En un par de semanas se celebrará un nueva marcha por la diversidad sexual, para conmemorar el “Día Internacional del Orgullo en Chile”, y que este año recibe el nombre de “Marcha por el orgullo de ser tú mismo”.
Una frase que resulta a lo menos irónica, cuando dentro del mismo mundo homosexual existe una potente discriminación a lo que no encaja en lo binario, en cuanto a expresión de género se refiere. Cabe precisar que hablamos de homosexuales cisgénero, cuya identidad de género y género asignado al nacer coinciden.
Y es que dentro de la llamada ‘comunidad LGBT’, existe un tipo de discriminación interiorizada de la que no se habla o se disfraza con humor, pero que no responde a nada más que al buen trabajo que ha hecho la heteronorma en homosexuales, pasando de ser sujetos históricamente oprimidos a opresores.
Para ser más justos, se debe hablar de la homonormatividad, término acuñado en 2003 por Lisa Duggan, académica e investigadora de la Universidad de Nueva York, quien definió la homonormatividad como “una política que no cuestiona las instituciones y los presupuestos dominantes heteronormativos, sino que los defiende y sustenta” y, al mismo tiempo, contribuye a una una cultura gay despolitizada.
Cabe señalar que este concepto nace como el ‘reverso’ de la heteronormatividad, pues si bien en el mundo homosexual no existen estructuras tan potentes que se asemejen al poder que tiene la hetenorma a través de instituciones y otros poderes la promueven, sí existen formas de desigualdad y exclusión al interior de la cultura y de las políticas queers.
Y es que para entenderlo más claro, la homonormatividad funciona reduciendo la amplitud de la cultura queer al mundo del hombre gay y blanco, que ignora o avala otras formas de exclusión, como la transfobia o misoginia, impuestas por políticas neoliberales, considerando que son irrelevantes pues no influyen en su forma de vida.
Dentro de este concepto, existen muchísimas prácticas discriminatorias, siendo una de las más evidentes la llamada plumofobia, ese odio o aversión injustificada hacia hombres afeminados o mujeres masculinas, es decir, que escapan a lo binario respecto a la expresión de género que dicta la heteronormatividad: mujeres femeninas y hombres masculinos.
Este rechazo nace de la idea de que independiente de la orientación sexual de un hombre o mujer, éstos deben cumplir con características asociadas a sus géneros y que están validadas por la sociedad patriarcal en la que vivimos. Es decir, si eres un hombre gay que tiene comportamientos ‘suaves’ o te expresas con delicadeza, puedes ser fácilmente un blanco de críticas o burlas de parte de otros homosexuales que no comulgan con esta diversidad de expresiones. Lo mismo ocurre si eres una mujer poco femenina, independiente de tu orientación sexual. Insultos como “puta” o “camiona”, en el caso de las lesbianas, son un clásico en este universo binario.
Una realidad irónica si pensamos en lo interiorizado que está este tipo de discriminación en la comunidad homosexual, la que considera en un nivel inferior a estas personas y avala la decisión de no relacionarse con ellas debido a sus comportamientos.
También es curioso que para muchas personas, independiente de su orientación sexual, resulte aceptable ser un hombre gay pero no así “loca” o “maricón”, es decir, realizar cosas o tener comportamientos ‘del otro género’. Una situación que se da nuevamente por el supuesto rol social que debe cumplir el género masculino y que va de la mano con el machismo y sus normas de comportamiento patriarcales.
De este modo, existe un tipo de gays que se alejan lo más posible de lo que consideran “femenino”, incorporando así el machismo y la misoginia a sus propias dinámicas relacionales. Así, lo “femenino” se entiende como sinónimo de inferioridad, donde estos hombres tienen una interpretación excesivamente positiva de la masculinidad y sus roles, y partir de ella se desvaloriza lo femenino.
Un ejemplo claro de este “machismo gay”, es lo que se evidencia en aplicaciones de citas, pues es normal que en algunos perfiles abunden frases como “solo machos” o “no locas ni afeminados”. Y es que si bien se entiende que los gustos son diversos, es curioso que estos espacios se conviertan más bien en una especie de ‘casting’ con interminables listas de “no”, más que una plataforma para acercar a dos o más personas en base a intereses. ¿No es más fácil decir ‘lo siento, no eres mi tipo’?
Este punto no es menor, tomando en cuenta que por décadas las minorías sexuales han luchado por el respeto y la erradicación de prácticas que discriminan a otros solo por su comportamiento.
Otro ‘insulto’ asociado al machismo de los homosexuales, tiene que ver con los roles sexuales que juegan algunas personas, es así como términos mundialmente conocidos pero retrógrados en su práctica, son utilizados como símbolo de poder y hombría por los propios homosexuales. Y es que el concepto de ‘pasivo’ dentro de una relación sexual, también se asocia con un rol femenino, lo que implicaría estar en un nivel inferior respecto los ‘activos’ . De ahí que tan solo el término ‘pasivo’ se utiliza recurrentemente como ofensa.
También cabe precisar lo paradójico que resulta que tanto en el mundo heterosexual como homosexual, el gay afeminado que utiliza su comportamiento como recurso de entretención, ya sea contando chistes o usando pelucas y maquillaje, tal como los transformistas, es ampliamente celebrado.
Sin embargo, a la hora de ‘apagar las luces’, esos mismos personajes ya no son tan bien mirados por estos homosexuales homonormados, los cuales jamás estarían interesados en mantener una relación con ellos independiente del tipo que sea. SÓlo sirven para el show. Para algunos heterosexuales, en tanto, la risa acaba cuando estos mismos homosexuales buscan casarse o adoptar hijos.
A final de cuentas y por muchas fiestas inclusivas o marchas por el orgullo gay que existan, a veces no existe nadie mejor para discriminar a un LGBT que otro LGBT.