesinato del menor, sin embargo, el hombre presentó una coartada que no tenía contraposición: Esa noche había estado trabajando en el terminal aéreo.
Por otra parte, su esposa e hija habían apagado las luces de la casa debido a que se les habían acabado los caramelos. Además, el testimonio de William fue corroborado por compañeros de trabajo y el registro de la empresa.
El caso quedó archivado por un mes, sin embargo, los detectives volvieron a contactar a Harris con un nuevo dato: habían descubierto que en enero de 1974 O’Bryan había contratado pólizas de seguro de vida para sus dos hijos por 10 mil dólares, las cuales amplió a 30 mil a mediados de ese año.
Pronto la policía descubrió que el hombre tenía deudas que alcanzaban los 100 mil dólares, a esto se sumaba que había cobrado el seguro el día después de la muerte de Timothy.
Una semana después se sumó otro testimonio, ya que un empleado de una compañía de productos químicos reconoció que O’Bryan había ido a consultar por porciones de cianuro, pero se había marchado al saber que sólo podía comprar 2,5 gramos.
Tras ser detenido y llevado a juicio bajo el cargo de homicidio, O’Bryan se declaró inocente y su abogado indicó que el crimen había sido obra de otros malhechores.
En ese tiempo, al no existir análisis de huellas dactilares, no fue posible probar que el sospechoso había tenido contacto con las barras de caramelo, por lo que él ocupaba la presunción de inocencia a favor.
Sin embargo, en el juicio hubo declaraciones que inculpaban a O’Bryan, básicamente por parte de familiares y compañeros de trabajo.
Finalmente, el 3 de junio de 1975 el jurado popular declaró al sospechoso como culpable de asesinato y cuatro intentos de homicidio. En ese momento fue condenado a pena de muerte por medio de la silla eléctrica.
Por nueve años la defensa intentó detener la ejecución de Ronald Clark, pero todos los recursos interpuestos fueron rechazados.
Finalmente, el hombre fue ejecutado el 31 de marzo de 1984. En la oportunidad la Corte Suprema de Estados Unidos indicó que el método a utilizar sería, en definitiva, la inyección letal.