Nuestro calendario actual, el gregoriano, se remonta al siglo XVI. A continuación te contamos cuál es su utilidad y cómo funcionaba en la antigüedad.
Durante milenios, la humanidad se ha esforzado por encontrar un sistema calendario lo más preciso posible. En consecuencia, el año bisiesto surgió como una respuesta a esta necesidad, el que se traduce en incorporar, cada cuatro años, un día extra a febrero. ¿Cuál es la lógica detrás de esto?
No muchas personas saben que la tierra no tarda exactamente 365 días en dar la vuelta al sol. Hay unas adicionales 5 horas, 48 minutos y 56 segundos que no se contemplan año a año, ya que ningún calendario conformado por días enteros puede incorporarlos.
A simple vista puede no parecer demasiado, pero a medida que pasan los años, esas horas y minutos extra se acumulan y pasan la cuenta. Si no se corrige, genera importantes desfases en la precisión del calendario y su rigor en relación con las estaciones y otras fechas importantes.
El calendario en la antigüedad
Antiguamente, civilizaciones como la egipcia y la china utilizaban los calendarios lunares para medir el paso del tiempo. El problema con esta forma de medición es que los meses tienen 29,5 días, lo que hace que los años tengan solo 354.
Según explicó National Geographic, hace 5 mil años los sumerios dividían el año en 12 meses de 30 días cada uno. Es lo más cercano a lo que tenemos hoy, con 360 días. Sin embargo, también se queda corto.
Ya en tiempos de Julio César, el calendario lunar de Roma se encontraba completamente desfasado de las estaciones por unos tres meses. Como una medida drástica, el estadista determinó la implementación de un “año de confusión” el cual duró 445 días (el 46 a.C.). De esta manera, se corregiría de una vez por todas el desfase calendario.
Para que no siguiera ocurriendo este problema, los años siguientes se implementó un año de 365 días, que simplemente añadía un día bisiesto cada cuatro años. Esto, inspirado en las prácticas de los egipcios de ese entonces.
A pesar de todo, esto tampoco fue suficiente para evitar desfases.
El origen del 29 de febrero y el año bisiesto moderno
Desde la reforma calendaria de Julio César, hasta mediados del siglo XVI, la acumulación de horas no contabilizadas había producido un desfase de nada menos que 10 días. A los ojos de la Iglesia Católica, esto se hacía insostenible, especialmente por el desfase de las festividades cristianas.
El Papa Gregorio XIII decidió tomar este asunto en sus manos, reemplazando el calendario juliano por el gregoriano (de ahí su nombre). Este nuevo calendario volvía a tomar una drástica medida, aunque no tanto como la del César, al acortar el mes de octubre por 10 días. Eso sí, se hizo solo una vez.
Luego, se modificaron las reglas del año bisiesto para corregir el problema de una vez por todas.
Según explica el medio especializado: “Ahora nos saltamos los años bisiestos divisibles por 100, como el año 1900, a no ser que sean divisibles por 400, como el año 2000, en cuyo caso se respetan”.
De esta manera, se logra mantener de la mejor forma la coherencia del calendario.