Los vecinos escuchaban a menudo alaridos y gritos escalofriantes. Lo más sencillo hubiera sido culpar a las almas en pena del cementerio ubicado en el barrio. Pero la explicación del sonido nada tenía que ver con historias de terror tan transitadas. Esta era una con gatos y perros que se acercaban a comer en una casa bastante precaria, a medio construir. Y también con algunos otros que terminaban atados, famélicos o disecados al sol. Sin embargo, la peor suerte corrió para la madre y la tía del “hombre gato”, como se lo conoció en Argentina al israelí Gil Pereg (43).
A su progenitora la estranguló y la mató a golpes; a su otra pariente, la fulminó de tres balazos. Se encargó él mismo de atravesarlas con hierros oxidados de su insalubre predio y enterrarlas a pasos de su colchón.
Ante la prensa, tras quitarse las rastas, la barba desprolija y el cemento que usaba en la nuca para evitar bañarse, fingió preocupación por la desaparición de las dos mujeres más cercanas en su vida, que habían viajado a verlo exclusivamente desde Israel. Dijo que nada pasó en su predio y que aquellos ruidos eran todas fabulaciones de sus vecinos enojados. Ojalá lo hubieran sido.
El 7 de julio pasado, murió en Mendoza el israelí Gil Pereg dentro del pabellón psiquiátrico del hospital El Sauce, en la ciudad de Guaymallén, donde estaba recluido tras la condena a prisión perpetua por los asesinatos de su madre, Pyrhia Saroussy (63), y su tía, Lily Pereg (54), ocurridos en enero de 2019. Aparentemente, una descompensación derivada de su negativa a asearse y varios problemas de salud mental y física.
“Estaba con un deterioro progresivo de su cuerpo, yo lo veía mal desde hacía mucho por conductas de años con respecto a su higiene. Cuando me enteré, quedé shockeado porque no me lo esperaba tan joven”, expresó a BioBioChile el abogado Maximiliano Legrand, uno de los tres defensores de Pereg y quien tuvo acceso cercano con fluido diálogo en estos últimos cinco años.
Con parafrenia declarada, el apodado “hombre gato” maullaba en audiencias judiciales y estaba desnudo dentro de su celda. La defensa planteó que el acusado del doble homicidio era inimputable.
De hecho, desde Israel traía distintos antecedentes con un cuadro psicopático de base. En Argentina, un reconocido psiquiatra forense habló de licantropía. Pero, para la Justicia, Pereg fue consciente de sus actos criminales. Su historia dio la vuelta al mundo con fascinantes aristas a desandar aquí.
Su anagrama de Hitler, negocios turbios y alguien que lo supo amar
Nacido un 16 de abril de 1981 en Israel, Gil Pereg -o “Nicolás” como se hacía llamar para ser uno más entre los trasandinos- apareció en la prensa por sus aberrantes crímenes en 2019. Pero a Argentina había arribado casi una década antes. De profesión ingeniero, era un desertor del servicio militar en su país y arrastraba un historial con la ley por acoso y comportamiento indecente, según su abogado, derivado de su cuadro de paranoia, esquizofrenia y trastorno obsesivo compulsivo.
Llegó a escaparse desnudo y a ser internado en contra de su voluntad. No tenía buena relación con su madre, a pesar de su vínculo casi edípico. De su padre, nunca se supo nada.
En 2007, a los 26, el israelí sobrevoló el Atlántico y “huyó” directo a Argentina. Antes de que le saliera su radicación, cruzó unas cuatro veces por tierra a Chile.
Por azar, se estableció primero en San Martín, 40 kilómetros al este de la ciudad de Mendoza, donde abrió unas canchas de pádel y una casa de comidas frente a la plaza departamental. De dos metros de altura y con un look desgreñado, era un imán para la mirada pueblerina. Se hizo llamar Floda Reltih. Todos pensaban que era algo hebreo, pero no cuando lo decían al revés: Adolf Hitler.
En su primer predio deportivo, Floda Reltih dormía arriba de un auto viejo. Iba al gimnasio, algo de lo que nadie duda recordar por el olor nauseabundo que marcó a su paso. Para entonces, ya tenía denuncias por maltrato animal, pero no le impidió conocer el amor. Su novia llegó a declarar ante la Justicia en 2021, época en que lo juzgaban por los célebres crímenes.
“Salí con él unos siete meses. En ese momento era corpulento, tenía cinco teléfonos y tres autos. Contaba con mucho dinero que le enviaban del exterior”, manifestó la expareja del “hombre gato”.
Estaba molesta porque la citaban en una causa ajena a ella: “No tengo nada que ver”. Un vistazo a la foto de perfil de “Nicolás” Gil Pereg en Facebook lo deja claro. Era la misma mujer que había sido tapada con un rectángulo blanco al lado suyo.
Cuando los negocios empezaron a fallarle, Pereg emprendió otra huida. Se instaló en la calle Roca al 6079, frente al cementerio municipal de Guaymallén, a poca distancia de la capital de Mendoza. Era prácticamente un rancho con -otra vez- canchas de pádel y fútbol sin terminar, rodeado de perros y gatos callejeros.
Casi a la intemperie, con un colchón en el suelo y unos cuantos DVD porno para despuntar el vicio. Hasta repetía cada día la misma camiseta, bermuda y ojotas. Bañarse nunca fue una opción, así que usó rastas y una mezcla de barro y cemento sobre la nuca. Sin luz, gas ni agua potable.
Lo que nunca le faltó fue dinero. Muchos recuerdan a Pereg habitualmente en las “cuevas” -en la jerga argentina, las casas para cambiar moneda en el mercado negro- con pilas de dólares y pesos. Él decía que provenían de una de sus 20 sociedades, como la Axsis Sudamericana o la Intelcom Internacional.
Las creaba para librar cheques sin fondo y, al rato, las abandonaba. Figuraba en general como titular, mientras que a su madre la nombraba socia. Después de todo, era quien le mandaba dinero desde Israel para subsistir… en la indigencia. A Pereg lo demandaron varias veces por deudas con abogados y arquitectos, daños e impuestos impagos. Nunca le preocupó.
El dinero lo guardaba en una caja fuerte entre la basura de su precario predio, allí junto a los fierros con los que mutiló el cuerpo de su madre. Seguramente para protegerse de sus delirios, que iban desde “los espías del Mossad” a los monstruosos “Ghoulies”, Pereg llegó a adquirir 40 armas de manera legal y con licencia al día. Es decir, hubo un psiquiatra que alguna vez lo consideró apto para la tenencia. Entre ellas, la pistola calibre 38 con la que le propinó tres tiros a su tía.
La perra que atrapó al gato y un ensañamiento inexplicable
Era enero de 2019, la época donde el sol abrasa Mendoza. Pyrhia Saroussy, con domicilio en Israel, y su hermana Lily Pereg, desde Australia, habían llegado a la vecina ciudad argentina para saber sobre su hijo y sobrino, respectivamente. Estaba mal y necesitaba ayuda.
Tras alquilar un departamento en la calle España de la capital mendocina, la mañana del 12 de enero ambas mujeres salieron al encuentro de Gil Pereg en su caótico domicilio frente al cementerio de Guaymallén. Tomaron el bus, una cámara de seguridad las captó en su llegada, y eso fue lo último que se supo. Comenzó una búsqueda de paradero, de la que el propio Pereg participó en televisión. Ahora con otro aspecto, rapado, sin barro en la cabeza y más arreglado de lo habitual, recibió a los periodistas en su propia casa.
Luego de insistentes rastrillajes, Ruca, una perra de la Escuela de Adiestramiento Canino de Mendoza (Escam), dio con unos rastros hemáticos en unos ladrillos y bolsas del baldío de Pereg. Hicieron match con el ADN de las mujeres desaparecidas. Ya con la zona delimitada, la ovejera alemán marcó al cabo de unas horas el punto exacto del entierro de los cadáveres, en una habitación justo a pocos metros de donde Pereg posó para los fotógrafos.
Este periodista fue testigo de aquellas horas de búsqueda y excavación la tarde del sábado 26 de enero. El suelo estaba bien compactado. La maquinaria vial entraba y salía, ante la mirada de los vecinos que por fin comprobaban el origen de los alaridos. O de lo que realmente pasaba portón adentro con ese extranjero tan ermitaño.
Las pericias forenses confirmaron el ensañamiento de Pereg tras una discusión por dinero. Lily, la primera víctima fatal, recibió tres balazos en el pecho. Pyrhia, en tanto, peleó hasta su muerte: intentó defenderse, tal como evidenciaron las lesiones en sus brazos y manos, pero su hijo la estranguló y golpeó más. A los cuerpos, el homicida les introdujo hierros en las partes íntimas, al punto de perforar el tronco superior y la cabeza. Las cubrió con tierra, rocas y cemento y las decoró con escombros y vigas.
En paralelo, el ahora detenido Pereg advirtió que si no le dejaban regresar a su casa para “atender a los gatos y darles sus medicamentos”, iba a quitarse la vida. Su nueva vida tras las rejas apenas iniciaba.
Los maullidos, un ente demoníaco y su túnel directo a la muerte
La “transformación” de Gil Pereg en el “hombre gato” tuvo lugar en febrero de 2019, cuando aguardaba en la cárcel de San Felipe el proceso judicial en su contra. Desnudo, maullaba a diario y amenazaba con arañar a los agentes penitenciarios. Hacía sus necesidades en el suelo y escribía con ellas en las paredes. El video dejó al descubierto su costado salvaje.
“No hacía sus necesidades en su inodoro, ya que creía que unos monstruos, los Ghoulies, iban a salir. Esto habla de su divorcio de la realidad”, comentó su abogado Legrand, rememorando que Pereg nunca tuvo problemas con otros reclusos, sino que era incomprendido en su patología por parte de las autoridades. “De chiquito él contó que siempre fue fácil estar solo, en su habitación. Estaba solo permanentemente. Y en la celda repetía lo mismo, lo que se agravó con la paranoia”, explicó.
De todos modos, Pereg quería estar junto a sus “hijos” y no con “las criaturas de dos patas”, es decir, los humanos. “Necesito compañía. No puedo estar solo las 24 horas. No soy una persona, soy un gato y necesito estar acompañado por gatos, no por personas. Otra solución es mandarme al zoológico y ponerme en una jaula con todos mis gatos juntos. Son mis hijos”, dijo ante la Justicia en uno de sus intentos para expresar lo que pasaba en su mente.
En octubre de 2021, Gil Pereg hizo su debut en el juicio por jurado popular, respondiendo con maullidos a las preguntas. La jueza técnica Laura Guajardo le pidió que se comportara con decoro, pero recibió otro maullido. “Pido al jurado que no se dejen engatusar y que ladren más fuerte”, manifestó entonces el fiscal Fernando Guzzo, representante del Ministerio Público.
Uno de los debates fue en torno al informe del psiquiatra forense Mariano Castex, quien participó en la investigación por la muerte del fiscal Alberto Nisman en 2015. Entrevistó a Pereg tras las rejas y accedió no sólo a información ya volcada aquí sobre su juventud en Israel, sino que también a su conversión en felino. Confirmó los delirios crónicos de la parafrenia, así como otros aspectos como la megalomanía y hasta un complejo de Edipo.
El imputado nombró al señor Badjus, un gato gigante gris de unos 500 años que lo acompañaba todas las noches y que le avisaba sobre la presencia del diablo. Era el único en su delirio que le contestaba los maullidos. Ambos tenían enemigos: los Ghoulies, esos monstruos malvados que habitaban los agujeros de los baños.
Pereg mostró una estrecha relación simbiótica con su mamá, Pyrhia, pero con odio o rivalidad hacia su progenitor -ausente en su relato-. Se habló en su momento de que él quería tener un hijo con su madre en busca de esa pureza, sin cruzarse con “las criaturas de dos patas”.
Eso sí, el acusado siempre se refirió a su madre y su tía como si fueran de un pasado lejano, evitando el momento en que les arrebató la vida. Había intentado convencer a las partes que no comprendía la criminalidad de sus actos, pero el 3 de noviembre de 2021 fue condenado a prisión perpetua por los delitos de “homicidio agravado por el vínculo”, en el caso de su madre, y “homicidio agravado por el uso de arma de fuego”, en el de la tía.
Quedó internado en el hospital psiquiátrico de El Sauce. Sedado y solo como tanto deseó, estaba más tranquilo, pese a que los profesionales aún debían negociar su alimentación e higiene.
“Ha sido una cuestión muy trágica. Una persona con patología grave, víctima del prejuicio social, a pesar de que tuvo mucho apoyo en El Sauce y lo trataron como debió haber sido en su momento en San Felipe, donde lo torturaban”, aportó su abogado Legrand, quien lo visitó hasta el mes pasado.
“Se comprobó que Pereg era una persona psicótica por todos los psiquiatras y peritos de renombre, que no había delito, en un acto que objetivamente es abominable por supuesto. Al fin y al cabo era una persona perturbada, y su razón no es la misma que cualquier otra”, agregó el patrocinador.
Lo último que se supo del deterioro de Pereg fue en diciembre de 2023, cuando se montó un operativo para tratarlo por una insuficiencia venosa. Su nula higiene complicaba las cosas, y apenas accedía a tomar paliativos. No quería caminar ni salir a tomar aire. Era prácticamente un vegetal.
El pasado domingo por la noche, personal del pabellón psiquiátrico de El Sauce encontró a Pereg descompensado e inconsciente. Le practicó maniobras de reanimación durante casi una hora, sin éxito, y lo declaró muerto a los 43 años. El cuerpo del “hombre gato” fue enviado al Cuerpo Médico Forense para la necropsia, de la que aún se esperaban resultados. Legrand confirmó que familiares -tres hermanos en Israel y otro en Tailandia- se comunicaron para recuperar los restos, pero sin avances formales del trámite de defunción y traslado.
El “hombre gato” murió en su propia ley. Alguna vez le confió al psiquiatra forense sus planes para construir un túnel subterráneo que uniera su casa con el cementerio de enfrente: “Quería llegar a los muertos, sin que nadie nos moleste. Para mirarlos a los ojos. Para sentir el verdadero olor de la muerte”.