Señor Director:
El reciente corte de luz que dejó a gran parte del país a oscuras ha puesto en evidencia las vulnerabilidades de nuestro sistema eléctrico y la falta de preparación para enfrentar este tipo de emergencias. No es solo un problema de incomodidad o molestias domésticas; la interrupción prolongada del suministro afecta la salud, el trabajo y múltiples áreas esenciales para la vida diaria.
Sin embargo, una vez más, parece que esperamos a que ocurra una catástrofe para recién tomar medidas, a pesar de vivir en un país con una historia marcada por eventos naturales extremos.
Transparencia, comunicación, responsabilidad, cautela y protocolos son elementos esenciales que deberían estar más consolidados en las empresas eléctricas y en las autoridades. Lo más preocupante no es solo la falla en sí, sino la ausencia de información clara y la lentitud en la respuesta de las compañías privadas, lo que exacerba la sensación de inseguridad, además de afectar la movilidad de la capital y las regiones donde los tiempos de reposición suelen ser más largos. Esta falta de reacción nos trae a la memoria momentos históricos estresantes que todo chileno adulto aún recuerda.
Sin embargo, también me permito hacer una reflexión distinta. Vivo en un barrio del sur de Chile, rodeado de naturaleza, y cuando mi celular se apagó por falta de batería, no me quedó otra opción que salir al patio. Avancé 53 páginas de un libro, mientras mi vecina, que trabaja desde casa, aprovechó para coser y compartir con su familia. Luego, saqué a pasear a mi perro y, en el trayecto, otra vecina me sugirió juntar agua, mientras otra ofrecía ayuda por si surgía alguna necesidad como siempre la solidaridad entre nosotros abunda.
Y entonces viví un déjà vu: niños jugando en la plaza con sus padres, jóvenes pateando una pelota, vecinos conversando tranquilamente en las veredas, parejas caminando de la mano y familias jugando a las cartas en los antejardines, ningún celular. El único sonido importante eran las risas de los niños, los ladridos de los perros y el canto de los pájaros. Al volver a casa, escuché aplausos y gritos: la luz había regresado.
Tuve sentimientos encontrados. Una parte de mí estaba molesta y preocupada por la fragilidad de nuestro sistema eléctrico, pero otra, muy grande, no quería que volviera la electricidad. Por un instante, volví a mi niñez, a un tiempo donde las conexiones humanas eran más simples y genuinas.
En un mundo donde las pantallas dominan cada aspecto de nuestra rutina, quizás vale la pena reflexionar sobre la importancia de desconectar para volver a lo esencial: vivir.
Escribe Daniela Huerta Escobar
Concepción
