Por donde antes corría agua, ahora hay tierra agrietada con seis barcas varadas y centenares de tortugas muertas. La situación del embalse más antiguo de Brasil resume los efectos devastadores, tanto humanos como naturales, de la peor sequía en un siglo en el noreste del país.
El “Paraíso Bar”, con vistas al ahora evaporado Embalse del Cedro y a la Piedra de la Gallina Choca, aún está abierto aunque apenas haya turistas en este lugar, que hasta hace sólo nueve meses era uno de los principales atractivos de senderismo del interior de Ceará.
Lo único que se mueve hoy dentro de esta laguna con capacidad de 126 millones de metros cúbicos de agua (más de 50.000 piscinas olímpicas) son las siluetas de seis jóvenes: un grupo de estudiantes de ciencias biológicas que la recorren con calibradores y libretas para hacer un trabajo de campo.
Prolongada por más de cinco años por la predominancia de la corriente El Niño en el Pacífico y por el cambio climático, la peor sequía desde 1910 en el desamparado noreste ha dejado sus reservorios raquíticos. En Ceará, uno de los estados con más territorio en el semiárido ‘sertao’, están a una media de 6% de su capacidad.
Sin embargo embalses como el Cedro, una obra pionera contra la sequía ordenada por el emperador Pedro II que acabó siendo construida entre 1890 y 1906, en periodo republicano, están paradójicamente secos.
La recuperación de los animales
En su suelo, tan escamado y duro que cuesta caminar en él, yacen miles de diminutas caracolas muertas, restos descompuestos de espinas de peces y decenas de caparazones de tortugas, el principal foco del estudio universitario.
“Aquí había una biodiversidad muy extensa, con muchos peces, anfibios, moluscos, muchas aves que se alimentaban de los peces. Cuando uno venía de excursión, veía todo eso… y hoy ya no existe más”, lamenta Wagnar Docarm, una de las estudiantes, mientras mide un caparazón y lo anota en el recuadro de estadísticas.
Desde que empezó su investigación en noviembre, este grupo de la Universidad Estatal encontró en Quixadá 438 tortugas ‘phrynops geoffroanus‘, todas muertas pese a ser las más resistentes de las tres especies que debería haber en el lugar.
El fotógrafo Druso Frota mostró, en su cuenta en Facebook, la realidad de Quixadá, Ceará, a través de impactantes imágenes.
¿Qué indica eso? “Estas tortugas murieron porque no tenían agua y se resecaron. Aunque normalmente migran, no tuvieron forma de cruzar un embalse entero”, explica Hugo Fernandes, el doctor en zoología que coordina la investigación.
El profesor recuerda que la sequía es un proceso habitual en el ‘sertao’, que hace que la población animal fluctúe entre las épocas secas y lluviosas.
Pero el hecho de que el embalse sólo tuviera ese tipo de tortugas constata el “ambiente especialmente adverso”, agravado por la “acción humana”, que podría hacer que las poblaciones animales no logren recuperarse, advierte.
Sin peces… ni turistas
Quienes también están muy preocupados por estas previsiones y por el pronóstico de lluvias insuficiente para este 2017 son la comunidad de pescadores que viven en casas autoconstruidas alrededor del embalse. Desde que la represa se secó por completo hace nueve meses, su fuente de sobrevivencia se extinguió.
“Todo el mundo aquí vivía de la pesca. Había muchos peces, camarones… pero acabó todo y la miseria que el gobierno nos da no alcanza”, reclama Francisco Elso Pinheiro, un pescador de 75 años con las manos tan agrietadas como el embalse que ahora contempla recostado en una hamaca.
Francisco pescaba unos 30 kg al día y, con su venta, lograba duplicar su pensión de menos de 300 dólares. Además, llenaba la mesa de su familia con los pequeños cultivos de frijol, maíz o patata que decenas de agricultores improvisaban en los márgenes del Cedro.
Ahora, su barca de madera yace en la mitad del desértico embalse y, como ya no sale agua de las llaves de paso y los camiones cisterna gubernamentales no alcanzan a llegar a su choza, Francisco tuvo que cavar un pozo en el Cedro para tratar de succionar agua, sumamente salada, de sus acuíferos.
También el “Paraíso Bar” y otros pequeños negocios cavaron el suyo para, al menos, poder lavar el suelo o los baños que casi nadie pisa hoy.
“Además de la pesca, aquí vivíamos del turismo y ahora estamos prácticamente a cero. Si el embalse volviese a tener agua, todo mejoraría para todos”, reflexiona Gilberto Queiroz, un empleado del bar, mientras lleva a cuestas la bomba del pozo para que nadie se la robe.
En la pared donde va a parar ese ducto improvisado de agua, hay escrito: “El señor es mi pastor, nada me faltará”.