Ahondar en esta historia, de principio a fin, deja un hueco en el estómago o a donde quiera que la emoción tenga una representación ante los hechos que se desencadenaron, desolando a una familia y sobre todo a un padre que clama por justicia.
Era la primera mañana del año nuevo, en 1994, cuando Martín Mestre se despertó con un comienzo abrupto. El Sol en su cara lo levantó de golpe. La luz de la entrada seguía encendida. Al llegar a la pieza de su hija se dio cuenta que esta no volvió. Todo lo que se venía era la pesadilla después del agitado despertar.
Horas antes, su hija Nancy Mariana Mestre (18 años) se despedía de su familia desde la puerta de su casa. Estaba en compañía del hombre con quien salía en ese entonces, Jaime Saade. Su padre los acompañó a la puerta, pidiéndole a ella que regresara a las 03:00 horas. A él le hizo un pedido mayormente especial: “Cuídamela”.
Martín salió a las calles de Barranquilla, Colombia, para recorrer las discotecas de la ciudad camino al domicilio de Jaime. Al periódico El País, al que relató su historia, le confesó que pensaba, en medio de su búsqueda, en que no quería retar a Nancy. Todo su deseo era encontrarla sana y salva. Nada en el trayecto. Al llegar al inmueble encontró la escena que sería un inicio de un mal presagio.
La madre de Jaime Saade limpiaba la casa. Todo estaba tirado en el suelo que, además, estaba mojado.
“Su hija ha tenido un accidente. Está en la Clínica del Caribe”, le dijo la mujer, quien vivía en el departamento contiguo al de su hijo. Este no estaba en el sitio.
En medio de su desesperación Martín Mestre acudió al referido hospital. En la entrada estaba el padre de Jaime Saade. Se conocían solo de vista. El hombre le pronunció una estruendosa frase: “Su hija intentó suicidarse”.
Mestre reconoció, al momento de la entrevista, que es un suceso que le cuesta revivir.
“Tengo todo fresco en la cabeza, marco un botón y reprogramo el chip”. La pesadilla apenas iniciaba.
Adiós a la “Nena linda de papá” y la desaparición de su presunto verdugo
Durante más de una semana, tras enterarse de lo ocurrido a Nancy, su padre, madre y hermano mayor (de 22 años) estuvieron saliendo y entrando de la clínica, esperando un milagro.
Al cabo de ocho días vino la noticia de los médicos. El disparo en la sien causó un daño fatal. La joven iba a morir.
“Entramos y le cantamos canciones de cuando chiquita: ‘Nena linda de papá’ (la tarareó en su relato). Hasta que el corazón dejó de dibujar rayas en la máquina y sonó el pitado (sonido final)”.
Los Mestre sufrían la peor pérdida, pero: ¿dónde estaba Jaime Saade?
Se esfumó la misma madrugada de los hechos. Se supo después que fue su familia quien trasladó a Nancy a la Clínica del Caribe. Comenzaba entonces la búsqueda incesante de un padre a quien no le cuadraban las afirmaciones de un suicidio.
El caso comenzó a investigarse a fondo, en ausencia de un principal sospechoso para los Mestre, y empezaron a salir a la luz detalles escalofriantes.
Entre estos, por ejemplo, que el cuerpo de Nancy presentaba golpes en los brazos, en los muslos, violencia en la zona vaginal y restos de piel en sus uñas, como si se hubiese defendido de una agresión.
Además de su sangre, encontraron la de una tercera persona. No coincidía con la de ella o la de Jaime. Así se estableció que hubo alguien más en la escena.
Sumado a lo anterior, se encontraron rastros de pólvora en la mano izquierda de la joven, pero el disparo lo tenía en el lado derecho de la sien. Un trayecto imposible, desde un punto de vista suicida, por obvias razones.
El juicio se instaló en ausencia de Saade. Se determinó que Nancy Mestre fue violada y asesinada, quedando sin efecto la aseveración de su victimario, de un suicidio. En ausencia, este fue condenado a 27 años de cárcel por la violación y asesinato de Nancy Mestre Vargas.
La búsqueda detectivesca de un padre
Con la condena, en ausencia de Saade, la Interpol emitió una alerta de captura internacional contra el sujeto, pero nadie sabía dónde estaba desde la madrugada cuando Nancy cayó de un disparo en la sien.
Entonces, Martín, miembro de la Armada colombiana, inició un curso de inteligencia. No era por servicio a la Patria. Perfeccionaba una labor de búsqueda contra el sujeto que le arrebató a su “Nena linda de papá”.
Una de las etapas de su plan dio inicio cuando, usando perfiles falsos de Facebook, se hizo pasar por dos hombres y dos mujeres, con apellidos árabes (como Saade), con quienes estableció “amistad”. Los usuarios creados eran, supuestamente de Aracataca, provincia natal de los padres del victimario.
Fue un largo proceso, de más de 20 años, que parecía no haber rendido frutos, hasta que llegaron las primeras palabras clave, en medio de la paciencia de un padre con sed de justicia, que surtió efecto.
Con la ayuda de dos coroneles, Mestre comenzó a desmenuzar términos como “Samaria”, recabados de las conversaciones con gente afín al entorno de la familia del prófugo. Llegaron a la conclusión de que la palabra tenía que ver con Santa Marta, zona turística del caribe colombiano.
Poco a poco se fueron atando más cabos en la investigación extrajudicial. La otra palabra a hilar: “Belo Horizonte”. A Martín y sus ayudantes les hizo sentido que Jaime Saade hubiese huido a Brasil. Y acertaron.
Con todos los datos proporcionados por Mestre vino después una operación de la Interpol para capturar a Saade en la también turística Bello Horizonte.
26 años habían pasado cuando se desarrollaba el operativo de captura. Para ese entonces, Jaime estaba casado y tenía dos hijos. Había intentado dejar en el pasado la noche en la que no cumplió el encargo del padre de Nancy para que la cuidara.
Al momento de la aprehensión, Jaime Saade no existía en los registros civiles brasileños. El sujeto se hacía llamar Henrique Dos Santos Abdala. Con su foto en mano, agentes de la Interpol le dieron seguimiento y tomaron muestras de ADN en un bar donde este había estado una noche. Así fue como dieron con el nuevo paradero del hombre que mezcló un apellido brasileño con otro árabe para su nueva identidad.
Cuando los Mestre supieron de la captura, se abrazaron y lloraron de forma virtual. Martin y la madre de Nancy se habían separado. La mujer vive en España y el hijo de ambos en Estados Unidos. La esperanza de justicia los volvió a unir después de continuar sus vidas separadas tras la tragedia.
El padre de la víctima también se volvió a casar, pero nunca se fue de Barranquilla, ni olvidó la búsqueda de justicia.
El revés de la CSJ de Brasil
Todo parecía indicar que la extradición de Jaime Saade, o de Henrique Dos Santos Abdala, estaba próxima. Sin embargo, la Corte Suprema brasileña, atendiendo la solicitud desde Colombia, asestó un duro revés a la familia Mestre.
En una votación, en la que se supone participarían cinco jueces, se dispusieron a votar 4 de estos, porque un quinto estaba con licencia. De esa ausencia vino lo contraproducente. Dos de los juristas votaron a favor y dos en contra de la petición.
Un empate como ese, en la jurisprudencia brasileña, favorece al imputado. Martín Mestre no lo podía creer.
“Buscaron la suerte del asesino de mi hija como si fuera un partido de fútbol. Lloré mucho, yo he llorado mucho por este caso, pero no he tenido tiempo de hacer el duelo, siempre investigando, pero no me canso, jamás desfalleceré”, declaró el padre que no quiere rendirse después de casi 30 años de una búsqueda incesante.
El abogado de la familia de Nancy, quien los asesora desde territorio brasileño, señala la irregularidad.
“Decidió con el empate, pero un proceso de extradición no es un juicio penal, es una medida de cooperación jurídica internacional. Deberían haber esperado el retorno de Celso de Mello (el quinto juez) para finalizar el juicio”, reconoce.
El anterior es un punto. Pero, en una segunda arista, en Colombia el caso prescribirá en 2023, mientras que en Brasil prescribió el año pasado, algo que conspira con los planes de extradición.
El Artículo 83 del Código Penal colombiano establece que “la acción penal prescribirá en un tiempo igual al máximo de la pena fijada en la ley (27 años de prisión para Saade), si fuere privativa de la libertad”, tal como se dictó, aunque en ausencia del imputado.
Por su parte, Jaime Saade sabe que tiene el balón de su lado. Pasó unas semanas en prisión, pero sabe que la justicia brasileña le ha dado un respiro con ese “marcador judicial”. Lo único que hoy lo incrimina es haber ingresado a Brasil con documentación falsa, pero aún no ha sido formalizado por ese delito. Si ya hubiese pasado se habría tomado como una reincidencia y sí podría ser extraditado a su país de origen.
Los jueces que votaron a favor que lo devolvieran lo tienen claro, pero una vez emitida una respuesta de ese tipo es poco probable que se vuelva a votar pronto y a favor. Para ese entonces, podría prescribir el delito en Colombia y Saade salirse con la suya.
El abogado de Saade, mientras tanto, habló por él.
“Está bien (es empresario de Bello Horizonte), siguiendo adelante con su vida”. El hombre aguarda el inicio de un juicio por haber entrado con documentación ilegal en Brasil, pero sin mayores efectos. Al menos, no de tipo penal.
“Como mucho el pago de una multa”, asegura su defensor Fernando Gomes Oliveira, quien confirma que su cliente está casado y tiene dos hijos brasileños, además de una familia local y la otra colombiana que cree en su “inocencia”.
Según Gomes Oliveira, su cliente dice que todo fue “una tragedia” y repite el discurso de suicidio de Nancy.
El año pasado, cuando lo capturó la Interpol y antes que el supremo brasileño lo pusiera en libertad, había escrito una carta, asegurando: “fui al baño y, después de algunos minutos, oí un disparo. Salí inmediatamente y la vi en el suelo, con mucha sangre y un revólver a su lado”.
Su abogado le cree. Dice que “la investigación (en Colombia) tiene imprecisiones grotescas” y que de haber asesinado a Nancy “no hubiera llevado a su compañera al hospital”. Deja de lado el hecho que su cliente escapó la misma madrugada en la que la joven cayó de un disparo en la cabeza.
Teniendo el tiempo en contra y a dos jueces que frenaron la posibilidad de justicia, amparados en los tiempos de prescripción local, a sus 79 años, el padre de Nancy no se rinde: “lo vamos a traer y va a comenzar a pagar”, dice con la esperanza de ver en una prisión colombiana al hombre que él cree que le arrebató a la “Nena linda de papá”.
Si consigue hacerlo será el fin de un ciclo y el inicio de un necesario duelo por medio de una pregunta a su verdugo para “buscar la forma de hacerle hablar. Yo solo quiero saber por qué. Yo salí a la puerta y le dije cuídamela. Mira cómo me la cuidó”.