El físico alemán Albert Einstein fue considerado una de las personas más inteligentes del mundo debido a sus aportes a la ciencia como la teoría general de la relatividad. Sin embargo, poco se habla de lo que sucedió con su cerebro tras su muerte en 1955, producto de una hemorragia interna.
La historia inició en el Hospital de Princeton de Nueva Jersey, en Estados Unidos, donde el ganador del premio Nobel falleció. La persona encargada de realizarle la autopsia al connotado científico fue el patólogo Thomas Harvey, quien sustrajo el órgano sin autorización.
Einstein no quería que se estudiara su cerebro ni su cuerpo. “Quiero ser incinerado para que la gente no venga a adorar mis huesos”, había dicho a su biógrafo. Pero Harvey se llevó el órgano de todos modos para estudiarlo, sin el consentimiento de Einstein ni de su familia. Y lo que es más controvertido aún: durante 45 años Harvey guardó la mayor parte del cerebro en un frasco.
Hoy día, casi setenta años después, el único lugar permanente para ver piezas del cerebro que cambió el mundo es el Museo Mütter de Filadelfia.
¿Cómo Thomas Harvey se llevó el cerebro de Albert Einstein?
Unos días después de la cremación de Einstein, su familia se enteró de que el cuerpo no estaba completo. Para entonces, Harvey se las arregló para solicitar una bendición reticente y retroactiva del hijo de Einstein, Hans Albert, con el fin de averiguar qué hacía que su mente fuera tan brillante, para publicar su hallazgo en breve.
Según reportó National Geographic, tras el suceso, Harvey no tardó en perder su trabajo en el hospital de Princeton y se llevó el cerebro a Filadelfia, donde lo cortó en 240 piezas y lo conservó en celoidina, una forma de celulosa dura y gomosa. Posteriormente, dividió los trozos en dos frascos y los almacenó en su sótano.
Pero ahí no termina la historia: en lo que probablemente constituya en el giro más extraño de esta, Harvey, después de que su esposa lo amenazara con deshacerse del cerebro, se lo llevó a Wichita, Kansas –donde trabajó como supervisor médico en un laboratorio de pruebas biológicas– y guardó el cerebro en una caja de sidra escondida bajo una nevera de cerveza.
Muestras del cerebro dentro de un frasco de mayonesa
Así, durante décadas, y a pesar de su promesa inicial, Harvey nunca publicó ningún artículo científico sobre el cerebro de Einstein. Y no fue hasta 1978, cuando el reportero Steven Levy investigó para el New Jersey Monthly y conoció a Harvey, cuando se supo qué había pasado con el cerebro.
Según reportan varios medios, Harvey, después de trocear el cerebro del célebre físico, envío a diferentes lugares partes de este. Y según informó la BBC, Harvey hasta llegó a enviar por correo cuatro muestras del cerebro, del tamaño de un terrón de azúcar, dentro de un tarro que solía contener mayonesa “Kraft Miracle Whip”.
Primer estudio 30 años después
No fue hasta el año 1985, cuando Harvey y sus colaboradores en California publicaron el primer estudio sobre el cerebro de Einstein. En él se afirmaba que tenía una proporción anormal de dos tipos de células, las neuronas y la glía. A este estudio le siguieron otros cinco, en los que se informaba de otras diferencias en células individuales o en estructuras concretas del cerebro de Einstein.
Sin embargo, los estudios fueron controvertidos y Terence Hines, profesor de psicología de la Universidad de Pace, los calificó de falsos. Hines, posteriormente, presentó un póster en la reunión anual de la Sociedad de Neurociencia Cognitiva en el que describía todos los defectos de cada uno de los seis estudios.
Años más tarde, en 1999, Harvey y sus colaboradores canadienses consiguieron que el cerebro de Einstein apareciera en una de las revistas médicas más prestigiosas, The Lancet. Basándose en una antigua fotografía del cerebro de Einstein, antes de ser cortado, los investigadores afirmaron que Einstein tenía un patrón de plegado anormal en partes de su lóbulo parietal, que es la parte que está vinculada a la capacidad matemática.
No obstante, una vez más, la comunidad científica no estaba convencida. Así, aunque los autores se apresuraron a relacionar estas supuestas diferencias con la destreza matemática de Einstein, el mismo Hines señaló, por ejemplo, que éste no era, de hecho, un gran matemático.
“Casi como una maldición”
“Hay una diferencia abismal entre un cerebro vivo y un cerebro muerto”, explicó, por su parte, Anna Dhody, conservadora del Instituto Mütter, que ahora alberga muestras del cerebro de Einstein, al Smithsonian Magazine.
“Un cerebro vivo tiene una cantidad infinita de cosas que se pueden estudiar y aprender. Lo que se puede aprender de un cerebro muerto es bastante limitado”, agregó.
Aunque las intenciones de Harvey al llevarse el cerebro pueden debatirse, lo que sí quedó claro es que su decisión en 1955 no tuvo un impacto especialmente positivo en su vida. Y es que, fuese cual fuese su interés –ya sea científico o un simple afán de fama–, ningún estudio sobre el cerebro de Einstein logró llegar a buen puerto. Es más, todo parece indicar que no tenía nada en especial.
“Es bastante obvio que ese cerebro era casi como una maldición para Harvey”, aseguró Dhody.