La Confederación Perú-Boliviana existió durante tres años en Sudamérica; un ambicioso proyecto imperialista al que Chile le puso fin en la Batalla de Yungay.
Con el fin de prolongar la grandeza del Imperio Inca y del Virreinato del Perú nace, en 1836, la Confederación Perú-Boliviana; un estado de carácter confederal que unió a Bolivia, el Estado Sud-Peruano y el Nor-Peruano. El atrevido y codicioso proyecto sólo pudo llevarse a cabo durante tres años, luego de que Chile frenara esta aspiración imperialista, logrando separar a dos países y unir internamente a otro.
Joaquín Fernández, historiador y académico de la Escuela de Historia de la Universidad Finis Terrae, conversó con BioBioChile y entregó detalles sobre la creación de esta confederación, el rol del gobierno chileno como principal opositor y los réditos que sacó nuestro país tras la separación del desconocido Estado Perú-Boliviano.
El sueño imperialista de Bolivia y Perú
Según relata Fernández, desde que ambos países se independizaron (Perú en 1824 y Bolivia en 1825), la idea de crear este estado confederal venía rondando entre las autoridades de las dos naciones. La influencia de las civilizaciones inca y tiahuanaco en los territorios del Altiplano fue enorme en tiempos prehispánicos y, a modo de reconstituir la grandeza de estas culturas, sumado a los réditos económicos y posiblemente expansionistas que traía consigo esta unión, en 1836, se abre el telón de la Confederación Perú-Boliviana al mando del mariscal Andrés de Santa Cruz.
A diferencia de un estado federal, el modus operandi de este esquema era que los tres estados que componían esta confederación tenían sus propias entidades políticas y sus respectivos gobiernos, siendo regidos superiormente por un denominado ‘protector’, en este caso, Santa Cruz, quien aprovechó la crisis peruana de 1835 y la poca credibilidad que había en el entonces gobernador peruano, Luis José de Orbegoso, y la posterior toma de poder del caudillo Felipe Salaverry.
“Santa Cruz había sido uno de los lugartenientes de Simón Bolívar durante las guerras de independencia y compartía este sentimiento bolivariano de revolución continental-independentista, por una parte, y de unificación de los nuevos estados nacientes. Además, tenía intenciones manifiestas de poder reconstituir la grandeza del imperio incaico y del virreinato peruano. No era un proyecto indigenista, sino que más bien identitario”, consigna el historiador nacional.
Pese a tener las minas de plata de Potosí (en Bolivia) como gran fuente de riqueza del virreinato peruano y el patrimonio de los principales puertos de ambos países (La Paz y Arica) como principal apuesta comercial, el docente de la Universidad Finis Terrae relata que “no fue fácil crear la confederación, ya que implicó una guerra civil, especialmente, en Perú”.
“Ciertas regiones altiplánicas de Perú, como Arequipa y Cusco, estaban muy interesadas en pelear contra la hegemonía de Lima y, por lo mismo, manifestaron su adhesión a la creación de esta confederación. Sin embargo, las autoridades y élites del norte peruano se mostraron reticentes a este proyecto, ya que lo entendían como una forma de perder poder. A día de hoy, siguen habiendo diferencias regionales muy fuertes en Perú”, recalca Fernández a la presente redacción.
Aunque los tres estados que componían la Confederación Perú-Boliviana tenían su propio gobierno, el presidente de cada entidad era elegido por el propio Santa Cruz, tal como la capital de este nuevo Estado, que correspondía a la ciudad donde él se encontrara, con el fin de evitar conflictos identitarios internos. Sumado a que el decreto oficial fijaba su mandato por diez años con derecho a reelección, estas acciones generaron profunda incomodidad entre sus compatriotas, quienes dudaban de las facultades del mariscal, que ya había sido presidente de ambos países y que poseía doble nacionalidad, al ser de padre peruano y madre boliviana.
Un malestar que traspasó fronteras y llegó hasta Chile, según cuenta el historiador: “Se vio con recelo esta unión por varios motivos. En primer lugar, en lo económico, ya que se encontraban impagas las deudas que tenía Perú con nuestro país tras las expediciones libertadoras. En segundo lugar, existían una serie de conflictos de tarifas entre los puertos chilenos y peruanos, por lo que dicha confederación reforzaba mucho los puertos de los países vecinos”.
“Por otro lado, existía el recelo de que esta unión significara la creación de un Estado poderoso que podía continuar su expansión por otras zonas de Sudamérica y esto quedó demostrado con el apoyo de Santa Cruz a los pipiolos chilenos -liderados por Ramón Freire- para tomar el poder, lo que generó un profundo malestar en el gobierno de la época, provocando que Diego Portales volviera a tener mucha injerencia entre los altos mandos”, detalla.
Manuel Bulnes y la Batalla de Yungay
Con Portales como ministro de Guerra y Marina, el rol político-militar de Chile en el fin de la Confederación Perú-Boliviana fue fundamental. El país se alió y dio apoyo al ejército restaurador de Perú, que quería volver a la unidad y romper con la hegemonía de Santa Cruz, incluso, el gobierno de Joaquín Prieto ordenó expediciones e hizo oficial su apoyo militar.
“Entre 1836 y 1837, una expedición dirigida por Manuel Blanco Encalada fue a Perú con intenciones militares. Después de una serie de combates, esta expedición llega a un acuerdo con Santa Cruz, el cual quedó registrado en el Tratado de Paucarpata. Una situación que generó indignación en el gobierno chileno”, explica Fernández.
Y es que el plan de Portales no era firmar la paz con Santa Cruz, sino que todo lo contrario, ya que el ministro nacional quería acabar con la Confederación de la manera más abrupta posible y así, impedir que ésta se consolide a nivel continental, evitando que se volviera a recrear el virreinato peruana, del que Chile siempre había sido dependiente. De esta forma, el país envía una segunda expedición más adelante, a cargo del militar Manuel Bulnes, entre 1837 y 1839. La guerra era un hecho.
“Esta expedición actuó en conjunto con los ‘restauradores’, entrando en un conflicto militar abierto y, luego de varias campañas, lograron la victoria en la famosa Batalla de Yungay, que tuvo lugar el 20 de enero de 1839 en la zona norte de Perú, provocando la derrota de Andrés de Santa Cruz y la posterior disolución de la Confederación. Un rol clave de Chile que contó con aliados y la intervención de tropas de la Confederación Argentina, que ayudaron a desgastar militarmente al ejército perú-boliviano”, desglosa el historiador.
Tras la victoria, las tropas chilenas se retiraron de Perú y ya derrotado políticamente, Santa Cruz huyó a Lima para después mudarse a Arequipa. Luego de ser capturado en Ecuador por Chile, tanto nuestro país como Bolivia y Perú tomaron la decisión de desterrarlo. Finalmente, murió en Francia en 1865.
Cabe consignar que el camino para conseguir la separación de la Confederación Perú-Boliviana también generó bastantes problemas en Chile y no sólo por la crisis interna que se vivía en el país por las marcadas diferencias políticas, que provocaron la muerte de Diego Portales en un motín en Quillota (1837), sino por la incertidumbre de la sociedad chilena de entrar en una guerra.
“Era visto como una acción militar impensada tanto para la opinión pública nacional como para las élites del país y el propio ejército, que aún contaba con su rama independentista, que no pretendía involucrar a Chile en una guerra”, recalca Fernández.
Pese a ello y gracias al triunfo, la apuesta funcionó y la derrota de Santa Cruz trajo impensados réditos para Chile.
Unidad nacional y el ‘Día del Roto Chileno’
El fin de la Confederación no sólo significó un profundo debilitamiento de Bolivia, quedando sumido en una serie de conflictos con Perú posteriormente, y la victoria chilena en la guerra comercial, sino que también permitió apaciguar (un poco) el clima de polarización que existía en el país.
“La guerra generó un cambio en la forma de ver el patriotismo entre los chilenos, adoptando nuevos símbolos nacionales como la canción de Yungay que derivó, más adelante, en el ‘Día del Roto Chileno’, incluso, nuevos héroes nacionales como el teniente Juan Lorenzo Colipí o la sargento Candelaria Pérez, quienes representaron a grupos que estaban al margen de la esfera público, como eran indígenas y mujeres”, cuenta el académico.
Mientras que en Bolivia y Perú se derrumbaba el sueño imperialista, en Chile, el pueblo se unió gracias a un profundo nacionalismo que benefició al país, siendo Manuel Bulnes la principal cara de de este cambio.
Y es que la popularidad de Bulnes fue tal que pasó a ser un verdadero héroe nacional en vida, teniendo el prestigio y poder político suficiente para acceder, en 1841, a la presidencia. A pesar de que se dudaba de su capacidad intelectual para dirigir a un país, el militar supo rodearse de excelentes y capacitados ministros (y colaboradores), pasando a ser un gobierno que, incluso, dejó como legado la expansión educacional y cultural.
“Su gran poder fue clave para el apaciguamiento de las pasiones políticas, poniéndole fin, por un tiempo, a las diferencias internas de ambos bandos”, cerró Joaquín Fernández.