Desde hace mucho tiempo, los investigadores saben que durante el embarazo ocurren varios cambios fisiológicos y anatómicos que contribuyen a la formación de cálculos renales, pero no había evidencia de esta vinculación. Ahora, los investigadores de Mayo Clinic creen haber encontrado esa evidencia.
Un estudio observacional que revisó los expedientes médicos de casi 3000 pacientes femeninas, entre 1984 y 2012, descubrió que el embarazo aumenta el riesgo de sufrir los primeros cálculos renales sintomáticos. El riesgo llega al máximo alrededor del parto y mejora hacia el primer año después del nacimiento, aunque todavía persiste un riesgo moderado de desarrollar cálculos pasado el primer año del parto.
El estudio se publicó en la American Journal of Kidney Diseases (Revista Americana de Enfermedades Renales) e incluyó a 945 mujeres que presentaron sus primeros cálculos renales sintomáticos y a 1890 mujeres cotejadas por edad que sirvieron de sujetos de control. El propósito del estudio era determinar si el riesgo para un primer cálculo renal sintomático aumentaba con el embarazo y si el riesgo variaba entre el período previo al mismo, durante el embarazo y después de este.
“Sospechábamos que el riesgo de un evento de cálculos renales era mayor durante el embarazo, pero nos sorprendió ver que el riesgo permanece alto hasta un año después y que hasta pasado el primer año del parto, aún persiste un riesgo ligeramente mayor para cálculos renales. Los resultados implican que a pesar de que la mayoría de los cálculos renales formados durante el embarazo se detecten pronto debido a su dolorosa expulsión, algunos permanecen estables en el riñón y no se detectan durante largo tiempo, hasta que se desprenden y expulsan con mucho dolor”, comenta el Dr. Andrew Rule, nefrólogo de Mayo Clinic y autor experto del estudio.
El diagnóstico más frecuente para una hospitalización por razones no obstétricas en una mujer embarazada es un evento de cálculo renal sintomático. Los estudios revelan que el cálculo renal sintomático se presenta en 1 de entre 250 y 1500 embarazos, muy a menudo en el segundo y tercer trimestres. Aunque no son frecuentes, los cálculos renales provocan complicaciones importantes, que oscilan desde preeclampsia e infección de vías urinarias hasta prematuridad en el trabajo de parto y parto mismo, además de pérdida del embarazo.
El Dr. Rule añade que durante el embarazo, puede resultar complicado diagnosticar los cálculos renales porque existen pocas alternativas de imágenes diagnósticas debido al problema de la exposición a la radiación. El tratamiento también es complicado debido a inquietudes de índole obstétrica.
“Existen varias razones fisiológicas por las que el embarazo puede contribuir a la formación de cálculos renales”, señala el Dr. Charata Thongprayoon, nefrólogo de Mayo Clinic y autor corresponsal del estudio. Durante el embarazo, la compresión y la relajación de los uréteres debido a la elevación en la hormona progesterona causa estasis urinaria en el cuerpo. Además, la mayor excreción urinaria de calcio y la elevación en el pH de la orina durante el embarazo pueden llevar a la formación de cálculos de fosfato de calcio.
Saber que hay más riesgo para cálculos renales durante el embarazo y el período del puerperio ayuda a los proveedores de atención médica a ofrecer estrategias diagnósticas y preventivas a las madres.
“La obstrucción urinaria debida a cálculos renales provoca un tipo de dolor que algunos pacientes describen como lo peor que han sentido en su vida. Durante el embarazo, un cálculo renal puede contribuir a la presencia de complicaciones graves y los resultados de este estudio indican que vale la pena aconsejar al respecto durante el período prenatal, especialmente a las mujeres que tienen otros factores de riesgo, como obesidad”, explica el Dr. Thongprayoon.
En general, las recomendaciones alimentarias para prevenir el problema de los cálculos renales incluyen ingerir mucho líquido y consumir poca sal. Los expertos de Mayo Clinic también recomiendan que durante el embarazo se ingiera una cantidad adecuada de calcio, al menos 1000 miligramos granos, preferiblemente de fuentes alimentarias, como los productos lácteos, en lugar de tomar suplementos de calcio.
El estudio examinó los datos del Proyecto Epidemiológico de Rochester, que es una colaboración entre clínicas, hospitales y otras instituciones de atención médica en Minnesota y Wisconsin, así como de miembros de la comunidad que consintieron en compartir sus expedientes médicos en beneficio de la investigación. El proyecto permite llevar a cabo investigaciones cruciales para descubrir causas, tratamientos y curaciones para las enfermedades. Cuenta con el apoyo de los Institutos Nacionales de Salud, del Servicio de Salud Pública de Estados Unidos y del Centro Nacional para el Avance de las Ciencias Traslacionales.
El estudio recibió el apoyo del Centro O’Brien para Investigación Urológica en Mayo Clinic, así como de subsidios del Instituto Nacional de la Diabetes y de las Enfermedades Digestivas y Renales. Los autores no declaran ningún interés económico relevante.