El pueblo yagán es considerado el más austral del mundo. Durante milenios han habitado el extremo sur del continente americano, específicamente el Cabo de Hornos. En la actualidad, 94 personas forman parte de la agrupación Comunidad Indígena Yagán de Bahía Mejillones y la mayoría de sus miembros viven en Villa Ukika, ubicada en Isla Navarino (Región de Magallanes y Antártica Chilena).
Una alianza entre investigadores del Centro de Investigación Dinámica de Ecosistemas Marinos de Altas Latitudes (IDEAL) de la Universidad Austral de Chile (UACh) y el Museo Antropológico Martín Gusinde permitió sortear algunas de las dificultades de investigar bajo restricciones sanitarias.
Haciendo uso de un enfoque sociomaterial, la antropóloga Macarena Libuy, el historiador Dr. Alberto Harambour y la arqueóloga Karina Rodríguez, liderados por el investigador Dr. Gustavo Blanco, llevaron a cabo un estudio que examinó cómo la amenaza del COVID-19, sumado a los efectos de la colonización, se convierten en parte de un debate sociohistórico más amplio sobre el derecho de los pueblos costeros a sus maritorios.
La investigación publicada en Maritime Studies –una de las revistas más reconocidas de ciencias sociales y humanidades, dedicada al estudio de la relación entre los pueblos y el mar– se centró en analizar de qué manera el virus ha afectado a la población de Puerto Williams y, en particular, a la Comunidad Yagán de Bahía Mejillones.
El trabajo considera una revisión histórica que da cuenta cómo, al igual que otros pueblos colonizados, el pueblo yagán ha sido diezmado y sufrido el contagio de numerosas enfermedades en sucesivos encuentros con europeos. A ello se suma, a mediados del siglo XX, la trasformación radical de las formas de vida producto de la sedentarización forzada por parte del Estado chileno.
“En términos generales, el desarrollo de la pandemia en el mundo mostró la particular vulnerabilidad que pueden tener grupos sociales y comunidades originarias. El colonialismo es también una historia de encuentros con enfermedades que ha traído una serie de consecuencias negativas y ha conllevado a la afectación de estos grupos”, asegura el Dr. Blanco.
“Paradójicamente, nuestros resultados sugieren que el COVID-19 se ha convertido en parte de un proceso de revitalización étnica, en una conversación al interior de estas familias, que se suma a otras iniciativas y abre posibilidades para que los clanes yagán hagan posible algunos de sus futuros previstos”, agrega.
El investigador afirma que es necesario reconocer que hay elementos del proceso de colonización que han incidido en la forma en que las comunidades indígenas han enfrentado la pandemia. Por ejemplo, la navegación les permitía estar alejados en las islas. Desde esa perspectiva, para efectos de la sobrevivencia de la población, los procesos de confinamiento en misiones y estancias fue un proceso muy perjudicial.
“En Chile no existe suficiente información respecto de la situación de los pueblos originarios durante la pandemia; ni cifras sanitarias o epidemiológicas específicas, como tampoco datos en relación a su situación social, económica o cultural. Por ello nos parece relevante poder aportar en la visibilización y comprensión de estas problemáticas, esperando poder incidir en el debate respecto a las políticas públicas que son necesarias para proteger a estos grupos. Como nos señaló la líder de la comunidad yagán: proteger sus vidas es proteger su cultura”, asegura la antropóloga Macarena Libuy.
“A pesar del COVID-19, la comunidad yagán ha podido organizarse. Son un pueblo vivo que está en un proceso de revitalización étnica. La amenaza de la pandemia los ha fortalecido y han logrado transformarla en desafíos. Además, demostraron ser generosos puesto que extendieron sus preocupaciones en torno al virus al resto de los habitantes de Puerto Williams para que todos estuvieran seguros”, concluye el Dr. Blanco.