Ocurrió en 1971. Un grupo de universitarios fue reclutado para encerrarse durante dos semanas en instalaciones de la Universidad de Stanford que simulaban una prisión. La mitad de ellos adoptó el rol de reclusos y la otra mitad, la de guardias.
Después de solo seis días, la actividad fue suspendida a causa de las violentas actitudes de los guardias y las consecuencias devastadoras en los prisioneros.
El estudio, conocido como el Experimento de la Prisión de Stanford (EPS), dejó imágenes indelebles, como la grabación de un recluso gritando en un estado de enajenación y angustia, pidiendo que lo liberaran, o actos de crueldad insospechada por parte de los guardias.
Las conclusiones del psicólogo Philip Zimbardo, creador y director del experimento, se refirieron a como el bien y el mal en los humanos están condicionados por las circunstancias: en una situación de poder, una persona inocente comenzará a abusar de su autoridad, mientras otra despojada de todo poder derivará a la sumisión, e incluso a la locura.
Convertido en una figura pública, Zimbardo continuó profundizando sobre estos temas y publicando libros al respecto, como “The Lucifer Effect: Understanding How Good People Turn Evil” (“El efecto Lucifer: comprendiendo cómo la gente buena se vuelve mala”).
El experimento corrió una suerte similar: se convirtió en uno de los más famosos de la historia y en un referente de cultura pop.
De hecho, se han producido tres películas inspiradas en sus eventos: la alemana Das Experiment (2001), su remake norteamericano The Experiment (2010), y la reciente The Stanford Prison Experiment (2015), en la que Zimbardo fue interpretado por Billy Cudrup.
Pero esta historia acaba de sufrir un nuevo giro. Casi 50 años después de su realización, han aparecido pruebas que apuntan a que en realidad habría existido un alto grado de manipulación por parte de Zimbardo y su equipo.
Un reality académico
“¡Jesús, me estoy quemando por dentro!”. Las infame exclamación fue pronunciada solo 36 horas después de iniciado el experimento por el entonces estudiante de 22 años Douglas Korpis.
El momento quedó registrado en las cintas oficiales de la investigación y el cine no ha perdido la oportunidad de recrearlo.
Hoy, Korpis recuerda con claridad ese momento. En un artículo recientemente publicado por el autor Ben Blum, lo describe así: “Cualquiera que sea médico sabría que estaba fingiendo”.
La nota de Blum, publicada a comienzos de junio en Medium, reactivó la polémica acerca de la validez del EPS. Durante el último mes se ha reavivado la idea de que se trató más bien una demostración dramática, como señala el sitio Vox.com, o una especie de reality académico, pero no ciencia seria.
Blum recopiló los nuevos antecedentes mientras realizaba una investigación para un libro en el que contaría la historia de su primo Alex Blum, un veterano de la guerra de Irak que en 2006 fue apresado por participar en un asalto a mano armada a un banco. El atraco fue dirigido por uno de sus superiores militares.
Durante el juicio, el testimonio de Zimbardo a favor de Alex fue fundamental para obtener una sentencia reducida. Zimbardo alegó que el veterano había actuado como consecuencia de lo que denominó “fuerza situacional”: condicionado por su entrenamiento y adoctrinamiento militar, sólo habría seguido las órdenes de su superior sin considerar las consecuencias.
Además, Alex aseguró que en el momento creyó estar participando en un ejercicio de entrenamiento.
Sin embargo, años más tarde Alex le contó a Ben Blum que esto no era del todo cierto. “Él me confesó que su decisión de participar en el asalto al banco fue más libre e informada de lo que me había dicho siempre”, declaró en su artículo el autor.
Este hallazgo llevó a Blum a dirigir su investigación hacia la realización del experimento de Zimbardo. Fue así que se contactó con Korpi, quien le confesó que durante su famoso ataque en realidad se encontraba fingiendo.
Guardias rudos
Otro de los entrevistados de Blum fue Dave Eshelman, quien destacó por ser uno de los guardias más crueles e inventivos en cuanto a reglas y castigos, y que fue apodado por los prisioneros como “John Wayne” por el acento sureño que usaba.
Eshelman, quien había estudiado actuación, confesó a Blum que tanto su acento como su crueldad fueron parte del personaje que adoptó. “Lo tomé como un ejercicio de improvisación. Creí que estaba haciendo lo que los investigadores querían que hiciera, y pensé que lo haría mejor que nadie inventando a este guardia despreciable”.
Pero el hecho que más cuestionamientos ha traído es una grabación en la que se oye a David Jaffe, un alumno de Zimbardo que asumió el rol de alcaide de la prisión, pidiéndole a uno de los guardias que actuara con más rudeza.
Según el sitio Allthatsinteresting, Jaffe asegura que el experimento no fue idea de Zimbardo, sino suya, presentada como parte de una tarea para la universidad.
Luego de expresar su interés en llevarlo a cabo en la vida real, Zimbardo habría puesto a su alumno a la cabeza, otorgándole control creativo. Segun Jaffe, “se me dio la responsabilidad de inducir el comportamiento rudo por parte de los guardias”.
La grabación, parte de los registros del experimento que la Universidad de Stanford conserva, parecen corroborar este punto. En ella, se oye a Jaffe explicándole a uno de los guardias que todos ellos tenían que ser lo que se llama un “guardia rudo”. Además le explica que esto es fundamental para el éxito del experimento.
Las revelaciones de Blum fueron recibidas por la comunidad científica como la prueba definitiva de la falta de validez del vapuleado experimento. Respondiendo al artículo, la psicóloga de la Universidad de California Simine Vazire expresó en su cuenta de Twitter que “Debemos dejar de celebrar este trabajo. Es anticientífico. Saquémoslo de los libros de texto”.
Sus comentarios siguen recibiendo respuestas de apoyo día a día.
Digan lo que digan
Como era de esperarse, Philip Zimbardo salió en defensa del trabajo que lo convirtió en una celebridad del mundo académico.
Pocos días después de publicado el artículo, el profesional publicó una larga declaración en el sitio oficial del experimento, respondiendo punto por punto las acusaciones de Blum.
El periodista Brian Resnick, quien escribió acerca de la invalidez del EPS, entrevistó a Zimbardo sobre el tema para Vox.com. La conversación, explica Resnick, fue tan tensa que el psicólogo amenazó con colgar el teléfono.
“Las críticas que ustedes y Blum sostienen es que nosotros le dijimos a los guardias que hicieran lo que terminaron haciendo, y que, por lo tanto, los resultados se deberían a la obediencia a la autoridad y no a la evolución de un comportamiento cruel en un ambiente como el de la prisión. Y yo rechazo eso”, afirmó Zimbardo.
El psicólogo aseguró que, aún cuando Jaffe sí pudo haber instruido a un guardia para ser más violento, se habría tratado de una situación puntual y no representa cómo se manejaron los protocolos del estudio.
Al ser consultado sobre si alguno de los guardias o los prisioneros pudo haber estado actuando, Zimbardo reconoce que no podría asegurar que no lo hacían, “pero ellos se encerraron así mismos en sus celdas (…), gritaron y maldijeron a los guardias. Así que sí, pudieron haber actuado, pero ¿qué podrían ganar con eso?”.
¿Y las declaraciones de Korpi? El psicólogo es aún más tajante: “Cada maldita cosa que le dijo a Ben Blum es una mentira. Es falso”.
Su principal prueba son las declaraciones del aludido en el documental Quiet Rage, de 1992, en el que explica que su ataque fue producto de sentirse superado por la situación. “Me quebré, perdí el control de mí mismo”, afirma allí Korpi.
Para Zimbardo, esto demuestra que “en retrospectiva, él está avergonzado de haberse quebrado”, y por eso ahora lo presenta como una actuación. “Él es la fuente menos confiable acerca del estudio”, afirmó.
El controvertido psicólogo concede que el experimento pudo haber tenido fallas, pero se mantiene firme en su postura y en su conclusión general:
“El comportamiento humano, para muchas personas, está mucho más influenciado por las variables situacionales sociales de lo que nunca antes habíamos pensado. Mantendré esa conclusión por el resto de mi vida, sin importar lo que digan”.