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La abadía de Averbode en Bélgica se ha convertido en un punto clave para los exorcismos, con alrededor de mil solicitudes al año. El sacerdote Thierry Moser lidera un equipo en Bruselas que realiza cerca de 200 exorcismos anuales, con una creciente demanda. Aunque no hay cifras oficiales, se estima que el número de personas que acuden a esta práctica está en aumento en el país.

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La abadía de Averbode, ubicada en la región de Flandes, al noreste de Bélgica, se ha convertido en un punto clave para quienes buscan exorcismos. Kristof Smeyers, investigador de la Universidad Católica de Lovaina, estima que la abadía recibe alrededor de mil solicitudes al año. Un exponente es Thierry Moser.

Aunque no hay cifras oficiales sobre cuántas personas recurren a esta práctica en el país, el número parece estar en aumento.

Uno de los principales practicantes de esta tendencia es el sacerdote antes mencionado, graduado en psicología clínica y ordenado en 2009.

Moser trabaja en Bruselas, donde realiza cerca de 200 exorcismos anuales, siempre con dificultades para cubrir la creciente demanda. Según él, acuden personas de todos los sectores sociales, incluidos no católicos, en busca de ayuda.

En el barrio de Marolles, un área obrera de Bruselas, el religioso dirige su “ministerio de exorcismo” con un equipo de cinco personas, con la bendición de la jerarquía católica. “Nuestra primera preocupación es acoger a las personas sin juzgarlas”, afirma.

Entre quienes buscan exorcismos, algunos enfrentan problemas personales o profesionales, mientras que otros sufren fobias, pesadillas o síntomas físicos inexplicables como dolores o tinnitus.

Jacques Beckand, diácono entrenado en exorcismos en Lyon, se unió al equipo de Moser hace un año. “Siento que somos una especie de hospital de campaña para la Iglesia”, comenta Beckand, refiriéndose a los desafíos espirituales que enfrentan las personas.

Sin embargo, aclara: “No somos magos, no tenemos trucos ni fórmulas mágicas. Lo que hacemos es devolver a las personas a su relación con Dios”.

Relato de Thierry Moser

El exorcismo, una práctica presente desde los primeros días del cristianismo, cayó en desuso durante el siglo XX, pero resurgió con fuerza tras el estreno de la película “El exorcista” en 1973.

Según Smeyers, “inmediatamente después de que esa película llegó a los cines, hubo un súbito aumento en el número de personas que exigían exorcismos”. A este fenómeno se sumó el auge del televangelismo en los años 80, particularmente en Estados Unidos, con exorcismos transmitidos de manera espectacular.

En 2014, un año después de la elección del Papa Francisco, el Vaticano reconoció oficialmente a la Asociación Internacional de Exorcistas, lo que muchos expertos consideran como una bendición papal.

Hoy en día, la práctica está firmemente establecida en Bélgica, donde los obispos de las ocho diócesis católicas han designado a sacerdotes para ofrecer estas sesiones.

El equipo sigue un procedimiento riguroso en cada sesión. Todo comienza con una oración entre los oficiantes, quienes suelen trabajar en parejas. Luego, se integra a la persona que busca ayuda, a veces con cánticos incluidos.

El núcleo de la sesión es la lectura del ‘Rito de Exorcismo Mayor’, un texto solemne que solo puede proclamarse con el permiso de la jerarquía católica.

La creciente demanda en Bélgica muestra que, lejos de desaparecer, el exorcismo sigue siendo una práctica relevante para muchos creyentes en el país.