El gato Huiña, presente en Chile y Argentina, es una especie enigmática, que pocas veces se deja ver.
“¿Cuántos gatos huiña vi en los más de 15 años que llevo estudiando la especie? En la naturaleza y vivo, ninguno, solo dos que habían sido cazados”, confiesa a Mongabay el biólogo Martín Monteverde, director de Ecosistemas Terrestres del Centro de Ecología Aplicada del Neuquén, en la Patagonia argentina.
“En la página web de Parques Nacionales hay un registro de avistamiento de especies. Desde los años ochenta solo aparecen ocho o nueve anotaciones de gatos huiña, todos en el Parque Nacional Nahuel Huapi”, señala Ilaria Agostini, bióloga integrante de la nueva camada de científicos argentinos interesados en descifrar los secretos de una especie que los mismos expertos califican de “desconocida, elusiva, escasa y mal estudiada”.
Las dificultades para “descubrir” en sus ámbitos naturales al Leopardus guigna, uno de los félidos más amenazados del continente, son múltiples.
Su diminuto tamaño es solo una de ellas: en Sudamérica es una de las especies más pequeñas de la familia felina, ya que apenas supera los dos kilos de peso, menos que los gatos domésticos.
Más abundante y con una distribución mucho más amplia en Chile que en Argentina, los conocimientos acerca del huiña siguen teniendo más interrogantes que certezas. Su estudio, en general limitado por falta de apoyos institucionales, es un reto mayúsculo a ambos lados de los Andes.
“Soy de Buenos Aires, hice allí mi carrera, pero cuando me gradué quería trabajar en Ecología y me vine a Junín de los Andes a estudiar los ambientes patagónicos. Me fascinaban los carnívoros y en aquel momento había un grupo de científicos con el que comenzamos a investigar el ensamble de las especies de ese orden [categoría taxonómica de los carnívoros] en el Parque Nacional Lanín”, relata Monteverde.
“Queríamos conocer las interacciones entre zorros colorados, pumas y felinos pequeños como el gato montés. Fue entonces que apareció en mi radar el huiña, un gato súper desconocido, endémico del bosque andino-patagónico, del que apenas había algunos datos anecdóticos. Me encantó, tanto que pensé en basar mi doctorado sobre él. Por suerte, me convencieron de que no lo hiciera porque podía tardar 35 décadas en terminarlo”, recuerda entre risas.
Monteverde es un pionero en la búsqueda del misterioso huiña en el lado argentino de los Andes. Colocó cámaras trampa en el parque Lanín, reducto más meridional de la especie en Argentina, y logró la primera captura fotográfica en el verano de 2009. También le tocó fracasar en la captura física de un ejemplar, tal como lo señala en un artículo publicado por la Wild Felid Research and Management Association en 2010.
“Se trata de un animal muy difícil de estudiar, incluso mediante signos indirectos. Dar con una feca de un gato tan chico en el bosque es como encontrar una aguja en un pajar”, dice con resignación en el documento. “Las densidades de población en el país son muy bajas, su distribución está restringida a una franja muy angosta en un ambiente muy abrupto sobre la cordillera, los colores de su piel lo camuflan muy bien en el follaje del bosque y sus hábitos son nocturnos”, agrega a su vez Agostini.
El huiña y sus grandes diferencias en Argentina y Chile
La coexistencia del huiña con el gato montés (Leopardus geoffroyi), por ejemplo, complica aún más la situación en Argentina. “El montés es bastante más grande y tiene la cara más aplastada, estrecha, con manchas más marcadas, pero si ves un ejemplar solo de frente es muy fácil confundirse”, dice Ilaria Agostini, bióloga nacida y graduada en Italia, aunque radicada desde hace un par de décadas en el Cono Sur americano.
El parentesco entre monteses y huiñas está filogenéticamente demostrado. “Son primos hermanos”, sintetiza Monteverde. “Hace poco tiempo, un poblador de la zona del lago Nahuel Huapi le sacó una foto a un gato subido a un árbol y no pudimos resolver qué era. Yo pensé que se trataba de un montés por los ojos más claros y la nariz rosada, pero otros expertos dicen que es típicamente huiña”, cuenta Agostini.
En teoría, las tres rayas negras de las mejillas del huiña deberían ser suficientes para diferenciarlos, pero no siempre se distingue con tanta claridad. Agostini aporta otra pista para hacerlo: “La cola del huiña es mucho más corta y peluda, bien pomposa, y las patas también son más cortas. Las fotos de las cámaras trampa en donde se ve el cuerpo facilitan la tarea”.
Al otro lado de la cordillera las cosas son apenas un poco más simples. No existe el solapamiento con los gatos monteses, pero sobre todo la población de “la güiña” (en femenino, tal como es llamada la especie en el lado chileno de la cordillera) es mucho mayor y su distribución, sensiblemente más amplia en latitud, ya que existen registros desde Coquimbo, región que limita con el desierto de Atacama, hasta Aysén, en la Patagonia; pero también a lo ancho del territorio, porque se han visto ejemplares en la costa, los valles centrales y en las faldas de los Andes.
Gracias a esto, en Chile hay un poco más de conocimiento sobre la especie. Aun así, Nicolás Gálvez, ingeniero agrónomo y doctor en Manejo de Biodiversidad de la Universidad Católica de Chile, ratifica el carácter misterioso del animal: “Los vecinos de sitios donde las cámaras trampa muestran la presencia de huiñas establecen en 20 años el promedio de tiempo transcurrido desde que dicen haber visto el último ejemplar”.
Constanza Napolitano es profesora asociada en el laboratorio de Genética de la Conservación de la Universidad de los Lagos, en la ciudad de Osorno, y gracias a su trabajo se pudo determinar que en Chile existen dos subespecies: la del norte, Leopardus guigna tigrillo, presente desde Coquimbo hasta la región de Bío Bío; y la del sur, Leopardus guigna guigna, que es la que también se encuentra en Argentina.
“Los individuos del área norte son mucho más grandes. Tenemos registros de ejemplares que incluso con un estado de nutrición delicado pesaban 3,5 kilos. También cambia el color de la piel, que es más claro, quizás para pasar más inadvertidos en un hábitat de matorral y bosque esclerófilo, más seco, de árboles espinosos y hojas gruesas”, puntualiza la investigadora chilena.
Gálvez se especializa, a su vez, en estudiar la llamada “ecología del paisaje” y explica que “consiste en entender la influencia de cada paisaje y cómo las modificaciones realizadas por el ser humano pueden ir moldeando la presencia de una especie”. Esto lo llevó a ampliar los horizontes en el análisis de la distribución del huiña, que en principio se creía limitada a los bosques húmedos valdivianos que ocupan las laderas de la cordillera de los Andes.
“Empezamos a explorar fragmentos de bosque en puntos del valle central, donde hay mucha producción agrícola y detectamos la presencia de individuos de la especie, con lo que llegamos a la conclusión de que, al menos en el sur de Chile, el huiña es bastante más resiliente a la pérdida de su hábitat óptimo de lo que estaba descrito”, señala Gálvez, quien junto a Napolitano y Monteverde coordinan el Grupo de Trabajo Guigna, una organización binacional dedicada a profundizar en el estudio del felino y fomentar los esfuerzos para su conservación.
Fragmentación del hábitat, caza, perros y atropellos
En el hábitat donde mejor se desarrolla la especie —el bosque húmedo templado—, un individuo tiene un rango de movimiento cercano al kilómetro cuadrado, “pero en un paisaje fragmentado, con menor capacidad de carga y menos recursos, se estima que la cifra se multiplica por tres o cuatro”, indica Napolitano. Esta facilidad de movimiento “nos obliga a cambiar el discurso sobre la actitud a tomar respecto al huiña”, sostiene Gálvez.
Aun cuando el número de ejemplares registrado sea muy bajo, el huiña en Argentina se localiza exclusivamente en los bosques de la cordillera de los Andes de los parques nacionales Lanín, Nahuel Huapi, Lago Puelo y Los Alerces donde abundan los árboles de la familia Nothofagus (ñires, lengas, coihues, raulíes).
Los expertos consideran que el hecho de que el hábitat de este pequeño félido coincida con áreas protegidas limita bastante la posibilidad de que un individuo sea alcanzado por el disparo de un cazador furtivo. Para Monteverde, el problema, en este caso, es que la pequeña población de la especie en Argentina queda fragmentada a lo largo de los parques nacionales.
Por el contrario, en Chile, donde la transición desde los bosques de montaña a la estepa es menos abrupta, la especie se ha mostrado capaz de cruzar desde su hábitat “matriz” hasta cualquier mancha de bosque nativo o de ribera.
“Se ha descrito que a la güiña le basta un pequeño cordoncito de vegetación de un metro de ancho, y una altura semejante a la de las rodillas de una persona, para dispersarse por terrenos agrícolas o plantaciones frutales o forestales”, comenta Napolitano.
Sin embargo, la amplia superficie que ocupa se halla multifragmentada y atraviesa regiones con altas tasas de población humana, actividad agroindustrial y múltiples vías de circulación de vehículos. Allí surgen otros problemas para el pequeño félido. “La frecuencia de atropellos que vemos es alta, igual que el ataque que sufren por perros que no están controlados por sus dueños”, apunta la científica de la Universidad de los Lagos.
A estas tres amenazas —pérdida de hábitat, atropellos y perros— se suman dos más. Por un lado, la caza, generalmente provocada porque los huiña suelen invadir los gallineros de las comunidades rurales y causar varias bajas entre las aves.
Huiña o güiña significa “no tener morada” en el idioma mapugundún de los mapuches originarios del centro-sur de los Andes, aunque también se aplica a la idea de acarrear o llevarse algo, acepción que le ha generado muy mala prensa a este animal. “Es un término que en la cultura popular se relaciona con el robo. Ser una güiña es sinónimo de ladrón”, indica Gálvez.
“No es un gatito tierno. Hay muchas publicaciones que describen sus ataques y la relación de la gente con ellos suele ser muy tensa, muy mala. Es común que te digan que una güiña mató 20 gallinas y se llevó una”, resume la investigadora Constanza Napolitano.
“Aunque tampoco se puede pensar que esté matando gallinas todos los días. El problema económico es bastante menor”, aclara Gálvez.
Por otra parte, el contacto —por lo general agresivo— con gatos domésticos y perros, expone a los huiñas al contagio de enfermedades. Un estudio de 2021 liderado por Irene Sacristán Yagüe, integrante del Centro de Investigación de Medicina Veterinaria de la Universidad Andrés Bello (Chile), da cuenta de los primeros casos comprobados de huiñas infectados por los virus de la leucemia y la inmunodeficiencia felinas.
En ambas infecciones, los patógenos causantes de la enfermedad se hallan presentes en la saliva de los distintos félidos. Una investigación posterior de la misma autora sumó un protoparvovirus al grupo de patógenos compartidos.
Datos de población absolutamente inciertos
Pese a los avances en el conocimiento del Leopardus guigna, las dudas sobre múltiples aspectos de su morfología, comportamiento e incluso sobre la abundancia de sus poblaciones continúan vigentes. La Lista Roja de la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN) coloca a la especie en la categoría de Vulnerable y establece un rango de individuos demasiado amplio: entre 5 980 y 92 092. “Son cifras de 2015, basadas en estimaciones hechas con radiotelemetría y el margen de error es muy grande. Calculo que este año o el próximo nos pedirán que hagamos una nueva evaluación”, aclara Napolitano.
Esas cifras se obtienen extrapolando el territorio que controla un ejemplar, lo cual varía mucho en función del paisaje y la superficie total de su distribución geográfica.
“En un bosque el espacio de hábitat es de más o menos un kilómetro cuadrado, pero en áreas fragmentadas, donde los recursos son menores, ese mismo individuo necesita moverse en un hogar más amplio, entre tres y cuatro kilómetros cuadrados. En su momento, esa diferencia de rangos determinó que la estimación en el tamaño de la población sea muy grande. Con un mayor uso de cámaras trampa esperamos ajustarla más en el próximo estudio”, explica Napolitano.
De todos modos, la instalación de cámaras trampa tampoco garantiza el éxito. “Hasta ahora hice dos relevamientos. En el primero puse 80 cámaras y aparecieron huiñas en cuatro imágenes, todo un logro; en el segundo hice un pequeño muestreo poniendo las cámaras más altas y no salió nada”, cuenta Ilaria Agostini.
Su relato no difiere con el de Martín Monteverde: “En mi estudio en el Parque Lanín había colocado 40 cámaras y sólo en una pude ver un huiña. En cambio, había como 3 000 zorros colorados”.
Se sabe que el huiña, como buen félido, es un gato solitario que sólo busca pareja para reproducirse, por lo general entre finales del otoño y comienzos de la primavera; que el período de gestación está entre los 72 y 78 días, y que cada camada puede brindar de una a cuatro crías que alcanzarán su madurez sexual entre los 18 y 24 meses de vida.
“Están más activos por la noche y a primera hora del día. Tres de las cuatro fotos que logré tomar el año pasado son nocturnas y una es de las 8 de la mañana”, informa Ilaria Agostini. Las certezas no van mucho más allá de estos datos.
La dificultad para encontrar heces dificulta tener un mayor conocimiento sobre los componentes de su dieta. “Seguro come roedores, pequeños mamíferos y reptiles. ¿Aves? Como pasa bastante tiempo arriba de los árboles es muy probable que también. Los rastros de pájaros muertos al pie de las distintas especies de árboles Nothofagus permiten suponerlo, lo mismo que la posibilidad de que depreden nidos para comer los huevos”, sugiere Martín Monteverde.
Un animal terrestre que ama los árboles
La relación que los huiñas establecen con árboles de los bosques patagónicos, como lengas, ñires o coihues, es motivo de controversia. No cabe duda de que se trata de su vía de escape más rápida cuando se sienten amenazados y que utilizan las copas como lugar de descanso durante el día pero, ¿hay algo más?
“Se dice que hacen una especie de nido con ramas en las alturas, pero la verdad es que nunca hemos encontrado una madriguera arriba de un árbol, ni en ningún otro sitio. No hay fotos ni registros que confirmen dónde las hembras cuidan a sus crías”, acepta Constanza Napolitano. Una intriga más que se suma a todas las que ya rodean a la especie.
El huiña es enigmático hasta en su maullido. El sonido captado por Joel Sartore, fotógrafo de National Geographic en Fauna Andina, una reserva chilena de rehabilitación y cría, parece una mezcla entre pájaro y gato. En cualquier caso, Napolitano asegura de manera categórica que “se trata de una especie terrestre, no arbórea”, aunque Monteverde lo matice diciendo que “es bastante arborícola, porque permanecer en las alturas puede facilitarle la vida”.
Las interacciones del huiña con otros integrantes de la fauna local tampoco están 100 % certificadas, más allá de los encuentros con gatos domésticos, perros y gallinas. Resulta fácil suponer que un huiña debería ser presa fácil para los pumas, pero no queda claro si los zorros colorados —muy abundantes en la Patagonia— también podrían atacarlo. “No está documentado pero, por tamaño, imagino que las aves rapaces también están en el grupo de sus posibles depredadores”, se arriesga a afirmar Monteverde.
¿A qué se deben tantos vacíos de información? “Nos faltan [en Argentina] herramientas para avanzar en la investigación. Desde el interés por trazar una línea rectora y un plan de manejo que nos permita generar acciones de conservación efectivas y eficientes, hasta gente que lleve a cabo estos estudios”, señala Monteverde, para quien existe un círculo vicioso: “No hay más estudios porque es poca la gente que se ocupa del tema, y es poca la gente porque no existen planes concretos de estudio”.
La eterna crisis económica en la que Argentina vive inmersa limita los fondos destinados a la conservación, y los que existen acaban dirigidos hacia especies más mediáticas o conflictivas: “Los pumas, por ejemplo, predan ganadería menor, lo que genera pérdidas en las economías regionales. Este hecho activa su estudio, ya que se necesita conocer a fondo sus hábitos para aumentar su control”, aclara Monteverde.
Los expertos aseguran que hace algunos años el huiña fue incluido entre los félidos que más necesitan investigación, pero el presunto interés nunca tuvo resultados concretos.
Más adelantados, los científicos chilenos se plantean llevar a cabo una serie de acciones concretas para incrementar el conocimiento de la especie entre la gente.
“Hay que cambiar la percepción que se tiene del animal, y eso puede lograrse al despertar emociones en quienes escuchan. Cerca de mi casa hay un colegio situado en una zona donde sabemos que pasan huiñas que nadie ve. Entonces habría que elaborar proyectos que inviten a niñas y niños a captar información, proponer soluciones y llevar esta discusión a sus casas”, propone Nicolás Gálvez.
“Necesitamos que la gente comience a valorar los servicios ecosistémicos que presta la güiña como controlador de plagas y ratones”, opina Constanza Napolitano. Proyectos para construir gallineros que impidan la entrada del animal o la instalación de señales de tránsito que adviertan de su presencia para evitar atropellamientos también están sobre la mesa.
Huiña en Argentina, güiña en Chile, uno de los félidos más diminutos del continente presenta diferencias notables de población y distribución en ambos países y, sobre todo, en el nivel de conocimiento que se tiene sobre la especie.
Sin embargo, las necesidades para su conservación y supervivencia son coincidentes: mantener en pie los bosques que le dan cobijo a la especie —aunque sólo sean manchones en medio de campos agrícolas— y, sobre todo, crear las condiciones para que cada vez haya más investigadores que se sumen a la tarea de aumentar las certezas y despejar las dudas en torno a un pequeño animal del cual, increíblemente, en pleno siglo XXI, se sigue sabiendo demasiado poco.