Por Miguel Vargas
Vocero de la Asamblea de Estudiantes del INBA, 2022.
Veo con dolor las declaraciones agresivas, surgidas de la mala fe o del desconocimiento, que han realizado diversas autoridades, entre ellas el alcalde electo de Santiago, sobre la triste situación en el liceo del que orgullosamente egresé, el Internado Nacional Barros Arana.
Cuando llegué al INBA, la violencia estaba ya normalizada. La “mano dura” de Alessandri legitimó la agresión de lado y lado, rompió completamente el diálogo y dividió a la comunidad educativa. El rector Uribe corría por los pasillos para no toparse con algún estudiante (lo vi en mi primer día de clases, cuando intenté saludarlo y se escabulló). Renunció antes de hacerse pública la red de delación que habría concertado con el municipio.
Siendo dirigente, experimenté las agresiones y amenazas en carne propia; lo mismo vivían múltiples compañeros, docentes, directivos y trabajadores. Buscar el diálogo era visto con recelo por grupos que habían hecho de la violencia su única bandera.
Esto empezó a cambiar cuando María Alejandra Benavides, no sin reticencias de nuestra comunidad (yo incluido, por cierto), asumió la rectoría del Internado en medio de una crisis sin precedentes, que abarcaba desde deficiencias alimentarias hasta barricadas casi cada día, lo que no permitía siquiera terminar las jornadas de clases. En su primera semana al mando, la rectora sufrió un atentado incendiario que terminó con la quema de su oficina. Ella siguió adelante.
La diferencia empezó a verse con celeridad. Se reforzó el trabajo y la coordinación de los inspectores para prevenir conflictos, se empezó a pedir cuentas a los profesores por cada inasistencia que estos tenían. A los estudiantes, se les inculcó el valor de cada uno de ellos en el buen funcionamiento del Internado. A diferencia de otros rectores, María Alejandra conversaba y se preocupaba de todos sus alumnos. Por primera vez, éramos tratados como personas y no como potenciales delincuentes. El himno del Internado se volvía a escuchar en los actos oficiales.
Este día del patrimonio, decidí revisitar mi liceo. Me sorprendió un acto artístico protagonizado por los mismos estudiantes, mientras alumnos voluntarios y exalumnos del INBA dirigían recorridos por el Museo Histórico del Internado (renombrado en honor a Julio Torres, insigne funcionario y exalumno recientemente fallecido). Cuando yo ingresé, eso no hubiera sido posible. Profesores me contaban, emocionados, que por fin podían dar clases con regularidad e idear proyectos como este con sus alumnos.
La violencia es un fenómeno difícil de erradicar, sobre todo tras décadas de normalización. Gobiernos municipales y nacionales de distinto signo no hicieron más que profundizar su inserción en las comunidades educativas de Santiago. He sido testigo, sin embargo, de que el buen trabajo, silencioso pero constante, rinde frutos valiosos que en el largo plazo pueden devolver a la escuela pública su rol histórico: brindar a jóvenes de esfuerzo, sin importar su clase social, comuna de procedencia o preferencia política, las herramientas necesarias para seguir sus vocaciones y trabajar por un Chile mejor.
Señor alcalde electo, Mario Desbordes: quisiera pedir a usted, con toda humildad, que su prioridad en cada gestión educativa sea el bienestar de los miles de jóvenes que se educan en Santiago. Que dialogue con estudiantes, trabajadores y docentes antes que imponer decisiones arbitrarias. Que las consignas electorales, por muy sentidas que sean, no socaven el futuro de las nuevas generaciones.