Leer sobre Miriam Rodríguez, es enterarse de una historia de heroísmo, valentía, hazaña, de investigación detectivesca (a nivel Hollywood) y de otros calificativos que se vienen a la mente, una vez se conocen los detalles.
Se trata de una mujer que vivió para sus hijos, sobre todo para Karen, a quien el Cartel de los Zetas en Tamaulipas, México, se la arrebató de forma cruel, según consta en el trabajo periodístico de Azam Ahmed, corresponsal para The New York Times.
Antes de iniciar su travesía, de las autoridades no esperaba mucho. Solo les pedía “Denme, de perdida (al menos), un número para pedir auxilio. Solamente les pido eso”.
Desde entonces, se volvió el estandarte de las madres que buscaban a sus hijos e hijas por todo México.
El secuestro de Karen Rodríguez
La familia Rodríguez estaba conformada por Miriam, su esposo y sus tres hijos, Azalea, Luis y Karen.
La mañana del 23 de enero del 2014, vieron sacudido su mundo cuando Karen se conducía en su vehículo y fue interceptada por dos camionetas que la obligaron a bajar, llevándosela en el acto, para luego pedir rescate por su vida. Se trata de los secuestros exprés que Los Zetas, antiguo brazo armado del Cartel del Golfo, realizaba para poder financiar sus operaciones y su guerra narco contra sus antiguos jefes.
Cuando Miriam recibió la llamada en la que les pedían el rescate, quedó devastada. Como propietaria de un negocio en el mercado de insumos vaqueros (sombreros, botas y otra indumentaria), se había convertido en blanco fácil junto a los suyos. Ahora solo quedan vestigios del puesto, abandonado después de la tragedia familiar.
Otras personas ya habían corrido la misma suerte en su natal San Fernando, en Tamaulipas, cerca de donde el Cartel Los Zetas asesinó en 2010 a 72 inmigrantes centroamericanos, en una de las más crueles matanzas registradas en la historia de México.
Los familiares de la joven de 20 años recibieron varias llamadas en las que les pedían fuertes cantidades de dinero para dejarla en libertad. Tuvieron que solicitar un crédito especial que-increíblemente-las financieras locales ofrecen a las familias a las que les han sido secuestrados seres queridos.
El papá de Karen tuvo que dejar el dinero en una zona aislada en las afueras de San Fernando, fronterizo con Texas. Hasta ese punto no estaba confirmado que Los Zetas estuvieran involucrados. Sin embargo, hubo un error en la operación de este cartel.
Karen fue llevada a una de las viviendas en las que permanecía en la semana junto a otros familiares. Ahí apareció el mecánico de la familia, quien iba a arreglar una camioneta. Entraron en pánico y lo capturaron a él también, pero al poco tiempo fue dejado libre. No era el objetivo de los captores. Se llevaron a la joven a un sitio entonces desconocido.
Su madre, quien tenía sospechas de que ellos podían estar involucrados, pidió hablar con uno de sus miembros, quien le aseguró que no fue su estructura la que planeó y ejecutó el secuestro. El sujeto le dijo que por 2 mil dólares podían colaborar para dar con ella. En su desesperación, Miriam accedió. En el intertanto, escuchó que en la radio que el sujeto portaba alguien lo llamó “Sama”.
Su esposo, días más tarde, entregó un nuevo pago. Nada. Quedaron de liberar a su hija cerca del panteón, pero nunca lo hicieron en medio de micropagos (a veces de 500 dólares, unos 390 mil pesos chilenos actuales) que los llenaban de esperanzas.
El contacto de Los Zetas dejó de contestar las llamadas. Los Rodríguez sabían, y sobre todo Miriam, que ellos estaban detrás de todo.
Miriam, separada de su esposo, se fue a vivir con Azalea, su hija mayor.
Una mañana, a varios meses de la desaparición de Karen, la mujer pronunció unas certeras y sentidas palabras. Bajo las escaleras dijo que sabía que su hija no iba a regresar, que estaba muerta y que no descansaría hasta que los culpables pagaran por su crimen. Sus hijos mayores aseguran que nunca la vieron más determinada.
Cazando, uno a uno, a 10 de los asesinos de Karen
“Sama” era el nombre del miembro del Cartel de Los Zetas que quedó bailando en la cabeza de Miriam, en medio del resignado dolor por la pérdida de su hija Karen. Resulta que la mujer buscó al mecánico que estuvo horas cautivo frente a la joven. Él le confirmó que el mismo hombre estaba metido en el secuestro de su hija.
Un día, acostada en el sofá, Miriam obtuvo una primera y robusta pista, peinando el perfil de Facebook de su hija, en busca de respuestas.
¡Bingo! Un tal “Sama”, apareció junto a una joven en una heladería de Victoria, a dos horas de San Fernando. Era el mismo sujeto con el que se reunió y quien le aseguró que no tenía nada que ver con el secuestro de Karen, pero que el mecánico reconoció en su breve cautiverio.
Durante varios días, la mujer memorizó los horarios de salida de la amiga del sujeto, hasta que este fue a buscarla. Los siguió hasta su domicilio. Tuvo que teñirse el pelo de rojo y colocarse un uniforme de funcionaria de salud (de bajo rango), con el que había laborado años atrás, para que Sama no la reconociera. Fue así como durante días estuvo “encuestando” la zona y obtuvo datos del hombre, de boca de sus familiares a quienes se ganó a punta de simpatía.
Con la información, fue a la policía. No le hicieron caso alguno. Un policía federal, quien accedió a ayudarla meses después, describe la hazaña de una mujer a la que el sistema le falló desde el principio.
Ella le mostró los archivos que reunió al estilo CSI: “Nunca había visto algo así. Había recurrido a todos los niveles de gobierno y le habían cerrado las puertas. Ayudarla a perseguir a la gente que se llevó a su hija me dio mucho gusto y mucho placer como servidor público”.
La policía fue tras Sama, pero no lo localizaron. No obstante, meses después, apareció en el negocio de los Rodríguez. Luis, el hijo de Miriam, alertó a su madre y lo encerraron hasta que llegaron las autoridades. El sujeto alegó que estaba enfermo del corazón, pero poco a poco y ante los policías fue revelando nombres de los involucrados. Cristian Zapata Gonzáles, fue uno de ellos. Posteriormente fue apresado.
Para sorpresa de las autoridades, solo tenía 18 años. Un narco joven, a simple vista un muchacho que no estaba en una vida tan delictiva y cruel, a la hora de desaparecer a sus víctimas.
“Tengo hambre”, les dijo. Miriam partió a buscarle comida. La misma mujer que sabía que le habían matado a su hija, alimentaba a uno de sus presuntos asesinos.
“Como quiera es un niño, no importa lo que haya hecho, y yo como quiera soy una mamá”, le dijo a uno de los agentes cuando este le preguntó qué había pasado por su mente para hacer tal cosa.
“Estoy dispuesto a llevarlos al rancho donde los mataron donde deberían estar enterrados todavía sus cuerpos”, dijo Cristian Zapata González. Resulta que no solo el cuerpo de Karen estaría en ese lugar. Había más víctimas de este cartel en una de sus acostumbradas fosas comunes.
A Miriam le dijeron que el cuerpo de Karen no estaba entre la veintena de restos encontrados en el sitio revelado por Zapata. La mujer, que no era del agrado de los uniformados, les completó de nuevo la tarea.
Un grupo de científicos encontró un fragmento de fémur que pertenecía a su hija, en el mismo sitio donde las autoridades dijeron que no estaban sus restos.
“No todos se llevaban bien con ella”, en palabras de Gloria Garza, una funcionaria estatal. “Pero uno respetaba la misión que tenía”.
Se hizo amiga de familiares de los asesinos
Zapata revelaba más y más nombres. Resulta que algunos de los involucrados (hombres y mujeres) ya estaban en prisión o tratando de redimirse con empleos dignos en otras ciudades. Unos, eran taxistas. Otros, vendedores de flores y hasta cristianos evangélicos que trataban dejar así su oscuro pasado de narcoasesinos.
De regreso de los interrogatorios, Miriam se detuvo a comer a un restaurante local. Allí estaba Elvia Yuliza Betancourt, una joven que conocía a su hija. Le preguntó cómo iba el caso. A Miriam le resultó desconcertante porque a esas alturas todos sabían los detalles. Averiguando sobre esta mujer, se enteró que tenía una relación sentimental con uno de los señalados por el asesinato de Karen, pero el sujeto había sido apresado por otro delito.
Como en el caso de la heladería de Victoria, la vigiló durante varios días y ató los nexos de Elvia con Los Zetas. La policía, por medio de la información de Miriam, descubrió que en la casa de la joven se hicieron llamadas para pedir el rescate de Karen. Fue apresada, acusada de complicidad en el secuestro. Miriam se sintió traicionada ya que la ayudó en su niñez con ropa y alimentos cuando la madre de Betancourt la dejó abandonada por irse a prostituir a otro pueblo.
Pero, esas alturas, no podía distraerse. Tenía en la mira a otros implicados. Uno de ellos era Enrique Yoel Rubio Flores, un cristiano que se había refugiado en la iglesia para huir de su accionar en Los Zetas.
En Aldama, un pequeño pueblo fronterizo, Miriam ingresó a la vivienda de Yoel, se hizo amiga de la abuela y hasta asistió a la iglesia para estar cerca del joven. La anciana le dijo que su nieto había hecho cosas malas, pero ahora era un hombre nuevo.
Un día, Miriam, llamó a la policía. Tenía a otro de los implicados de la boca de Zapata. La operación ocurrió dentro de la iglesia donde el sujeto buscaba el perdón. Un familiar de este le dijo a la mujer que tuviera clemencia. “¿Dónde estaba su compasión cuando mataron a mi hija?”, le respondió Miriam.
Dos más cayeron bajo el trabajo detectivesco de esta mujer. Una de ellas, una joven que se fue a trabajar como niñera en Victoria, cerca de San Fernando, Tamaulipas, a quien siguió por varios días en su camioneta. Anochecía hasta quedar sin batería en su vehículo, vigilando sus movimientos. Incluso, debía orinar en botellas para no perder ninguno de sus movimientos por la ciudad.
Otro de los sujetos apresados por la policía, era uno que vendía flores en el puente que colinda entre Texas y la frontera con México. Se puso un jockey en su melena teñida de rojo intenso y ajustó su abrigo para ir tras el habitual vendedor, quien esta vez estaba ofreciendo lentes de sol. No obstante, este la reconoció y corrió con todas sus fuerzas.
La mujer, de más de 50 años, lo alcanzó y desenfundó su arma, la cual sacó del abrigo. Esperó hasta que llegara la policía. Quedó bajo arresto como uno de los señalados del asesinato de Karen Rodríguez. La ubicación de este, fue proporcionada por una viuda que le había dado detalles de sus movimientos.
El asesinato de Miriam en el día de las madres
10 personas implicadas en el asesinato de Karen Rodríguez habían caído en manos de las autoridades, gracias al trabajo de investigación de una incansable madre, a quien el sistema le falló de múltiples formas hasta el día de su muerte.
En marzo del 2017, varios presos de la cárcel de Victoria se fugaron del recinto. Entre estos había integrantes del Cartel de Los Zetas, a los que Miriam se había enfrentado en memoria de su hija.
Cuando vigilaba a una de las implicadas en el asesinato, la mujer se había fracturado el pie. El 10 de mayo, día de las madres, su lento caminar a la entrada de su casa fueron los últimos segundos de vida.
3 sujetos descendieron de una camioneta. Eran parte de los prófugos que fueron a saldar cuentas contra la mujer. 13 impactos de bala acabaron con Miriam. Su esposo la encontró a la entrada de la casa, sujetando una bolsa y el arma que la acompañaba en sus investigaciones y que esta vez no pudo desenfundar para defenderse.
Su trágica muerte y su incansable trabajo en vida, para lograr la captura de los asesinos de su hija la ha convertido en un estandarte de la lucha que libran miles de familias en Tamaulipas. Su hijo Luis se hace cargo de la fundación que su madre llevaba a cuestas para ayudar a familiares de secuestrados por los carteles. Sin embargo, lo hace con los reparos que la vida le enseñó, luego de perder a su hermana y a su mamá.
“No voy a cometer los mismos errores que mi mamá”, aseguró.
Aun así, 3 meses después del asesinato de su madre, varios sujetos fueron detenidos en conexión con el mismo. Además, escarbando en sus archivos de investigación, la policía dio con pistas para apresar a otra implicada en el secuestro de Karen.
Se trata de una mujer que vivía en Veracruz y trabajaba como taxista. Al momento de su captura ya era madre de una niña pequeña, pero en su oscuro pasado, la involucran en la escena del crimen. Según los detalles, cuando el cuerpo de Karen estaba colgado, aún con vida, esta la golpeaba salvajemente y sin ningún remordimiento, cuál saco de boxeo.
Hasta el día de su muerte, Miriam vivió para apresar a los asesinos de su hija Karen. Sus palabras, al sentir cerca la muerte, pesan en la mente y en el corazón de sus hijos.
Su cuerpo, según consta en el reportaje de The New York Times, yace enterrado a 30 metros del de su hija Karen, para quien vivió y murió hasta su ultimo día: el día de las madres.
“No me importa si me matan. Me morí el día que mataron a mi hija”.