Por Fernando Torres
Director Escuela de Química y Farmacia UNAB
En los últimos años, la sumisión química se ha convertido en una preocupante práctica delictiva, especialmente hacia mujeres en situación de vulnerabilidad. La administración de drogas como GHB, ketamina, escopolamina y benzodiacepinas con el fin de anular la voluntad de una persona y facilitar agresiones sexuales es un crimen que requiere acciones urgentes para proteger a futuras víctimas.
Estas sustancias, usualmente mezcladas con bebidas alcohólicas, generan desinhibición, pérdida de conciencia y amnesia. Las víctimas suelen no recordar lo ocurrido, dificultando la denuncia e investigación del delito. Aquí radica el desafío: la impunidad que rodea a estos casos, en parte, debido a la confusión y desconocimiento de los afectados.
Sumisión química, una forma de violencia
El GHB o éxtasis líquido es uno de los agentes más comunes en estos crímenes. Produce una fuerte sedación y amnesia temporal. Otro fármaco es el flunitrazepam, una benzodiacepina que genera somnolencia y pérdida de memoria a corto plazo. La ketamina, a su vez, utilizada en medicina veterinaria, causa desorientación y, en dosis altas, inmovilidad. La escopolamina o burundanga, famosa por su capacidad para inducir amnesia y delirio, puede llegar a causar parálisis muscular y, en casos extremos, la muerte.
En un contexto donde las víctimas muchas veces no son conscientes de lo ocurrido, resulta fundamental prestar atención a las señales de alerta y tomar medidas preventivas, como evitar consumir bebidas de personas desconocidas y limitar el consumo en situaciones de riesgo.
Sin embargo, la solución no debe recaer únicamente en las víctimas. Debemos exigir una respuesta de las autoridades para prevenir y sancionar estos delitos. La sumisión química es una forma de violencia que atenta contra la integridad y la autonomía de las personas. Cada denuncia y caso que sale a la luz es un paso hacia un sistema que proteja y ampare a quienes más lo necesitan.