Le decían “El Reagan” y fue el principal contador de uno de los mayores carteles de droga de la historia.
Hablamos de Guillermo Alejandro Pallomari González, un chileno que se convirtió en el jefe administrativo del despiadado Cartel de Cali, trabajando codo a codo con Miguel Rodríguez Orejuela, líder de la organización delictual junto a su hermano Gilberto.
Su figura volvió a la palestra, luego de que su historia fuera incluida en la tercera temporada de la serie de Netflix, Narcos, donde es interpretado por el actor español Javier Cámara.
De hecho, en el show nada hace sospechar que es chileno -pues su acento no lo sugiere-, hasta que en una escena donde la Administración para el Control de Drogas estadounidense (DEA) hace un allanamiento en su oficina, el personaje dice “cachai” y “concha de su madre”. Estas palabras son escuchadas por el agente Daniel Van Ness (Matt Whelan), quien se da cuenta que es de Chile, al identificar los modismos.
Aunque probablemente esto ni siquiera pasó así en la vida real, fue la forma que tuvo la producción para darnos cuenta del personaje.
El verdadero Pallomari nació en la comuna de María Elena en 1949 en la región de Antofagasta y hoy está bajo el programa de Protección de Testigos del gobierno de Estados Unidos, debido a que entregó información valiosa sobre el Cartel de Cali y el financiamiento de la campaña presidencial de Ernesto Samper, exmandatario colombianao acusado de recibir recursos de esta red de narcotráfico.
Michael Kenney, doctor en Ciencias Políticas de la Universidad de Florida y profesor de la Escuela de Asuntos Internacionales de la Universidad de Pittsburgh, dijo en la revista Transnational organized crime en 1999 que Palomari “declaró como el testigo estrella del gobierno en uno de los más importantes casos criminales jamás presentados en contra de una organización colombiana de venta de droga en Estados Unidos”.
Según recogió LUN, el académico reveló varios detalles de la declaración que hizo el chileno.
“Yo investigaba los casos judiciales relacionados con el Cartel de Cali. Estaba en Miami, trabajando en mi doctorado, y escarbé en algunos casos viejos. Los reporteros de la Corte se compadecieron de mí y decidieron darme acceso a los archivos del juicio Abbel-Moran. Estaba escribiendo un estudio sobre la estructura del narcotráfico colombiano, así que para mí fue como conseguir una mina de oro”, expresó el investigador estadounidense.
De acuerdo al relato, Pallomari llegó a Colombia en 1973 y no siempre trabajó para la organización delictual, antes fue funcionario del Banco Occidente de Cali y posteriormente de una empresa textil.
Luego, en 1982 fue contratado por los hermanos Miguel y Gilberto Rodríguez Orejuela como contador de la cadena de farmacias La Rebaja, donde creó un sistema computacional. Esta empresa fue usada para lavar dinero y según Kenney, Pallomari lo sabía.
“Una pregunta que me gustaría hacerle a Pallomari, si tuviera la oportunidad, es por qué empezó a trabajar para el lado ilegal del negocio de los Rodríguez Orejuela. Quizás necesitaba el dinero, quizás estaba halagado por la atención que recibió o quizás un poco de todas las anteriores. En algún grado, él tomó lo que se convirtió en una decisión de lealtad”, indicó el investigador.
Ya en 1990, Pallomari fue ascendido y se convirtió en el jefe administrativo de Miguel Rodríguez Orejuela, por lo que manejaba todas las finanzas del Cartel, manteniendo un trato estrecho con su patrón. Esto incluía hacerse cargos de sus cuentas bancarias, llevar registro de los sobornos a la policía colombiana y acompañarlo a reuniones importantes.
“Él no sólo sabía del lavado de dinero. Él estuvo en reuniones en las que se discutió el tráfico de drogas. Estaba familiarizado con detalles de las rutas de contrabando desde Colombia y eventualmente a Estados Unidos. Él sabía dónde estaban enterrados todos los cuerpos, podría decirse”, afirmó Kenney.
“Los hermanos Rodríguez Orejuela no sólo eran traficantes de droga. Eran legítimos hombres de negocios y tenían un número de compañías legales. Ellos podían acudir a ellas y tomar a la mejor gente, a la que consideraran buena para el negocio ilegal, a la que ellos sintieran que podía ser confiables, y llevarla al otro lado de la puerta”, reveló.
Pero en 1994 las cosas comenzaron a complicarse cuando su oficina fue allanada. Un maletín encontrado en la operación dio inicio al “Proceso 8.000”, que investigó los dineros entregados a políticos, especialmente a la campaña presidencial de Ernesto Samper.
Aunque fue amenazado por los miembros del cartel para que no colaborara con la policía, después de que confesara conocer a Miguel Rodríguez Orejuela, el chileno siguió adelante. Eso significó que el hijo de Miguel secuestrara a su mujer, la colombiana Gladys Patricia Cárdona y uno de sus trabajadores. Tras ello, Pallomari decidió viajar desde Cali a Bogotá con sus dos hijos y entregarse a la DEA.
Desde allá, Pallomari rogó para que liberaran a su mujer y al hombre, pero no le hicieron caso. Según Kenney, “el hijo (de Miguel Rodríguez Orejuela) lo trató de traidor y le dijo que los secuestros eran consecuencias por haber ignorado las órdenes” y le pidió que dejara de colaborar con la policía y la DEA si quería ver a su mujer de nuevo. Pero Palomari finalmente voló custodiado a Estados Unidos y su esposa fue asesinada mientras prestaba declaración.
Pagó un alto precio por su confesión
“(Pallomari) fue una rica fuente de inteligencia para la Policía Nacional de Colombia y para la DEA. Las fuerzas de seguridad usaron esa información para golpear al Cartel de Cali. Pallomari pagó un gran precio por eso”, expresó.
En su declaración, Palomari reveló que esta organización delictual llevaba mensualmente unas tres toneladas de cocaína a México -para luego pasarla a Estados Unidos- camufladas en aviones Boeing 727 que habían comprado en Colombia. Esto les generaba ganancias por unos 30 millones de dólares.
Ya en Estados Unidos, de acuerdo al Mercurio de Antofagasta, Pallomari reconoció haber creado la estrategia para financiar campañas políticas y que lavó unos 400 millones de dólares para el Cartel de Cali.
Aunque en primera instancia recibió una condena de 7 años de cárcel, ésta fue reducida considerablemente por su colaboración clave para desbaratar la organización de narcotráfico.
Sergio Pallomari, periodista antofagastino y primo de Guillermo, dijo al Mercurio de Antofagasta que dejó de saber de él en la década de los 60, cuando estaba viviendo en Tomé (Región del Bío Bío)
“Él es hijo de un hermano de mi padre, pero no hemos tenido mayor contacto, salvo después por las noticias que he tenido sobre sus trabajos en Colombia. No tengo claro donde estudió contabilidad y sólo hace unos años supe de sus nexos con el narcotráfico. Sin duda, su vida es un misterio para la familia”, expresó.
Hoy en día nadie sabe donde está Pallomari, sólo se sabe que tiene 67 años, cambió su nombre y está bajo el resguardo del programa de testigos protegidos de Estados Unidos.