
VER RESUMEN
Herramienta desarrollada por BioBioChile
Patricia Soto, junto a Cristina Prieto y Vivianne Cuq, se convirtieron en las primeras mujeres de Sudamérica en conquistar la cumbre del Monte Everest el 24 de mayo de 2001 con la expedición "Chilenas al Everest". La hazaña, lograda a los 30 años de Soto, fue resultado de autogestión y unión entre amigas. Con una infancia marcada por la naturaleza, su amor por la montaña la llevó a estudiar Trabajo Social en la PUC, donde descubrió su pasión por el montañismo. La preparación para el Everest se basó en subir el Cerro Aconcagua y la experiencia de Soto en montañismo. La expedición, organizada desde la autogestión, contó con el apoyo de Mauricio Purto como manager. A pesar de errores y discusiones en el ascenso, Soto fue la primera en la cumbre, seguida por sus compañeras. Tras regresar a Nepal en años posteriores, Soto reflexiona sobre la vida, la importancia de cometer errores y vivir plenamente.
El 24 de mayo, es un día inolvidable para Patricia Soto. A las 8:15 de la mañana, del 2001, la montañista nacional alcanzó la cima del Monte Everest, en compañía de Cristina Prieto y Vivianne Cuq, con quienes formaron la expedición “Chilenas al Everest”.
La hazaña les permitió ser las primeras mujeres en Sudamérica, en alcanzar los 8849 metros de altura sobre el nivel del mar, de la montaña ubicada en Nepal.
Patricia Soto, que subió el Everest a los 30 años, recuerda este hito como resultado de una iniciativa que nació desde la autogestión y que gracias a la unión de un grupo de amigas, se pudo concretar el sueño de escalar la montaña más grande del mundo.
En conversación con BioBioChile, la docente de la carrera de gestión de expediciones y ecoturismo de la Universidad San Sebastián (USS), habla sobre su propia filosofía de vida y algunos aspectos desconocidos de la travesía, que este año cumple 24 años.
El amor por la montaña
La infancia de Patricia, estuvo marcada por el contacto con la naturaleza, que se propició desde temprana edad, por el interés de sus padres de fomentar las salidas a terreno.
“Desde chiquitita, tuve mucha vida al aire libre. Por eso, los papás son claves -porque ellos- van modelando todo lo que nos va gustando a nosotros”, indica al comienzo de la entrevista.
El gancho que la involucró, sostiene, era que no había excusas para no salir.“Con mi papá siempre salía los fines de semana, aunque fuera a la plaza de la esquina”.
“Yo no tengo metido en mi cabeza esos temores, ‘¡una araña!’ [dice ¡paf!, como si fuera a matar una araña] y aplasto la araña. Mi mamá agarraba la araña pollito, se las colocaba en los brazos y no pasaba nada”, expresa Soto, refiriéndose a uno de sus primeros recuerdos infantiles.
Una vez que entró a estudiar Trabajo Social, en la Pontificia Universidad Católica de Chile, Soto, eligió un curso optativo relacionado con salidas a la montaña, una decisión que marcó su vida profesional y personal en los años venideros. “Me fascinó porque me sentí muy cómoda, que era un deporte que me iba bien, que me sentía cómoda, me gustaba el ambiente que se producía con la gente con la cual iba. Creo que montañismo me permitió vivir la universidad”, complementa.

“Yo me fui por la línea deportiva y eso me permitió compartir con gente de otras carreras y conocer distintos puntos de vista y distintas maneras de pensar. Pude conocer gente y eso a mí me encanta”, reflexiona Patricia.
“Después me di cuenta, que el montañismo te permite compartir con gente que a lo mejor en la ciudad tú jamás compartirías”, remarca a la presente redacción.
Sin embargo, hay un lado menos amable, recuerda Patricia, especialmente en un ambiente competitivo como la alta montaña. “Yo vengo de una escuela que amo y adoro, pero donde las tallas eran las mujeres entraban a montañismo para encontrar marido”, pormenoriza.
También la profesional ha visto gente que está con los dedos congelados, pero basta con que “alguien le tome la mano, la meta en la guatita y le caliente los dedos”, para recuperarse.
“En otras situaciones, he visto que algunas personas pasan al lado y dicen: ‘no te puedo ayudar, es que voy a la cumbre y no tengo tiempo’. Al final, en la montaña sale lo bueno y lo malo de cada persona. Entonces veo una competencia que no es sana, o sea, para mí nunca la cumbre será más importante que la vida de una persona”, señala.
La idea de escalar el Monte Everest
Dada su experiencia en la alta montaña, que involucra lograr el ascenso a las Siete Cumbres, que son las montañas más altas de cada continente, Patricia Soto describe que el factor humano, incide directamente en alcanzar la cima.
En ese sentido, la experta aclara, que en la cantidad de días, está la clave para mostrar la verdadera personalidad de los integrantes de un equipo.
“A medida que van pasando los días, después de una semana de expedición, yo creo que ahí, las caretas se empiezan a caer. Después de una semana, nadie es tan compuestito”, comenta a La Radio.
Por eso, también las amistades que se producen en la montaña son tan profundas, piensa Soto. “Puede ser una amistad duradera o puede ocurrir que reconoces: ‘ya que me caíste mal para el resto de mi vida’, porque llegas a conocer gente muy a fondo”, expresa.
“Hay personas que me llevo bien con ellas en la ciudad, pero nica voy con ellas a la montaña, porque sé que se van a quejar de todo”, cuenta riendo.
Sin duda, este problema no causó una rotura en el equipo que conformó la expedición al Monte Everest en el año 2001. Patricia relata a BioBioChile, que Vivianne Cuq y Laurance Bohn -que era cercana al grupo- tuvieron la idea de subir al Everest, luego vivir una experiencia límite. “Ellas tuvieron una experiencia en una montaña que se llama San Lorenzo, que está en la región de Aisén. Estuvieron en una cueva, en la nieve, aisladas, hubo un rescate, toda una serie de cosas. Y mientras estaban ahí, se dieron cuenta de que eran fuertes y que ante una situación en que podrían haber muerto, salieron vivas. Y salieron muy bien, entonces dijeron, ¿por qué no vamos al Everest?”, detalla.
“Nosotros estábamos preparados para la situación, en realidad, nos llevamos bien. Y justo trabajábamos todas en Azimut 360 [empresa que organiza expediciones] en esa época estamos hablando de los años 90”, explica Soto, donde fruto de la casualidad, no había muchas chilenas que trabajaran guiando en las montañas. Pero daba la casualidad “que estábamos todas metidas en esta empresa”, agrega Soto.
Si bien a finales de los 90, la disciplina se estaba abriendo a las mujeres, habían pocas referentes que pudieran decir que habían escalado como ellas, los 6961 metros de altura del Cerro Aconcagua.
Finalmente, la expedición estuvo compuesta por Patricia Soto, Cristina Prieto, Andrea Muñoz y Vivianne Cuq. Además, que iban tres integrantes masculinos, en la expedición chilena. “Hubo más mujeres que formaron parte de la preselección, pero se quedaron en el camino por diversas razones”, aclara Patricia.
De este modo, se fue conformando un grupo atípico -una palabra que repite en varias oportunidades- que difería de otras expediciones chilenas que escalaron el Everest, donde usualmente el grupo trabajaba para que el más fuerte llegará hasta arriba. “Aquí todas teníamos la mismas oportunidades”, puntualiza Soto. “El objetivo era que una de nosotras llegara a la cumbre”.
“Los siete miembros del equipo llegamos al último campamento”, complementa la montañista.
Así se prepararon las chilenas para conquistar el Monte Everest
Soto recalca que la expedición fue organizada desde la autogestión, siendo los integrantes de “los 7” -como señala- quienes debieron ultimar cada detalle de la expedición.
“Hoy en día, para subir el Everest, te puedes preparar en una cámara hiperbárica, que simula las condiciones atmosféricas de estar a 7000 a 8000 metros”, afirma Patricia a BBCL.
“¿Cuándo nosotros íbamos a hacer eso?”, cuenta riendo. “Varios de nosotros nos preparamos subiendo el Cerro Aconcagua, que llega a los 6960 metros de altura. Y de ahí te pegas el salto a los 8849 metros de altura del Everest, donde no sabías cómo tu cuerpo iba a reaccionar”, reflexiona.
“Hoy en día, la manera de subir el Monte Everest es muy distinta de la que yo tuve el 2001. Como también, la mía fue muy distinta de los que subieron en 1950. Son realidades distintas, ropa distinta, entonces para mí, no hay comparaciones”, recalca a nuestro medio.
“Fuimos un grupo medio atípico. Mientras unos se preparaban en el gimnasio o se meten en una cámara hiperbárica, nosotros nos preparabamos subiendo cerros”, revela la chilena. “Hacíamos una rutina de ejercicios, que nos preparaba mi exesposo, que ni siquiera era profesor de educación física, además de nadar en una piscina. Eso era el máximo entrenamiento, pero era más un descanso, porque pasamos mucho tiempo en la montaña”, añade.
El mejor entrenamiento es estar en la montaña. Es subir cerros y estar con clientes, porque tienes que hacerte cargo de todo, subraya Patricia Soto, recordando el tiempo en que trabajó como guía de montaña para Azimet 360.
“Nosotras trabajábamos en el cerro. No solo cocinabamos, subíamos cerros, armábamos carpas, manejábamos autos en esa época. Nosotras éramos multitarea”, indica.
“Por eso, desarrollamos una fortaleza tan especial, a mí, me mandaban sola al norte de Chile, manejando una camioneta 4×4, con tres clientes en la camioneta, subiendo varias montañas de 6000 metros de altura, sola”, recuerda Patricia. “De hecho, siempre me acuerdo de que me pasaba las bombas de gasolina en Iquique, me veían llegar a los pueblos, a mí o a mis colegas. Una mujer a cargo, una mujer cargando la camioneta, o sea, tú me ponías a cargar una camioneta. Estoy acostumbrada a manejar con los espejos de los costados, porque el retrovisor, estaba la camioneta tapada entera arriba con equipaje. Hacíamos mucho de eso, que aquí no era muy común”, sostiene.
Los últimos preparativos para la travesía
“Nosotras hicimos algo que en esa época tampoco era común. Nos dedicamos a buscar a alguien que nos financiara la expedición, un manager. Y ese manager fue Mauricio Purto. Era nuestro manager que veía las platas”, afirma Patricia, refiriéndose al rol que tuvo Purto, el destacado montañista, médico y documentalista, para solventar el viaje de las chilenas.
“Nosotras hablamos con varias personas y él fue el único que dijo: ‘Yo las ayudo chiquillas, yo les consigo la plata. Pero aún no me pueden pagar ni nada, si yo consigo más, esa diferencia es mía, ¿okay?’. Claro, todo hecho. Y lo hizo, fuimos y volvimos. Y me pagó algo que yo jamás habría podido pagar con mi bolsillo ni conseguirme por más contactos que hubiese tenido”, recuerda con agradecimiento. La docente aclara que cuestiones elementales, como la comida, tenían que comprarla en Chile y llevarla para Nepal.
Con relación a la decisión de aventurarse al Monte Everest, la montañista profundiza cómo vivió su círculo cercano, el viaje, al techo del mundo. “Yo creo que como muchas decisiones que he tomado en mi vida, no les di opción. Mis padres son mis grandes apoyadores. Mi hermano también es mi fan number one. Les quedó apoyar, pues si cuando uno ya es adulto, ya sabe en qué se mete”, menciona con una sonrisa.
“Creo que igual estaban cagados de susto, yo creo que no entendían muy bien lo que era el Everest. Con la cobertura de la prensa, recién se preguntaron donde andaba metida. Aunque nunca me transmitieron miedo. Ahora, yo creo que igual me gané un poco la confianza de ellos, porque yo hice harta montaña antes de ir al Everest”, alude Soto.
Viaje al Everest: Historia de una ida y una vuelta
La expedición tuvo una duración de 2 meses y 17 días, así lo recuerda Patricia Soto para BioBioChile. “Estábamos desconectadas, me acuerdo de que teníamos el computador en una carpa especial, en donde hacíamos turno para ir un ratito, que teníamos conexión para mandar un correo. Ese era todo lo que teníamos. Y un teléfono satelital que salía carísimo, entonces podíamos ocuparlo en momentos súper excepcionales. Entonces, mi familia no sabía nada de mí, yo tampoco sabía nada de ellos. Tendría noticias de ellos, una vez cada 15 días. Pero eso también hizo que nosotros tuviéramos concentrados en nuestra pega”, indica.
Con referencia al ascenso, la chilena no tiene problemas en admitir que “cometimos errores como expedición, tuvimos nuestras discusiones, algunas evitables, otras no, creo que las podríamos haber manejado de manera distinta”, explica convencida.
“Cuando hicimos la cumbre del Everest, teníamos cinco sherpas que nos tenían que ayudar. Aunque nunca caminé con el sherpa que debía llevar mi oxígeno. Al final, nunca me cambié la botella de oxígeno, le di a la cumbre nomás. En la montaña cada uno va a su ritmo, a veces, uno para a tomar agua. Mis compañeras pararon a cambiarse la botella de oxígeno y se quedaron más atrás. Yo como no la cambié, ni siquiera me di cuenta de que no la había cambiado, fui una pajarona total, yo iba en otra”, explica a BioBioChile.

“Y llegué arriba y pasé adelante, nomás se dio. No, incluso estuve esperando antes de llegar a la cumbre, porque yo soñé que estaba con mis compañeras en la cumbre. Y dije: ‘Pucha, las voy a esperar para que lleguemos juntas a la cumbre’. Pasó el tiempo y no venían. Y en eso, un amigo de otra expedición norteamericana, me ve, me reconoce, y me dice: ‘Pati, eh, qué feliz estoy, primera chilena en la cumbre del Everest, pero qué estás haciendo acá, ándate a la cumbre’. Yo le digo, ‘lo que pasa es que estoy esperando a las chiquillas’, no seas tonta, espéralas en la cumbre, me dice. Estaba medio tonta, porque igual no me andaba funcionando 100% el cerebro. Y esperé en la cumbre, como me dijo él. Pero estuve un rato esperando a las chiquillas, porque yo soñaba llegar a la cumbre con ella. Recuerdo cuando estoy en la cumbre que me puse a gritar a mi compañera que venía acercándose, ¡qué bien Cristina!,¡vamos!,¡tú puedes!. Y me hacen callar porque había gente que estaba rezando hacia la mezquita, los musulmanes, otros orando y querían el silencio y la paz de estar en la cumbre del Everest, pues yo desatinada me pongo a gritar. En el momento en que llegué a la cumbre, aparte de llorar y todo lo demás, se me acabó el oxígeno. Y eso hizo que también todo fuera más lento, bajé por mis propios méritos, pero el compañero que iba delante de mí, estaba atento a mis movimientos”.
“Y recuerdo cuando llegamos a la cumbre sur [al momento del descenso], ahí estaba el sherpa esperándome con la botella de oxígeno y yo me sentí como una muñeca inflable y que me inflaban así [Patricia dice ¡uyyy!] me recuperé al tiro”.
Patricia Soto, fue la primera mujer en llegar a la cumbre, luego se sumó su compañera, Cristina Prieto y finalmente, Vivianne Cuq, fue la tercera chilena en conseguir la hazaña. Mientras Andrea Muñoz, estaba en el campamento, porque tenía las costillas quebradas. “Eso es muy común, cuando uno hace un esfuerzo físico tan grande como este, te resfrías y te rompes las costillas por toser”, reconoce Patricia a BioBioChile.
Lo que pocos saben, es que Patricia volvió a Nepal, el país que la inmortalizó en la historia deportiva chilena. En ese tiempo, cuando escalaron el Everest, la coordinadora de la especialidad de Ambientes de Montaña de la USS, confiesa que “me habría gustado haber recorrido más Nepal, no haber solo subido el Everest y haberme venido. Después de años, volví por mi cuenta para hacer lo mismo. No me gustó a mí, la presión de tener auspiciadores. Me gusta ser más libre en la montaña, junté plata, me costó harto para ir por mi cuenta. Volví de nuevo a mis orígenes de subir montañas porque me gusta, no porque haya una retribución económica”.
En tanto, hoy sus compañeras de viaje, se encuentra cada una haciendo sus vidas. En la actualidad, Vivianne Cuq vive en Suiza, mientras Andrea Muñoz está casada y tiene hijos. Por último, Cristina Prieto -la segunda mujer en alcanzar la cima del Everest- es su actual vecina, por una feliz coincidencia. “La vi ser mamá, yo a su hija, la cuidé muchas veces”, cuenta Patricia.
La vida según Patricia Soto
Con 54 años, Patricia Soto, mira en retrospectiva de lo que ha sido su vida. Confiesa que se considera una ciudadana del mundo, debido a los miles de kilómetros que ha recorrido en cada uno de los siete continentes.
“Me siento habitante del planeta, estamos todos arriba dentro de una nave espacial. Que nos movemos para todos lados, a ti te tocó nacer allá, a mí acá. Descubrí que somos más iguales de lo que creemos. No veo las fronteras de los países. Lo veo más como una razón política y económica de orden, porque tenemos que ordenarnos”, afirma Soto, que también es cientista política.
“Yo creo que lo que más he aprendido, que lo aplico mucho, es que está bien cometer errores. Porque estamos en una sociedad que casi cometer un error es mal visto. Es normal equivocarse y hay que sacar una lección y un aprendizaje. A las personas no les gusta contar cuando uno se equivoca”, cree la montañista.

A propósito de cómo maneja la frustración en la alta montaña, Patricia Soto comenta su parecer sobre rectificar un error en la exigente disciplina, que practica desde su época universitaria. “Más que errores que haya cometido en la montaña, recuerdo a las montañas en que no hice cumbre. Esas fueron las montañas que más me enseñaron. El estudio que hago después, las razones de por qué fracasé y no llegué a esa cumbre. Hoy en día no necesariamente voy por la cumbre, porque que disfruto la caminata por la montaña y la compañía que está conmigo. Aunque a veces caminemos en silencio. Voy mirando las rocas, las piedras, el pajarito que se acerca, voy mirando las nubes. Voy muy entretenida tratando de absorber el momento. También a veces voy solucionando temas que tengo en la cabeza. Si tengo que tomar una decisión respecto a lo laboral o de lo que sea”, precisa Soto.
“Mi mensaje también es que vivan la vida, sé que también es medio cliché, pero a veces siento que la gente deja que la vida pase. Una de las razones por las cuales yo me fui al montañismo y no trabajo 100% en la oficina, fue cuando yo salí de Trabajo Social y trabajaba en una oficina y miraba por la ventana para afuera. Yo decía: ‘oh, que me estoy perdiendo. Hay un mundo afuera"”.
“Pero así de repente uno se queda como embobado con cosas y después, oh, se me fue el día, oh, se me fue la semana, o se me fue el año y después me doy cuenta que se me fue mi vida. ¿Y no hice lo que yo quería hacer?”, se pregunta.
“También pasaron cosas rápidas que no me di cuenta, los años no pasan en vano, creo que ahora me doy cuenta la importancia de hacer lo que uno quiere. Porque yo estoy en la etapa en que digo, ‘ahora voy’ porque si no lo hago ahora, no me voy a dar cuenta y tendré 90 años y ya no podré hacer nada de eso que quería”. Además, siempre la gente tiene una opinión de lo que uno hace, afirma entre risas. “Hay que despertar [pronuncia las palabras con énfasis, mientras se toca la sien con los dedos] por último tomar consciencia. Como les menciono a mis alumnos, cada uno tiene lo suyo”.
“Como digo siempre, la montaña es mi sala de clases”, afirma mientras ríe.