Brryan Jackson sólo tenía 11 meses de edad cuando su padre, Bryan Stwart, decidió inyectarle una jeringa con VIH con intención de matarlo. Sin embargo, más de dos décadas después el joven continúa vivo y luchando contra su enfermedad, procurando que su papá se mantenga tras las rejas.
Los padres de Brryan se conocieron en el estado de Misuri (EEUU) en una dependencia militar en donde ambos estudiaban medicina. Al año después de conocerse, 1991, ellos se fueron a vivir juntos y 5 meses tras la mudanza Jennifer Jackson, su madre, quedó embarazada.
En el momento de su nacimiento, el padre de Brryan estaba muy orgulloso y feliz. Razón por la que bautizó a su hijo con su mismo nombre (al que Brryan le agregaría una “r” después para diferenciarse del progenitor y cambió su apellido por el de su madre).
“Cuando nací, mi padre estaba muy entusiasmado. Pero todo cambió cuando se fue a la operación ‘Tormenta del desierto’ (la ofensiva aliada en la Guerra del Golfo) y cuando volvió de Arabia Saudita su actitud era completamente distinta”, relata Brryan Jackson al portal de noticias BBC.
Según cuenta el joven de 24 años, su papá volvió con una actitud amenazante y violenta, con la cual comenzó a maltratar a su mamá y a asegurar que él era hijo era de otro hombre. Tras los episodios, la mujer se separó de su pareja y lo demandó por pensión alimenticia (que Bryan se negó a pagar).
En 1992, Brryan sufrió un ataque de asma y fue llevado de urgencia al hospital. El ataque fue tan grave que la mujer le permitió a su ex pareja visitar a su hijo en la habitación del recinto médico. Lo que nunca imaginó es que el hombre llevaba con sí una jeringa infectada con sida, la que había confiscado del laboratorio donde trabajaba.
Bryan le inyectó el VIH a su hijo con intención de matarlo. “Esperaba que me muriera, así no tenía que pagar mi mantención”, dice Jackson.
“Mis signos vitales estaban todos alterados porque no sólo me inyectó sangre contaminada con VIH, sino también incompatible con mi grupo sanguíneo”, señala según el recuerdo de su madre que lo encontró llorando en la habitación.
El deterioro tras la inyección de VIH
Pasaron cuatro años para que los doctores pudiesen diagnosticar sida en el niño. Antes de ese momento, la madre de Brryan corrió de un hospital a otro por las innumerables enfermedades que afectaban el cuerpo de su hijo sin motivo aparente.
Cuando finalmente el pediatra de Brryan logró identificar la enfermedad, le aseguró que no había posibilidad que sobreviviera. “Fui diagnosticado con sida avanzado y tres infecciones oportunistas”, cuenta.
Con objetivo que el niño tuviese “una vida normal” dentro de su enfermedad, lo enviaron a casa y le dieron una esperanza de vida que no superaba los 5 meses. Sin embargo, el niño continuó recibiendo tratamiento.
“Un día estaba bien y a la hora siguiente me tenían que llevar de urgencias al hospital por otra infección”, relata el joven, quien además quedó con deficiencias auditivas producto de los medicamentos.
En contra de todos los pronósticos, Brryan Jackson comenzó a recuperarse hasta estar lo suficientemente saludable como para asistir al colegio. Asistía con una mochila llena de remedios y cuadernos, además de una sonda intravenosa.
No obstante, comenzo a ser brutalmente estigmatizado. “En los ’90 la gente pensaba que podías pegarte el sida por usar el mismo baño. Una vez leí un texto que decía que podías contagiarte incluso por hacer contacto visual”, señala.
“Me decían cosas como ‘el sidoso, el gay’. Fue entonces cuando comencé a sentirme aislado y solo. Sentía que no había lugar en el mundo para mí”, recuerda.
Descubrir al culpable
Fue recién a los 10 años cuando Brryan y su madre se dieron cuenta de quién era el culpable detrás de la mortal enfermedad. “Al principio estaba enojado, amargado. Crecí mirando películas donde los padres aman a sus hijos. No podía dejar de pensar en cómo mi propio padre había sido capaz de hacerme algo así”, dice.
“No sólo trató de matarme, sino que cambió mi vida para siempre. Él es el responsable de los abusos, de las burlas, de todos los años de hospital. Él es la razón por la que debo estar constantemente preocupado de mi salud”, comenta.
En ese mismo año comenzaron los trámites judiciales para dejar al hombre tras las rejas. Las pruebas fueron suficientes para meterlo algunos años, hasta que este 2016 Brryan debió enfrentarlo para que estuviese preso al menos 5 años más.
“Durante la audiencia él se refirió a mí como su hijo. Traté de alzar mi mano para pedir que se refiriera a mí como su víctima. ¿En qué momento había sido yo su hijo? ¿Era su hijo cuando intencionalmente me inyectó VIH?”, expresa.
“Traté de mantener la mirada hacia delante, no quería hacer contacto visual con él”, cuenta y agrega: “Lo reconocí por su foto de prontuario, pero no tengo ninguna conexión con él. Ni siquiera lo reconozco como mi padre”.
EL tiempo que Brryan Jackson lleva luchando contra su enfermedad también ha ayudado a reforzar su fe cristiana, razón por la que asegura que perdonó a su padre, pero que aún así considera que este debe pagar por lo que le hizo.
“Traté de recordarme que Dios siempre está conmigo. Cualquiera sea el resultado de la audiencia. Dios es más grande que yo, más grande que mi padre, más grande que esa sala e incluso más grande que el Departamento de Justicia”, expresa.
Actualmente la salud de Brryan Jackson desafía a todos los pronósticos médicos pesimistas. “Estoy muy sano, tengo una vida tranquila”, señala. Incluso, a pesar de su experiencia paternal el joven admite que sueña tener un hijo algún día.
“Me gustaría ser un padre, es una de las cosas en la vida para las que siento que estoy destinado. Me gustaría criar a mis hijos con esperanza. Darles una visión de que el mundo es un lugar lleno de paz y que siempre estaré allí para protegerlos” asegura y destaca: “De las cosas malas pueden surgir grandes cosas”.