A quién no le ha pasado que al conocer a una persona sientes una inexplicable incomodidad que te hace querer alejarte de ella lo más pronto posible. Pues hay una explicación científica para entenderlo.
Tal como existe el amor a primera vista, también existe el rechazo a primera vista. Sin entender por qué o sin siquiera conocerlas, hay personas que simplemente nos “dan mala espina”, nos desagradan y generan en nosotros un deseo de escapar de ellos.
Muchos lo llaman intuición, otros percepción, pero la verdad es que se trata de un mecanismo de supervivencia que genera nuestro cerebro ante situaciones que considera peligrosas. Y no hablamos precisamente de las amenazas universales como ser asaltado o atropellado, sino de cosas que almacenamos en nuestro subconsciente.
“Ese rechazo será nuestra respuesta corporal ante situaciones desagradables o inquietantes (…) -que se generan para- ahorrarnos un daño físico o psicológico posterior”, explicó al diario español El País José Manuel Sánchez Sanz, director del Centro de Estudios del Coaching.
Ese chispazo de negatividad aparece en las amigdalas cerebrales, que es el área del cerebro involucrada en la creación de juicios, los que a su vez se basan en nuestras memorias pasadas, que por lo general se activan cuando sentimos una presencia amenazadora.
Las amigdalas cerebrales (localizadas en la profundidad de los lóbulos temporales) generan comportamientos vicerales y respuestas automáticas, que poco tienen que ver con la racionalidad, sino más bien con el instinto. Este aparece ante el más pequeño estímulo, que puede ser un rasgo en su rostro, un olor o una muletilla.
“A menudo se tratará de señales que la otra persona emite y que evocan en nosotros recuerdos de experiencias pasadas o personas desagradables con las que nos hemos cruzado en otro momento de nuestras vidas”, asegura Sánchez y agrega que el olor es uno de los principales detonantes.
Pero no sólo son elementos externos los que nos hace crear anticuerpos contra alguien, puesto que la imagen que tenemos de nosotros mismos también puede influir.
Los seres humanos solemos ver y proyectar en otros los rasgos que odiamos de nosotros mismos, lo que hace que también detestemos a quienes los tienen.
“Buena parte de lo que evitamos enérgicamente en el otro tiene que ver con aspectos de nosotros mismos que no nos gustan, aunque no lo queramos reconocer”, reveló el profesional.
En tanto, quienes saben manejar el autocontrol no se dejan llevar por las amígdala, por lo tanto tampoco sienten rechazo a primera vista.
Lo que no decimos
Pero no todo está en nuestra cabeza, a veces el cuerpo de la otra persona puede estar enviando señales sin darse cuenta. Aquí es cuando el lenguaje no verbal entra en juego y se puede convertir en un arma de doble filo.
Conocer a una persona que está con los brazos y piernas cruzadas es una una señal universal que se trata de alguien impenetrable y que probablemente no quiere estar ahí, lo que de inmediato hará encender las alarmas en nuestro cerebro. Sin mencionar, que además despertará desconfianza por lo que pueda estar ocultando.
No es necesario conocer en detalle los gestos del lenguaje no verbal, pues simplemente basta con mirar con detención para saber lo que necesitamos y hacernos de una idea.