“Cuando lo pregunto a mi madre si recuerda cuando estaba en segundo año de escuela y le enterré a ese chico un lápiz en la cabeza, su respuesta es siempre la misma: ‘no mucho"”.
Con esta dura frase, la doctora en psicología Patric Gagne comienza un ensayo para el Wall Street Journal donde confidencia la realidad más dura de su vida: ser una sociópata.
Durante los últimos años, Gagne ha sido parte de una cruzada, en apariencia, imposible. Lograr que la gente tenga mayor comprensión por quienes sufren sociopatía y psicopatía, dos trastornos de la personalidad que se caracterizan por una severa falta de empatía hacia los demás.
“Creo que comencé a robar antes de aprender a hablar. Para cuando tenía 6 ó 7 años, guardaba una caja en mi clóset llena de cosas robadas. Sólo para aclarar, no era cleptomaníaca. Un cleptomaníaco es una persona con el impulso irresistible de tomar cosas que no le pertenecen. Yo sufría de un impulso diferente. Una compulsión generada por la incomodidad de la apatía, la casi indescriptible ausencia de emociones sociales comunes, como la vergüenza o la empatía”, describe la psicóloga.
Aunque la psicopatía y la sociopatía comparten síntomas comunes que los hacen, en esencia, trastornos antisociales, tienen algunas diferencias importantes. Mientras un psicópata es una persona fría, carente de emociones y capaz de fingir al punto de ser encantadores; un sociópata es impulsivo, con mayor inclinación a la violencia y capaz de sentir algo de empatía por su círculo cercano, pero no más allá.
“Desde luego yo no entendía nada de esto en mi infancia. Sólo sabía que no podía sentir lo mismo que los otros niños. No sentía culpa cuando mentía. No sentía compasión cuando un compañero se hería en el patio de juegos. En realidad, la mayor parte del tiempo no sentía nada, y no me gustaba la forma en que esa “nada” se sentía. Así que hacía cosas para reemplazar ese vacío… con algo“, confiesa.
“Robaba para dejar de fantasear con violencia”
La doctora Gagne explica cómo robar a sus compañeros se convirtió en una válvula de escape para ella.
“Mi compañera Clancy me agradaba y no quería robarle, pero necesitaba que mi cerebro dejara de pulsarme y alguna parte dentro de mí sabía que eso ayudaría. Así que cuidadosamente me acerqué a ella y le solté el broche del pelo. Una vez que lo tuve en mi mano me sentí mejor, como si hubiera dejado escapar aire de un globo sobreinflado. No sabía por qué, pero no me importaba. Había encontrado una solución y era un alivio”, añade.
Un día, su madre descubrió su caja de cosas robadas y le regañó. “En alguna parte hay personas extrañando estas cosas -le dijo- Deben estar muy tristes por no poder encontrarlas. Imagina cuán tristes deben estar esas personas”.
“Cerré mis ojos y traté de imaginar lo que los dueños de esas cosas sentirían, pero no pude. No sentía nada. Cuando abrí mis ojos y miré a mi madre, sé que ella se dio cuenta”, describe Gagne.
“¿Por qué te llevaste estas cosas?”- preguntó su madre.
“Pensé en la presión que a veces sentía en mi cabeza y la necesidad de hacer cosas malas. ‘No lo sé’, respondí”.
“Bueno, ¿lo lamentas?”
“‘Sí’, le dije. Y en realidad lo lamentaba. Pero lo lamentaba porque debía robar para dejar de fantasear con violencia, no porque haya afectado a otros”, sentencia.
“Los sociópatas no somos malos ni estamos locos”
“La empatía, al igual que el remordimiento, nunca fluyeron en mí. Me eduqué en la iglesia bautista, donde los profesores hablaban de algo llamado ‘vergüenza’, la que podía entender racionalmente, pero nunca sentí. Mi incapacidad para desarrollar capacidades emocionales básicas hizo que tener amigos fuera algo muy difícil. No era que yo fuera mala o desagradable, sólo era diferente”, explica.
La doctora Gagne explica en su ensayo que durante un siglo, los sociópatas han sido condenados por los expertos en salud mental como personas sin remedio, sin saber o querer entender que, al igual que muchos otros desórdenes de la personalidad, la sociopatía se desarrolla dentro de un espectro.
“Luego de años de estudio, terapias intensivas y hasta obtener mi doctorado en psicología, puedo decir que los sociópatas no somos “malos” ni estamos “locos”. Simplemente tenemos mayor dificultad con las emociones. Actuamos para llenar un vacío y, cuando comprendí esto sobre mí, fui capaz de controlarlo”, asegura.
“Es un error bastante trágico pensar que todos los sociópatas estamos condenados a vidas sin amor ni esperanza. La verdad es que comparto un tipo de personalidad con millones de otras personas, muchos de los cuales tienen buenos empleos, familias cariñosas y amigos cercanos. Representamos una realidad difícil de creer: no hay nada inherentemente inmoral en tener un acceso limitado a las emociones, y ofrezco aquí mi historia porque sé que no estoy sola”, concluye Gagne.