Antes de ser presidente, Juan Domingo Perón, organizó una red de espías para tratar de conseguir unos documentos claves pertenecientes al Ejército chileno. ¿Qué pasó con la misión?.
Las historias de espías suelen tener protagonistas que demuestran poseer inteligencia y táctica, lo que les permite adivinar el siguiente movimiento del enemigo. Eso al menos ocurre en la ficción. Sin embargo, en Chile, ocurrió un evento que pasó inadvertido y que contó con la participación de Juan Domingo Perón y un militar chileno caído en desgracia.
Este relato se remonta a marzo de 1936, cuando el mayor Juan Domingo Perón, que luego sería presidente de Argentina en tres ocasiones, llegó como agregado militar a la embajada trasandina en Chile.
Perón y la red de espías
Con rumbo a Santiago y a bordo de una voiturette, llegó Perón que en ese entonces tenía 41 años, para cumplir el trabajo de agregado militar, que en los espacios castrenses significaba una cosa: realizar actividades de espionaje. De esta forma lo define Adrián Pignatelli, quien escribió el libro El espía Juan Domingo Perón, ya que el funcionario militar se “dedica a ver y escuchar” en los círculos de poder.
Ahí, Perón que no venía solo, estuvo acompañado por su esposa Aurelia “Potota” Tizón, quien lo secundaba en las galas y actividades oficiales. Así el mayor empezaba a mirar con cuidado a sus pares chilenos para establecer conexiones y recopilar información para su país. Un asunto que iba a lograr con relativo éxito al principio, pero con pésimos resultados al final.
El escritor Ignacio Cloppet, recogió en una investigación, que durante los 27 meses en que estuvo en el país, estos fueron de absoluto provecho, ya que hizo nexos con el general del Ejército chileno Jorge Berguño y otras personalidades de la época.
Bajo su discurso, los testigos que trataron con él, cuentan que irradiaba magnetismo. Una habilidad que sabría explotar para la incipiente red de espionaje.
La búsqueda de los documentos secretos
De acuerdo con el periodista Adrián Pignatelli, el objetivo del militar argentino era elaborar informes para el ejército de su país y conseguir el plan de operaciones de Chile, que es el documento que revelaría la estrategia “del enemigo” en caso de guerra.
Si bien, el paso de Perón en Chile fue corto, el argentino no pasó desapercibido entre los chilenos. “Él tenía una personalidad muy avasalladora, lo que le permitió enseguida ser amigos de militares”, agregó el autor de su libro, en conversación con el programa Real Politik.
Con este propósito secreto, Juan Domingo empezó a fijarse en posibles reclutas, pero su intuición falló al elegir al peor candidato posible.
Para poder ejecutar su acción, venida desde los mandos superiores, Perón eligió a Carlos Leopoldo Haniez, un ex subteniente chileno que fue dado de baja de forma deshonrosa.
Pero, ¿qué había sucedido con Carlos? Según el relato del joven, el ejército lo había discriminado por ser de origen judío. Sin embargo, Haniez era un ludópata confeso, que acostumbraba a apostar a las carreras de caballos. Sus amigos cercanos y conocidos lo llamaban con el sobrenombre de “El Marqués”, recogió una publicación del medio Perfil.
Bastante apremiado por la falta de dinero, Haniez buscó darle acceso a Perón a documentos clasificados. Un hecho que le costaría realizar, porque tras su salida del Ejército, había dejado de frecuentar a sus compañeros de armas.
Con un plan entre manos, recordó que un teniente de 30 años, llamado Gerardo Ilabaca, podía servir de enlace al interior de la institución. El escenario parecía el ideal, ya que Ilabaca compartía su afición por la hípica, lo que podría significar que andaba en búsqueda de dinero y podría convencerlo para unirse al plan ideado por Perón.
Algo salió mal
El plan parecía perfecto, con un informante dispuesto a colaborar y un espía que haría el trabajo sucio, todo estaba en marcha, mientras Haniez se ganaba la confianza de Ilabaca. Era un win-win para todos.
Pero el plan se empezó a desbaratar como un castillo de naipes, puesto que Gerardo Ilabaca se dio cuenta que le pedían acceso a la caja fuerte del Estado Mayor del Ejército, la especialidad militar que vela por las operaciones tácticas en caso de guerra y el número de unidades involucradas en la operación.
Entonces viendo que era utilizado para llegar a dichos documentos, Ilabaca pone al corriente a sus superiores del plan orquestado por Perón, quien en enero de 1938, recibe la orden de volver a Buenos Aires.
Por esta razón, es reemplazado por Eduardo Lonardi, un capitán de artillería que debe monitorear la operación de inteligencia. “Yo le dejo todo listo para que usted abra las manos y los documentos le caigan”, le habría dicho Perón a Lonardi, según el testimonio de Mercedes Achával, la viuda de Lonardi.
Aunque el capitán, que expresó sus dudas sobre la misión, no sospechó que el plan para adquirir la documentación iba a fracasar por completo.
Según consigna La Tercera, el 2 de abril, los conspiradores caen en la operación que les había tendido el Ejército chileno y son detenidos en una redada, entre ellos Lonardi, que con una máquina fotográfica prestada por un comerciante de la United Artists intentaron sacarle fotos a los papeles en una oficina del pasaje Matte.
El enojo de Lonardi
Eduardo Lonardi que había sido sorprendido in fraganti, acusó que era idea de su antecesor. “El anterior Agregado Militar Argentino, señor Perón, voy a decirlo claramente para que no haya ninguna duda, me puso en contacto con el señor Haniez…”, recogió el medio Infobae sobre la causa.
El militar regresó enfermo a Buenos Aires, con una úlcera que le hizo perder diez kilos.
Pero el asunto no quedó ahí, porque la esposa de Lonardi, Mercedes Achával, fue a encarar al que sería el futuro presidente de Argentina: “Las mujeres no deben estar presentes cuando se discuten temas de Estado, porque siempre lo confunden todo”, reaccionó con molestia Perón.
De esta manera, una historia de espías, se transformó en una anécdota que los libros dejarán de ignorar.