Justo cuando empezaba a recuperar los sentidos del olfato y del gusto tras haberse infectado con coronavirus en abril de 2020, Ricky Thomson volvió a dar positivo por COVID-19 y perdió nuevamente estos sentidos: “Estaban empezando a regresar y luego volvieron a desaparecer”, dijo a DW.

Para el australiano de 28 años los seis meses que pasó con pérdida del gusto y el olfato son un recordatorio de la importancia que tienen los sentidos para conectarnos con la realidad. También resultó ser algo muy incómodo: “Cuando empezaron a abrir de nuevo los gimnasios me sentí muy cohibido por el hecho de que pudiera oler mal y que no pudiera notarlo. No podía older el desodorante ni nada”, narró.

La pérdida del sentido del olfato -o anosmia- era una afección relativamente desconocida. Ahora forma parte clave del diagnóstico del COVID-19. El porcentaje exacto de personas que experimentan la pérdida del olfato varía según los estudios, pero la mayoría de las investigaciones consideran que es un efecto secundario común. Algunos pueden incluso experimentar la pérdida de la quemestesis -sensibilidad de la piel y la mucosa, por ejemplo, en la lengua-.

¿Cuáles son las consecuencias?

Muchos dicen que podrían prescindir del oflato, pero los expertos advierten que es un sentido mucho más importante de lo que se cree. La pérdida del olfato puede ser “extremadamente traumática para las personas. Desafortunadamente, mucha gente no se da cuenta de eso”, explicó Rachel Herz, psicóloga y neurocientífica de la Universidad de Brown, en Estados Unidos.

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Los olores se procesan de forma diferente a los otros cuatro sentidos. Es el único sentido que evita el tálamo -el centro de transmisión sensorial del cerebro- y va directamente a la corteza olfativa primaria, donde se procesan y almacenan los recuerdos: “Esa vía neurobiológica es la razón por la que el olor evoca recuerdos y causa reacciones tan fuertes”, afirma Julie Walsh-Messinger, psicóloga clínica de la Universidad de Dayton, en EE. UU.

“Nuestro sentido del olfato es realmente lo que impulsa el comportamiento social“, añadió Walsh-Messinger, quien lleva años estudiando la pérdida de olfato a nivel académico y se infectó con el virus en marzo de 2020, por lo que experimentó estos síntomas por sí mismo.

La pérdida de olfato se ha relacionado con mayores tasas de depresión y ansiedad. Una investigación publicada en julio de 2020 descubrió que las personas que habían recuperado su sentido del olfato tras sufrir el COVID-19 experimentaron una mejora en su bienestar mental y en su nivel de interacción social.

¿Cómo causa el COVID-19 la pérdida del olfato?

Aunque la ciencia aún no se pone totalmente de acuerdo, un consenso emergente sostiene que el coronavirus altera las células en la nariz, provocando la pérdida de olfato. En la nariz se encuentra el epitelio olfativo, que alberga neuronas olfativas -responsables de detectar el olor- y otros dos tipos de células, las basales y las de soporte. Estas últimas tienen un alto número del tipo de enzimas que necesita el SARS-CoV-2 para entrar.

Esto significa que el virus se une muy fácilmente a este tipo de células en la nariz y, al hacerlo, los científicos creen que crea una inflamación que hace que las neuronas sensoriales olfativas se apaguen, señaló Rachel Herz.

“Me molesta es que la gente no se cubra la nariz con la mascarilla. Esa es una de las principales vías de entrada del virus”, declaró a DW.

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¿Y el gusto?

Aún no está claro cómo el virus afecta al sentido del gusto y la quemestesis de las personas, advirtió en tanto Masha Niv, profesora asociada de la Universidad Hebrea de Jerusalén, en Israel.

“El gusto está alterado en muchos pacientes COVID-19 (~70%), y sabemos que es realmente ese síntoma, porque se informa que los sabores dulce, salado, amargo y ácido están alterados”, explicó Niv a DW.

Un amplio estudio internacional realizado en junio de 2020, del que es coautora Niv, descubrió que la quemestesis afectaba a cerca del 50% de los pacientes con COVID-19 que declaraban haber perdido el olfato y el gusto.

Aunque el gusto y la quemestesis son sentidos distintos que dependen de los receptores gustativos y los nervios sensoriales, en combinación con el olfato, los tres desempeñan un papel en lo que consideramos el “sabor” de los alimentos y las bebidas.

¿Qué se puede hacer al respecto?

En sus inicios, los investigadores temían que el virus infectara las neuronas olfativas de la nariz que envían señales al cerebro, y que por tanto tuviera una ruta directa al cerebro. Sin embargo, la teoría se descartó con estudios posteriores, que demostraron que apenas llegaba al cerebro.

Los expertos aseguran que el olfato se puede recuperar. Para ello recomiendan reunir una serie de aromas potentes -como limón, canela o menta- y olerlos individualmente durante unos 10 segundos cada uno, varias veces al día y durante unos meses.

De este modo, el cerebro se entrena de nuevo para reconocer el olor, lo que hace que los receptores olfativos se vuelvan a estimular y activar: “La buena noticia es que el COVID-19 no ha producido daños neurológicos en estas neuronas sensoriales. Hay esperanza de una recuperación”, agregó Herz.

En cuanto a Thomson, su sentido del olfato y del gusto han vuelto a la normalidad sin la necesidad de entrenar el olfato. Y cuando los gimnasios de Londres vuelvan a abrir sus puertas, podrá ir más tranquilo.