Durante los conflictos bélicos, el término “fuego amigo” resulta tristemente conocido. Claro, durante el fragor de la batalla, es muy posible que un soldado, vehículo o nave de combate acierte sobre un compañero de armas por confusión o descuido. De hecho, el compendio de Historia Militar Estadounidense editado por la Universidad de Oxford estima que entre 2% a 2.5% de las muertes ocurridas en las batallas donde ha intervenido EEUU, se deben al “fuego amigo”.

Sin embargo derribarse uno mismo, sin intervención de nadie… eso ya es otra historia.

Ocurrió en 1956, cuando la compañía aeronáutica Grumman probaba la versión final de su flamante avión de guerra, el F-11 Tiger. Esta nave era muy importante para la empresa no sólo porque le auguraba un jugoso contrato con la marina estadounidense, sino porque se trataba de su primer avión supersónico, una tecnología con la que recién se comenzaba a experimentar.

Y vaya que prometía. El F-11 era capaz de volar a 1.356 kilómetros por hora, o Mach 1.1, con lo que podía avanzar más rápido que la velocidad del sonido, toda una proeza técnica considerando que otros aviones a reacción de la época apenas lograban superar los 800 kilómetros por hora.

Así, ese 21 de septiembre de 1956, el piloto de pruebas de Grumman, Thomas Attridge Jr, se dispuso a hacer historia probando las capacidades del avión matrícula 138620 sobre la costa de Long Island, cerca de Nueva York. Según recoge el sitio especializado en diseño aeronáutico, DataGenetics, Attridge se elevó hasta los 20.000 pies (6.000 metros) de altura, para luego caer en un ligero ángulo de 20º que lo llevó hasta los 13.000 pies (4.000 metros).

El preciso avión que pilotaba Attridge | Grumman
El preciso avión que pilotaba Attridge | Grumman

Allí buscó un punto vacío en el mar, y apuntó su cañón Colt Mark-12 disparando durante cuatro segundos una primera ráfaga de proyectiles de 20 milímetros. Luego aceleró usando su postquemador (afterburner) para apresurar su caída hasta los 7.000 pies (2.100 metros), mientras volvía a disparar otra ronda de municiones.

Apenas había transcurrido un minuto desde la maniobra, cuando el piloto notó una trizadura en el cristal de la cabina y que el motor comenzaba a hacer ruidos extraños. Attridge pensó que había chocado con un pájaro, por lo que redujo la velocidad para evitar un daño mayor a la cabina y se dirigió de regreso a la base a escasos 370 kilómetros por hora.

Durante el camino, indicó por radio que -además del cristal roto- sólo veía daño aparente en una zona de la toma de aire del motor derecho, sin embargo comenzó a notar que sólo mantenía un 78% de la potencia del aparato, incluso forzándolo al máximo.

Con sus flaps y tren de aterrizaje abajo, a sólo 1.200 pies (365 metros) de altitud y apenas distante algunos kilómetros de la pista, Attridge se dio cuenta de que el avión no alcanzaría a llegar. Hizo un último intento por forzar la máquina, e indicó a la torre de control que el motor hacía un estruendo similar “a una aspiradora industrial recogiendo piedras de una alfombra”.

Tras eso, el avión perdió toda su potencia y se estrelló contra unos árboles. Le quedaban sólo 800 metros para llegar a la pista.

Más rápido que una bala… literalmente

El malogrado F-11 se arrastró por 90 metros, perdió un ala y un estabilizador en el trayecto, y se incendió a raíz del combustible que aún le quedaba en el tanque. Pese a haberse destrozado una pierna y quebrarse tres vértebras, Attridge logró salir de la nave y alejarse lo suficiente. Un helicóptero Sikorsky S-58 que llegó al lugar para rescatarlo también acabó siniestrado, pues dañó sus aspas en el follaje de los árboles al descender, aunque sin poner en riesgo a sus tripulantes.

Los ingenieros de Grumman comenzaron de inmediato una investigación para saber con exactitud qué había ocurrido. Analizaron las partes del avión y su trayectoria, descubriendo algo que los dejó perplejos: Attridge se había derribado inadvertidamente a sí mismo.

¿Pero cómo?

Tal como describe el mismo incidente la revista Mecánica Popular, cuando el piloto lanzó su primera ráfaga de proyectiles, estos aventajaron rápidamente al avión al desplazarse a más de 3.200 kilómetros por hora (Mach 2.6), debido a la velocidad de la nave más el impulso que les dio el cañón. Sin embargo las municiones desaceleraron rápido debido a la fricción con el aire, mientras que Attridge cometió un error crítico debido a su inexperiencia con las altas velocidades: aceleró la nave saliendo al encuentro de sus propios proyectiles.

El F-11 fue impactado por tres de las balas que había lanzado. Una le trizó el cristal de la cabina, otra hizo un agujero en la nariz del avión, y una tercera acabó por dañar el motor derecho. Este proyectil logró recuperarse y es el que se muestra en la fotografía.

Grumman
Grumman

Por fortuna, Thomas Attridge no sólo logró sobrevivir, sino que en sólo seis meses ya estaba de regreso en servicio. Más adelante se convirtió en jefe de proyecto del módulo lunar LEM-3 que transportó la misión Apollo 9, y llegó a convertirse en vicepresidente de Grumman Ecosystems, la división de investigación ambiental de la empresa. Falleció en Nueva York en 1997, a los 74 años.

En cambio, el F-11 no corrió con la misma suerte. Como si se hubiera tratado de un mal presagio, la marina estadounidense sólo ordenó 200 de estos aparatos, y los retiró anticipadamente de servicio cuando llegaron naves mejoradas, como el F-8 Crusader o el F-4 Phantom II. El último de ellos voló en 1969, como parte del escuadrón de acrobacias “Blue Angels”.

¿Un avión puede dispararse un misil a sí mismo?

Aunque este es el único registro existente de un avión que se derribó a sí mismo con su cañón -e incluso sirvió como advertencia para que los pilotos, en adelante, cuidaran sus maniobras tras disparar- todos hemos visto películas de acción donde ágiles cazas de combate engañan al enemigo y hacen que sean impactados por sus propios misiles.

Si bien Nick Berry, creador de DataGenetics, reconoce que no existen casos conocidos de esto, sí hay una anécdota interesante que, curiosamente, también le ocurrió a un avión de la empresa Grumman.

Fue el 20 de junio de 1973 cuando, durante una prueba de misiles Sparrow, un avión F-14 Tomcat fue comisionado a lanzar uno de estos proyectiles a velocidad transónica -justo antes de vencer la barrera del sonido- y en condiciones de cero G, es decir, sin gravedad.

En situaciones normales, pequeñas cargas explosivas separan al misil del avión y lo hacen apartarse del mismo antes de encender su cohete, sin embargo debido a la naturaleza de la prueba, se usaron cantidades de explosivos inferiores a lo normal.

Este conjunto de malas circunstancias provocaron que el misil Sparrow no se alejara lo suficiente de la nave antes de encenderse, provocando que se incendiara uno de los motores del F-14 y que este perdiera el control, estrellándose. Por fortuna, su piloto, Pete Purvis y su acompañante, lograron eyectarse y salvar ilesos.

Fotos reales del incidente | US Navy
Fotos reales del incidente | US Navy

30 años después, Purvis describiría en detalle el incidente en la revista Flight Journal, haciendo gala de humor. “‘Hey, ¿quieres conocer al tipo que se derribó a sí mismo?’. Así es como me presentan mis amigos, en un curioso honor que compartirmos sólo Tommy Attridge y yo, ambos pilotos de prueba de Grumman”, bromea.