Por Leslie Vega Muñoz
Dra. en Investigación e Innovación Educativa (UMA, España)
Y es que las agresiones físicas y verbales, la falta de valoración de la labor docente por parte de estudiantes, apoderados y hasta de los directivos, son la constante que se repite una y otra vez dentro de las aulas de clases, viciando el clima laboral en las instituciones educativas.
Y cuando hablo de directivos, no me refiero a los equipos de gestión que lideran, o al menos eso tratan de hacer, sino más bien a quienes desde una administración educativa delegada, administran los recursos económicos y humanos de cada una de las comunas de este largo y angosto país. Tan angosto, como los recursos que llegan a los establecimientos educativos una vez que han pasado por innumerables filtros burocráticos.
La mayor deserción laboral
Y es que para nadie es una incógnita que la labor de educar está cada vez más compleja de llevar a cabo. Basta solo con que te pongas a pensar en algún profesor, conocido o familiar que tengas, para darte cuenta que en más de alguna ocasión lo has escuchado decir acerca de lo agotado y desmotivado que se siente luego de haber visto pasar estos 8 meses que van de este año académico o quizás, de lo que va de su vida laboral.
No es de extrañarnos que, dentro de las profesiones con mayor deserción al quinto año laboral, sean justamente las carreras de pedagogía, liderando este ranking: Educación Parvularia y Enseñanza Media (CIAE 2021), cuyas principales razones, según Ávalos y Valenzuela (2016), serían las siguientes:
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1. Insatisfacción con las oportunidades de desarrollo profesional disponibles.
2. Ingreso insuficiente para satisfacer las necesidades vitales.
3. Falta de beneficios complementarios adicionales adecuados.
4. Insatisfacción con el liderazgo de la gestión.
5. Insatisfacción con las condiciones de la escuela (seguridad, materiales, etc.)
6. Falta de influencia sobre las políticas y prácticas de la escuela.
7. Deseo de mejorar el estándar de vida.
8. Insuficiente libertad para tomar decisiones pedagógicas al hacer clases.
9. Deseo de seguir estudiando para tener más oportunidades en el campo educacional.
10. Número de estudiantes demasiado alto.
Cuidar a quienes enseñan
La OMS define salud mental como “un estado de bienestar mental que permite a las personas hacerse frente a los momentos de estrés de la vida, desarrollar todas sus habilidades, poder aprender y trabajar adecuadamente y contribuir a la mejora de su comunidad”. Por lo tanto, queda de manifiesto la urgencia de repensar el quehacer docente en el Chile actual, poniendo en el centro del debate a quienes están en las aulas atendiendo a la diversidad y que conviven y palpan la crisis social que heredamos de un largo periodo de confinamiento con un nulo apoyo a la salud mental. Y cuando hablo de poner en el centro al profesorado, hablo de escuchar, atender, valorar y hacer eco de sus necesidades.
En este contexto, invito a las comunidades educativas, a los decisores de políticas y a la sociedad en su conjunto, a reflexionar sobre cómo podemos contribuir a un entorno donde los educadores se sientan valorados, escuchados y apoyados. La transformación comienza con un diálogo genuino y un compromiso colectivo para crear espacios que fomenten el bienestar y la profesionalización del profesorado.
Recordemos que detrás de cada aula hay personas que no solo enseñan, sino que también inspiran, cuidan y moldean a las generaciones del mañana. Nuestro deber es garantizar que esas voces sean reconocidas y que sus necesidades sean atendidas. Solo así podremos aspirar a un sistema educativo que no solo forme profesionales competentes, sino también seres humanos resilientes, capaces de enfrentar los desafíos de un mundo en constante cambio.
La salud mental de nuestros educadores es la piedra angular de una educación transformadora. Reflexionemos y actuemos en consecuencia.