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(Artículo 04 del Código Procesal Penal)
En mayo de 2015 el Estado Islámico de Irak dinamitó la prisión de Tadmur, un centro penitenciario marcado por el horror en su trato a quienes estaban encerrados allí. Torturas, ejecuciones y condiciones de vida infrahumanas fueron pan de cada día en ese recinto ubicado en los desiertos del este de Siria, a 200 kilómetros de Damasco.
Sus estructuras fueron construidas originalmente en 1930, como cuarteles militares de las fuerzas bajo el mandato francés, claro que fue entre 1971 y 2000, durante los 30 años del Gobierno de Hafez al Assad, que la prisión fue testigo de los horrores más impensados.
Y si bien fue cerrada en 2001, una década más tarde se reabrió con 350 presos políticos, por lo que en 2015 no solo se cerró sino que se destruyó.
En un reportaje realizado por la BBC, y en informe de 2001 de Amnistía Internacional, el escritor palestino Salmeh Kaileh, quien estuvo preso allí por dos años desde 1998 al 2000, comentó que “es totalmente injusto decirle prisión. En una prisión tienes derechos básicos, pero en Tadmur no tienes nada. Sólo te queda el miedo y el horror“.
Desde la década del 70, se comenzó a encerrar a manifestantes que pertenecían a un movimiento de oposición al Gobierno, liderados por los Hermanos Musulmanes y varios partidos laicos, y que exigían representación política y el Estado de Derecho.
A principios de los 80, miles de partidarios de los grupos izquierdistas e islamistas fueron arrestados, torturados y ejecutados. Otros lograron salir a los tres o cuatro años y otros permanecieron hasta por dos décadas.
La prisión se construyó como un edificio circular, para que las celdas pudieran ser vigiladas en todo momento por los guardias. Tenía siete unidades con entre 40 y 50 dormitorios y otras 39 celdas más pequeñas.
Claro que cuando había algún castigo peor, se ocupaban 19 celdas subterráneas para confinamiento en solitario.
En el día a día, los presos no podían levantar la cabeza, mirar el techo o mirarse entre ellos. “No vi los ojos de ninguno de los presos y ninguno de ellos vio los míos hasta después de salir de prisión. El contacto visual estaba absolutamente prohibido”, comentó el escritor sirio Yassin Haj Saleh en su artículo El Camino a Tadmur, donde narra su experiencia en prisión entre 1995 y 1996.
Era a través del color de las botas de los guardias que identificaban quiénes eran. El poeta sirio Faraj Bayrakdar, señalaba: “El guardia con botas negras era amable, pero el que tenía botas verdes era despiadado“.
Apenas llegaban nuevos presos, éstos debían someterse a una “fiesta de recepción” que consistía en una serie de torturas iniciales. Los guardías partían azotándolos desde que llegaban en autobús. Luego les revisaban la ropa y los obligaban a meterse en una llanta de auto. También los golpeaban entre 200 y 400 veces en los pies, escribió un exprisionero sirio.
Una vez dentro, otras torturas incluían palizas, extracción de ojos, extremidades rotas, dedos machacados, tanto así que algunas solo pensaban en que les llegara un disparo y así acabar con el sufrimiento diario.
“Todo el mundo estaba en mal estado, las piernas les sangraban y estaban cubiertas de heridas, también otras partes de sus cuerpos. Algunos de los prisioneros murieron durante la fiesta de recepción“, comentó.
Los carceleros tenían permiso para todo, tanto así que a veces humillaban y torturaban por aburrimiento. “Una noche, el guardia, mirando desde la ventana del techo, ordenó mover todas las zapatillas del dormitorio, que sumaban un centenar“. Kaileh sólo podía ocupar la boca para esto, por lo que estuvo toda la noche despierto.
Tampoco existía asistencia médica, y cada vez que había algún problema con prisioneros, que ya estaban moribundos, los guardias decían: “Sólo llamen para recoger los cuerpos”.
“Tadmur era un reino de muerte y locura. El hecho de que existiera tal lugar es una vergüenza, no sólo sobre los sirios, sino de toda la humanidad“, aseguró Bayrakdar.
Cabe señalar que cuando el Estado Islámico tomó control del recinto, publicó horrorosas imágenes de su interior. Las que nadie había visto, además de los guardias y detenidos sobrevivientes.
Su destrucción supuso el fin de décadas de torturas, sin embargo, muchos querían que se mantuviera así para que no se olvidara la brutalidad con que fueron tratados cientos de presos políticos.
Yassin Haj Saleh, expresó en Facebook lo que muchos pensaban sobre su paso por Tadmur: “Soñé que iba a visitarla un día. Esta visita podría redimirme, sería como un cierre, pero la destrucción de la prisión que era símbolo de nuestra esclavitud, es la destrucción de nuestra libertad“.
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