Estimado director:

He leído con sumo interés la carta publicada ayer en el espacio Tu voz, “Me niego a heredar la desinformación sobre el legado de Pinochet”. Reconozco la pasión con la que el autor aborda el tema, propia de quien, quizás por falta de información o formación, busca llenar los vacíos que la memoria colectiva ha dejado.

Si bien valoro su intención, me permito, como docente, ofrecer algunas reflexiones complementarias.

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Un renombrado economista postuló que la “herencia es un error de cálculo”, si bien lo decía en términos fiduciarios y monetarios, también dejaba entrever cierta postura temporal a lo que debiese ser importante. Priorizar el presente por sobre el futuro, o para fines de esta columna, sería priorizar una adecuada reflexión del pasado versus los intereses ideológicos y proselitistas.

En primer lugar, el autor de la carta señala la persistencia de una narrativa distorsionada sobre el régimen militar. En este punto, convergen diversas afirmaciones que han obstaculizado el pensamiento crítico sobre este período. Desde la justificación del golpe “en el contexto de la época”, pasando por la idea de que “las fuerzas armadas nos salvaron”, hasta la idealización de “Allende como estadista”. Independientemente de si esto se debe a una deficiente cobertura curricular o a un sesgo en la enseñanza, lo cierto es que contribuye a perpetuar la polarización entre “ellos” y “nosotros”.

En segundo lugar, el autor advierte sobre la necesidad de combatir la desinformación y evitar “la trampa de los discursos revisionistas”, apelando a la reflexión sobre estos mismos. Sin embargo, como señala Byung-Chul Han en su libro En el Enjambre (2014), vivimos en una era de “infoxicación”, donde “el principal síntoma es la parálisis de la capacidad analítica… El exceso de información atrofia el pensamiento, la capacidad de distinguir lo esencial de lo no esencial”.

Esta parálisis se evidencia en declaraciones como la del líder del PC, quien, en un medio nacional, planteó: “todos saben que nosotros tenemos una mirada distinta, pero hay una razón, que es a donde yo quería llegar. ¿Quién califica, respecto a los que se están por manos, qué es una dictadura? Y si aplanamos, y todo lo que sea repudiable es dictadura, ojo que estamos de alguna forma también alivianando lo que fue la real dictadura en Chile”.

Humberto Maturana, en La realidad: ¿objetiva o construida? (1996), explica que “hacemos diferenciaciones en el lenguaje”, buscando aseverar que “ciertas identidades existen independiente de nosotros”, en lugar de reconocer que estas emergen a partir de nuestras interacciones. Eventos como las dictaduras, por su naturaleza, no deberían admitir matices ni dobles lecturas. Si bien no podemos asegurar que Carmona sufra de desinformación, sí se puede observar una “parálisis en la capacidad analítica”.

En tercer lugar, el autor de la carta llama a aprender del pasado, afirmando que “la historia no se debe olvidar”, como si la disciplina histórica fuera un mero registro de hechos y fechas. La Historia no es una crónica inerte, sino una invitación a la reflexión crítica sobre los sucesos que nos configuran, un punto de partida para el encuentro entre “ellos” y “nosotros”.

A estas reflexiones, añado una consideración fundamental: el grave riesgo de que los extremos ideológicos se apropien del pasado. Cuando esto ocurre, se simplifican narrativas complejas, reduciéndolas a esquemas maniqueos de buenos y malos, donde el contexto y la complejidad histórica se diluyen. Esta apropiación selectiva, que destaca solo los hechos que confirman la propia visión ideológica, genera una polarización que dificulta el diálogo y la construcción de una memoria colectiva integradora. Se imponen “verdades” absolutas que impiden el análisis crítico.

Este fenómeno se manifiesta en la creación de mitos y la demonización del adversario, obstaculizando un análisis objetivo. Los extremos instrumentalizan la historia para justificar acciones presentes y futuras, perpetuando ciclos de división. Por lo tanto, es crucial promover un estudio riguroso y plural de la historia, que fomente el pensamiento crítico y el debate informado. La historia no pertenece a ningún bando; pertenece a todos y debe ser un espacio de encuentro y reflexión, no de confrontación.

Estimado estudiante, permítame extenderle la siguiente invitación: si el mismo ímpetu que dedica a alertar y defender estos legítimos principios lo invirtiera en cultivar la reflexión y comprender la naturaleza transitoria de la Historia, podría alcanzar una perspectiva más profunda.

Entender que los hechos históricos, si bien ocurrieron de una manera específica, podrían haber acontecido de otra forma, nos libera de la causalidad determinista. Como señala Carlos Peña, “lo que pasó fue fruto de la libertad”, lo que subraya la importancia de construir un relato o una narrativa en comunidad. Tal como afirmó Walter Benjamín, “no hay documento de cultura que no lo sea al tiempo de barbarie”, no es desde la barbarie donde debemos conocer, reconstruir y reflexionar sobre el pasado.

Atentamente,

Claudio Correa
Docente

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