Hace más de 400 años, en 1582, los habitantes de España, Francia, Italia y Portugal fueron despojados de diez días en un abrir y cerrar de ojos. Con la irrupción del nuevo calendario gregoriano, que sustituyó al juliano, aquellas personas se fueron a dormir un 4 de octubre y despertaron un 15 de octubre. Un abrupto cambio que la Iglesia Católica vio necesario y que dio origen a los años bisiestos.
Durmieron durante 10 días
Antes de 1582, la sociedad europea se regía bajo el calendario de Julio César, el cual se encontraba basado en el egipcio, que establecía que un año duraba 365 días y seis horas. Sin embargo, tanto astrónomos como distintas autoridades del continente tenían claridad, desde el siglo IV, que el planeta Tierra tardaba 365 días, cinco horas, 48 minutos y 45 segundos en darle la vuelta al Sol.
Un pequeño desfase de doce minutos y 15 segundos que no significó mayor problema hasta la década de 1570, cuando la máxima autoridad cristiana de la época, el papa Gregorio XIII -junto a sus asesores-, tomaron las riendas del inconveniente que significaba este ‘error’ en la fecha de la Pascua, la que había sido acordada para el siguiente domingo después de la primera luna llena de primavera.
Y es que, en los más de 1.600 años desde su implementación, el calendario juliano ya había acumulado una diferencia de diez días según estudios de diversos científicos. De esta manera, Gregorio XIII y la Iglesia Católica crearon la ‘Comisión del calendario’ que implementó e hizo públicas las correcciones correspondientes de la mano de astrónomos de la talla de Christophorus Clavius (trabajó con Galileo Galilei) y Luigi Lilio (líder de esta comisión), quien falleció en 1576, cuatro años antes de que el cambio fuera aprobado.
Pero, ¿por qué se eligió el mes de octubre de 1582 para implementar esta corrección al calendario ‘mundial’? Pese a aprobarse en septiembre de 1580, su aplicación se retrasó dos años por motivos logísticos que esgrimió la entidad religiosa. En cuanto a la elección del mes fue algo menos complejo, ya que eligieron dicha fecha porque durante esos días no estaba concertada ninguna festividad católica importante, por lo que la modificación podía realizarse sin problemas.
De esta manera, del 5 al 14 de octubre de 1582 no ocurrió absolutamente nada. Un ‘salto en el tiempo’ que trajo consigo no sólo el calendario gregoriano que fue usado -transversalmente- a lo largo de los años en culturas con tradición cristiana, sino que también la existencia de los años bisiestos.
Borrón y cuenta nueva
A pesar de que la medida no fue vista con buenos ojos por gran parte de Europa -salvo España, Francia, Italia y Portugal- y al mandato papal, dicho calendario fue adoptado por los países católicos en años posteriores, mientras que las demás naciones y/o culturas siguieron usando sus propios almanaques. A día de hoy, existen diversos países (que se alejan del cristianismo) que mezclan el calendario gregoriano con su propio registro, en un sistema dual.
Entre las principales anécdotas recogidas por historiadores se encuentra las confusiones diplomáticas que suscitaron en octubre de 1582, donde todas las invitaciones que se hacían de un país a otro debían especificar a qué calendario se referían. Por otra parte, los documentos que acreditaban las defunciones también se vieron alterados, ya que quienes murieron justo antes del inexistente 5 de octubre (como sucedió con Santa Teresa de Jesús), debieron ser velados y enterrados ‘diez días después’ o más.
Aunque sin duda, la curiosidad más llamativo debido a esta corrección tiene que ver con el ‘Día Internacional del Libro’, el cual se celebra todos los 23 de abril debido a la muerte del icónico escritor inglés William Shakespeare, ese mismo día pero en 1616. No obstante, en la Inglaterra de aquella época aún estaba vigente el calendario juliano, por lo que al aplicar el gregoriano años más tarde, en estricto rigor, la fecha de defunción del autor de ‘Romeo y Julieta’ debió haber sido el 3 de mayo.
1582, el año que duró diez días menos y que contó con la noche más larga de la historia. Un antes y un después en la forma en que los humanos medimos el paso del tiempo por medio de un sistema que puede no llegar a ser el definitivo, ya que las variaciones en la velocidad de rotación de la Tierra crean una diferencia ínfima de un día cada 3.300 años aproximadamente, aunque quedan 3.000 años para saber cómo se corregirá este desfase.