En la ribera del portentoso Amazonas, en una selva gobernada por tradiciones, ninguno de ellos espera ver una bandera arcoíris en alto. Aun así se sienten afortunados: Saúl, Junior y Nilson están en la comunidad indígena que incluye a los homosexuales.
Los tres viven en Nazareth, un asentamiento o resguardo de 1.035 habitantes con vocación agrícola y artesanal que está a una hora de navegación de Leticia, la capital del departamento colombiano de Amazonas, en la frontera con Brasil y Perú.
Entre el verde y las costumbres pétreas, Nazareth se abrió a una diversidad sexual incomprendida al comienzo. Pero que en otras comunidades indígenas, aguas abajo del Amazonas, todavía ni siquiera se concibe, destacan los líderes.
Saúl Olarte, de 33 años, está al frente de un grupo de 12 bailarines.
Con el regreso de los visitantes al resguardo, tras el primer azote de la pandemia en Leticia, participa en su recibimiento en la Maloca, el lugar venerado por los indígenas. La exhibición comienza con incienso y el sonido hueco que emite el golpeteo de un caparazón de tortuga.
“Dentro de la comunidad, nosotros, como LGTB, somos los que inculcamos, apoyamos actividades culturales”, dice orgulloso Saúl, quien guía los pasos de Junior y los demás jóvenes que ejecutan una danza tradicional en presencia de los más viejos.
Un duro proceso
Hablar de organización LGBT en Nazareth puede ser exagerado. Son alrededor de veinte gais que a cambio de vivir dentro de la comunidad – un asunto vital en la cosmovisión indígena – se autoimpusieron límites. Aprendieron, según sus palabras, a “comportarse bien”.
En público se restringen en los besos o lo que llaman “extravagancias”. Tampoco, por ahora, caben los transexuales ni parejas conviviendo bajo el mismo techo.
“Antes de que saliera del clóset, nunca había demostrado un comportamiento muy afeminado, eso lo hice cuando estuve fuera”, explica Junior Sangama.
De 27 años, este indígena tikuna retrata bien la experiencia común entre los homosexuales en este desconectado punto del Amazonas. Ocultó por un tiempo sus preferencias sexuales, chocó con familiares y un día, para poder ser, se apartó de ellos y de la comunidad.
Saúl también se fue y Nilson Silva (23) lo hizo para prestar servicio militar por más de un año en Leticia. “Mi papá me rechazó (…), pero seguía mi rumbo”, comenta el más joven de los tres.
Al volver, cada uno por su cuenta, se acogieron a la vida discreta que les garantiza la aceptación. Un “proceso duro”, insisten, pero que no se compara con lo que tuvieron que pasar los tikuna que en el pasado amaron a otros hombres.
“Mal de blancos”
Históricamente excluidos, los indígenas representan el 4,4% de los 50 millones de habitantes de Colombia y están distribuidos en 115 pueblos nativos, según la estadística oficial. En Amazonas son el 57% de los 79.000 pobladores.
En alguna época Nazareth creyó que los guechi (homosexual en lengua tikuna) eran seres mal concebidos o seguían tendencias de la “gente blanca”.
Alex Macedo, portavoz del cabildo indígena, supo de oídas del castigo de la Tangarana. “Es un árbol que cría unas hormigas amarillas que pican y duele mucho”.
Según cuenta, mediante los pinchazos se pretendía que un “ser se regenerara en pensamiento y en la fortaleza” de su cuerpo. A otros les tocó cultivar chagras (terreno) o hacer canoas para poner a prueba el “lado masculino”.
Todo eso quedó atrás, remarca el líder de 40 años.
Con el cambio de siglo, “aquí se hizo un ejercicio grande desde la misma familia; desde la comunidad, para la no discriminación de ningún tipo”, agrega Macedo. Se asumió que estos muchachos son necesarios “para seguir conservando la cultura, especialmente la lengua materna”, enfatiza.
Hoy, Nazareth no solo se precia de ser pionera en inclusión. También es refugio temporal para la diversidad. “De otra comunidad básicamente los echan”, dice Macedo, invocando a los homosexuales que llegan hasta aquí tras huir de padres que, ebrios, han querido hasta matarlos.
No se verá el arcoíris
A diferencia de otros grupos originarios, los que están asentados a lo largo del Amazonas recelan más de la “occidentalización” y la causa LGBT, que tiene una agenda “muy urbana, muy gringa y muy impuesta”, explica Wilson Castañeda, director de la Corporación Caribe Afirmativo, que propugna los derechos humanos de las minorías sexuales.
De ahí que la diversidad sexual en las comunidades amazónicas, que además fueron sometidas a una “moral acusadora” en su proceso de evangelización, sea un fenómeno oculto.
Pero no puede tachárseles de “homofóbicas” porque han sido “tolerantes” y han “tramitado sin violencia las sexualidades diversas”, así no haya “reconocimiento ni inclusión total”, afirma el experto.
Apegada a su cosmovisión, Nazareth no acepta un movimiento LGBT dentro de la comunidad. “Que ellos estén así: sueltos, que estén como están ahorita (…), pues no se permite que hagan una agrupación”, explica el portavoz del cabildo.
Sin embargo, tampoco está en el deseo de los jóvenes. Será para “más adelante” cuando “los chicos puedan conseguir pareja y una vivienda digna dentro de la comunidad y se puedan expresar libremente”, dice Junior sin asomo de frustración.