Actualmente ya no es un tema tabú el que los sobrevivientes de la llamada “Tragedia de los Andes” tuvieron que alimentarse de los cuerpos de sus compañeros fallecidos para sobrevivir. No obstante, en los 70 sí lo fue e incluso hubo muchas personas que los juzgaron por ello, pese a la situación extrema que debieron experimentar.
“Entonces llegó ese momento en el que ya no teníamos alimentos”, dijo Pancho Delgado en la primera conferencia de prensa que dieron los sobrevivientes de la tragedia de los Andes ante más de seiscientos periodistas de todo el mundo, en Montevideo.
“Nosotros pensamos si Jesús en la Última Cena repartió su cuerpo y sangre a todos sus apóstoles, ahí nos estaba dando a entender que nosotros debemos hacer lo mismo (…)Y eso que fue una comunión íntima entre todos nosotros, fue lo que nos ayudó a subsistir”, añadió.
Esta declaración fue la única que hicieron sobre el tema y se selló por años un pacto de silencio tácito; también padres, madres y hermanos de todos ellos, respetaron esa decisión.
Ese testimonio fue el 28 de diciembre de 1972 –cinco días después del rescate–, pero el tema de la alimentación es el tópico sobre el que se le sigue preguntando a los sobrevivientes a cincuenta y un años de sucedido.
Lo que unos denominaron “tragedia” o “milagro”, comenzó un 12 de octubre de 1972 cuando un avión mediano sale de Montevideo con jóvenes uruguayos que iban a jugar al rugby en Santiago de Chile; más algunos amigos y familiares de los mismo.
El Fairchild 571-FAV se estrella en la Cordillera de los Andes donde mueren varios por el impacto o porque fueron despedidos del avión al partirse la cola; y unos heridos sobreviven unas horas nomás.
Esta historia se prolongó setenta y dos días en los que hubo una avalancha que mató a ocho personas más, y luego fallecen otros tres.
Cuando entre el 22 y 23 de diciembre llegan los rescatistas de Chile, sólo quedan dieciséis jóvenes vivos que tuvieron que sobrevivir a 4500 metros de altura soportando no sólo el frío de la cordillera de los Andes.
El magnetismo que genera esta historia es tal que lo demuestra el suceso mundial de La sociedad de la nieve, película del español Juan Antonio Bayona que se suma a tres filmes anteriores sobre el tema, nueve documentales y dieciocho libros.
Desde su reciente estreno en Netflix, La sociedad de la nieve se ubica primera en treinta y ocho países; y en otros ochenta y otros, entre las diez más vistas. Bayona, por supuesto, describe –sin morbo– la cuestión de la alimentación de carne humana.
“Nuestros padres creían que todos nos íbamos a volver locos, incluso nos pusieron un psicólogo para que nos analizaran (…), y entonces, entre quienes nos rodeaban, se formó un clima donde nadie se animó a preguntarnos nada”, relató hace unos años Adolfo Strauch en una entrevista con casi todos los sobrevivientes, que condujo el periodista Facundo Ponce de León en Canal 12 de (Uruguay.
“Igual que cualquier carne”
Como muestra del filme de Bayona, Adolfo, su hermano Eduardo y su primo Daniel, fueron quienes se ocuparon de elegir los cuerpos y cortar las raciones. De la hora y media que duró dicha entrevista, la alimentación fue “el tema”.
El paso del tiempo, el convertirse en padres y abuelos, los hizo hablar de esa cuestión de una manera como nunca antes lo habían hecho. Y la importancia que tuvieron sus hijos para que desanudar el tema.
“Un día, mi hija mayor tenía cinco o seis años, estaba jugando a la alfombra y de repente me dice: ‘¿Papi, qué gusto tiene la carne de gente?’ Le respondí que es que igual que cualquier carne”, contó Eduardo Strauch.
Una escena con uno de sus hijos le sucedió a Roberto Canessa. “Mi hija tenía cuatro años y un amiguito le dice sí sabía porque su papá se comió los amigos”, relata.
“Ella le contesta que sí porque ‘él me contó a mí cómo fue todo’”. Gustavo Zerbino fue otro de los sobrevivientes que presenció a su hijo Sebastián hablar del tema con un amigo “quien les preguntó qué comían en la cordillera, y mi hijo de 6 años, le dijo: ‘Estaban tan tan débiles que le pidieron prestados los músculos a sus amigos muertos para trepar la montaña’”.
Primeros donadores de órganos aceptados
En el mencionado reportaje grupal, Ponce de León incluyó a Raquel Arocena de Nicolich, madre de Tomás Nicolich, quien no sobrevivió. En las cartas que su hijo escribió en los días antes del alud que lo mató, habla de “la noche más horrible de su vida comparable al infierno del Dante”.
A ella, el tema “nunca no me ha chocado y eso es lo que hace que yo me sienta madre: sé que todos tienen un pedacito de mi hijo adentro”.
Por supuesto, esta mirada no borra en ellos lo que sintieron en la cordillera. “Hicimos como esa comunión pero después de esa situación terrible, estábamos exactamente en el mismo lugar, sometidos la humillación más grande de la vida: me sentí la última escoria humana cuando me tuve que comer un muerto”, señaló Canessa.
Por su parte Fernando “Nando” Parrado ubicó el interés que generó y aún genera el tema de la alimentación en que, por un lado, la prensa tiene que vender y este tema “es un título fantástico”. Y segundo: la tragedia de los Andes pasó cuando no existía como sí hoy, gente que deja por escrito la donación de sus órganos.
“Nosotros fuimos los primeros donadores de órganos aceptados y hechos en un pacto; hoy cuánta gente dona sangre, órganos.”, explicó.