La reciente encuesta Efectos de la pandemia en la salud mental, realizada por el Núcleo Milenio en Desarrollo Social (DESOC) de la iniciativa Científica Milenio, junto con el Centro de Microdatos de la Facultad de Economía de la Universidad de Chile, reveló algunos de los primeros efectos de la pandemia, a nivel de la salud mental, donde destaca que la inestabilidad social y el ser mujer, son los dos principales factores asociados a malestar emocional en este período.
Sin embargo, Francisco Flores, psicólogo director de la ONG Mente Sana, advierte que es necesario no patologizar este malestar: “este, a diferencia de otro tiempo, no es fruto de dificultades anímicas o conflicto emocionales internos, sino que es la propia realidad que se ha vuelto patólogica”.
En este sentido enfatiza “no toda tristeza es depresión, ni todo desasosiego, angustia; el malestar a veces es un intento de sobre adaptación a una realidad que nos vulnera”.
Por lo tanto, explica, más que tratamiento o medicación, “las personas y familias requieren ayuda social, ya que el problema no está en las personas sino en la propia realidad”.
Junto a ello, para el profesional, como señala el mismo estudio, no se observa un aumento significativo de la sintomatología ansiosa o depresivo en el periodo junio-octubre, pero si el peso del factor de la situación económica y de género.
“Las mujeres han visto recargada sus labores habituales, que requieren mayor desgaste emocional sumado a que muchos hogares vulnerables, hoy en día, son sostenidos por mujeres”, agregó .
En este sentido, el problema hoy en día está en no distinguir entre patología mental y malestar, lo que puede llevar, según señala el psicólogo, “a seguir el incremento del consumo de psicofármacos de manera sostenida”.
“Hay una gran discordancia, que por una parte, uno de cada cuatro chilenos, señala sentir alguna sintomatología ansiosa o depresiva, según estudios de la OMS; y por otra, el aumento sostenido del consumo de psicofármacos. Pareciera no tener más impactos que cronificar los malestares”, señala Francisco Flores, psicólogo y director de ONG Mente Sana.
No distinguir para el director de la ONG, sería como considerar, por ejemplo, todo duelo como depresión. “La mayor de las veces no es así. Hoy existe un impulso por desterrar cualquier emoción displacentera, por imperativo cultural pero también de la industria farmacológica”, agrega.
“Los fármacos pueden ser de mucha ayuda en patologías severas e inhabilitantes. Pero en los problemas cotidianos, más bien al contrario: el remedio resulta peor que la enfermedad”, agregó.
Por ello se hace fundamental que los pacientes pidan información a sus médicos, cuando les prescriban alguno de esto medicamentos, y que ellos les adviertan sobre sus posibles efectos secundarios
Actualmente se comercializan al año (2019), 4 millones de cajas de tranquilizantes y ansiolíticos; 4 millones y medio de antidepresivos y casi 2 millones y medio de inductores del sueño.
Diferencias entre tristeza y depresión
“La tristeza es una emoción básica que experimentamos por situaciones negativas: cuando muere un ser querido, no se cumplen las expectativas personales… Es como el miedo, la rabia, el asco”, asegura el psiquiatra Luis Caballero, vocal de la Sociedad Española de Psiquiatría, al diario español El País.
“En cambio, la depresión es una enfermedad, en el sentido psiquiátrico, en la que hay una tristeza patológica que es intensa y más duradera y que está asociada a otros síntomas. Estos son la anhedonia (la incapacidad para sentir placer), la abulia (notable falta de energía), la pérdida de peso y apetito, trastornos del sueño, fatiga, dificultades para concentrarse, y sucesión de ideas reiteradas de sentimiento de culpa, preocupación excesiva por la salud y fantasías suicidas”, especifica.
Si bien la depresión puede ser desencadenada por hechos concretos, también puede aparecer sin causa aparente. “Puede surgir en una vida normal, sin pasar por situaciones estresantes”, explica Caballero.
Por otro lado, la tristeza es pasajera, mientras la depresión -que incluye pérdida de interés y agotamiento- dura al menos dos semanas.
Además, la tristeza no afecta mayormente la funcionalidad de la persona, mientras que la depresión sí lo hace. Asimismo, implica pérdida de autoestima e identidad, cosa que no pasa con la tristeza.
“Se ha frivolizado con la palabra depresión” dice el especialista, añadiendo que además la depresión suele confundirse a veces con el trastorno adaptativo. “Es un proceso de tristeza que dura unos seis meses y que presenta síntomas depresivos, pero no lo es realmente, como ocurre con la pena cuando perdemos un trabajo o a un ser querido”, comenta.