La vida de Graciela Arancibia (77) no fue la misma desde que esta chilena, nacida en Valparaíso, tuvo que dejar su hogar junto a su entonces marido, para empezar, de cero, en Suecia.
Era el año 1978 y “doña Chelita” como la conocen los chilenos residentes en el país escandinavo, formó parte de las primeras olas migratorias, que buscaron radicarse en tierras suecas.
Sin pertenecer a una organización política, Graciela estaba dedicada a la labor social, ejerciendo como profesora de francés en Limache, una comuna rural, ubicada en la Región de Valparaíso.
Con severas restricciones de poder trabajar en Chile, ella, su hijo pequeño y su marido, decidieron cambiar el rumbo de sus vidas, en un viaje sin retorno, que tuvo como destino Suecia, hace 47 años.
Suecia: el destino soñado por los chilenos
Con apenas 30 años y un hijo recién nacido, Graciela Arancibia relata a BioBioChile, que su familia eligió Suecia porque la nación, tenía como política hacia los extranjeros, no solicitar la visa de residencia, para poder trasladarse al territorio, ubicado a 13.387 kilómetros de Chile.
De esta manera, la docente que vivió en el cerro Los Placeres, en Valparaíso, debió cambiar el clima templado de la costa chilena por el frío invernal de Estocolmo.
En ese tiempo, Suecia era “el único país que no exigía tener la residencia, y al llegar, nosotros podíamos solicitar la residencia de refugiados en el aeropuerto”, expone de entrada Graciela, que habla con una excelente dicción, además, de mantener todavía el “acento chileno”.
Aunque a mucha gente la llevaban a un hotel de refugiados, Graciela Arancibia vivió los primeros meses en Suecia, en la casa de un amigo, que recibió a la joven familia.
“Mi marido y yo vivíamos en una pieza, pero como yo estaba acostumbrada a vivir en una casa propia, se me hizo muy difícil”, agrega a La Radio.
“Yo salía con mi marido todos los días a pedir una vivienda de segunda mano. Todo eso había que hacerlo en inglés y lógicamente, al principio, no sabíamos nada de sueco”, explica Arancibia.
“Entonces uno andaba con el diccionario y trataba de darse a entender como fuera. Al final, nos resultó conseguir un departamento de segunda mano, en una zona llena de inmigrantes”, recuerda.
La vida sueca narrada por una chilena
Consultada sobre su adaptación al país nórdico, la chilena admite que tuvo que esforzarse para salir adelante, en una sociedad que no estaba acostumbrada a recibir personas de otra nacionalidad.
“Nosotros llegamos cuando no habían imigrantes, en la calle nos miraban todos por tener la cabeza negra, era como ver un bicho raro”, confiesa Arancibia a BioBioChile.
“El sueco es muy frío, muy indiferente, ellos crían a los niños para ser independientes desde pequeños. Ellos no son cariñosos como los chilenos”.
“Yo creo que el clima te hace así”, reflexiona Arancibia.
Mientras el trámite de la residencia, se regularizaba, Graciela y su esposo, pudieron arrendar un hogar propio. Durante ese tiempo, el marido de Graciela trabajó haciendo aseo y fue incluso panadero, hasta que les otorgaron la residencia al transcurrir un año de su estadía en Suecia.
“Ahí fue que llegamos a ese lugar y a mi hijo le dieron la posibilidad de ser asistido por una niñera”, rememora Arancibia.
Graciela admite que el hecho le trajo desconfianza, pero después aceptó la ayuda brindada por el Estado sueco, para su hijo, que tenía meses de vida. “No quería a mi hijo en manos de gente extraña, pero felizmente, la cuidadora era ecuatoriana, así que hablábamos el mismo idioma”, puntualiza Arancibia.
Esta gestión derivó en que la pareja chilena debía cumplir una condición: aprender el idioma sueco en cuatro meses.
¿Cómo es la adaptación en Suecia?
La comunidad de chilenos en Suecia, es la mayor perteneciente a un país de América Latina. En la actualidad, hay más de 50.000 personas de origen chileno que viven en Suecia, muchos de ellos, hijos de chilenos que se quedaron para tener mejores oportunidades en la vida. Muchos, al igual que Graciela, empezaron, poco a poco, con trabajos debajo de su nivel de estudio.
“Siendo profesora, pensé que iba a tener más posibilidades, pero la verdad es que no”, puntualiza Arancibia a BBCL.
Asimismo, al cabo de 8 meses, después de recibir la residencia y el permiso de trabajo, Graciela pudo trabajar como parvularia, un trabajo que a pesar de tener un “sueldo bajísimo” le permitió aprender el idioma.
“Ahí aprendí de la mejor manera el sueco, que fue el trabajar con niños, porque los pequeños me corregían cada vez que yo decía algo mal. Después de un año, ya me desenvolvía sin intérprete”, detalla.
Por otra parte, la situación empezó a mejorar, cuando un día, Graciela Arancibia vio un aviso en que necesitaban un traductor de español, para una sección latina especializada en trabajar con refugiados.
“Yo me sentía feliz porque estaba haciendo una labor social, en ayudar a la gente que llegaba sin saber el idioma”, reconoce.
No obstante, el trabajo tuvo de dulce y agraz, según cuenta Arancibia, puesto que “muchas veces las personas no estaban de acuerdo con las autoridades cuando les traducía”.
“Fue un momento bastante duro para mí, porque a veces me agredían verbalmente”, reconoce la chilena a BioBioChile.
Mano dura frente a la inmigración
Con el paso de los años, desde que el gobierno del socialdemócrata Olof Palme, flexibilizó la llegada de inmigrantes en la década de los 70, muchos chilenos decidieron iniciar una nueva vida en Suecia.
Aunque ahora Suecia, que cuenta con dos millones de inmigrantes, equivalente a un 20% de su población, se encuentra implementando una batería de medidas para desincentivar la llegada de inmigrantes de Siria, Finlandia e Irak, desde que en 2016, se registró una oleada migratoria, sin precedentes, en el país nórdico.
Recordemos que en ese año, Suecia recibió 80.000 personas en el lapso de dos meses. Manne Gerell, profesor del Departamento de Criminología de la Universidad de Malmö, cree que “el aumento de la segregación, alimentado por la inmigración y las políticas de desregulación, ha hecho que las redes delictivas de los barrios desfavorecidos se fortalezcan”, expresó a Infobae.
En ese sentido, Graciela Arancibia, ha sido testigo de que “antes había muchas garantías sociales, pero desgraciadamente los inmigrantes, no solamente latinos, sino que de todas partes del mundo, han abusado”, indica a nuestro medio.
Entonces, la situación de una persona que llegó en mis tiempos, es totalmente diferente en 2024, reflexiona Arancibia.
“El médico es carísimo, la ayuda dental es mínima y realmente lo único que todavía se mantiene y que es una gran satisfacción para las familias, es la educación gratuita”, resume Arancibia.
¿El fin del sueño sueco?
En ciertas partes de Estocolmo, las pandillas provocan un grave problema de seguridad, recalca Arancibia.
“Ahora hay muchas peleas callejeras, hay mucha gente que usa armas. En Estocolmo es pan de cada día”, comenta Graciela, con un tono de aprensión, sobre los hechos protagonizados por pandillas. “En Gotemburgo y Malmö, que son ciudades grandes, ocurren matanzas todos los días”, complementa.
También la chilena cuenta que hay mucha pobreza, donde la gente “duerme debajo de los puentes”.
“A los 65 años, se jubila uno aquí, pero tuve que trabajar hasta los 72 años, porque llegué mayor a Suecia”, advierte Graciela.
“Pero uno vive bien, me alcanza para pagar mis cosas”, complementa. “Ya parezco más sueca que chilena”, relata Graciela.
“He vivido más de la mitad de mi vida en Suecia”, cuenta en tono nostálgico. “Mucha gente me conoce, me siento segura, ya que estoy totalmente integrada a esta sociedad”, concluye Arancibia.