Por: Jorge Caradeux Estay
Cientista Político con especialidad en Relaciones Internacionales
Gabriel Boric: El mensaje y sus consecuencias
La política tiene una ironía implacable: lo que debía ser una rutina propia de las labores del mandatario terminó transformándose en un escaparate de la descomposición interna que parece reinar en su administración. Y es aquí donde Gabriel Boric expone una debilidad crucial para cualquier líder político: su incapacidad para controlar el mensaje y sus consecuencias. Nuestro mandatario parece no entender aún la diferencia entre la transparencia que fortalece y la imprudencia que socava. Este ha sido un talón de Aquiles constante que ha marcado en más de una ocasión el legado que dejará al mando de la presidencia.
En política, como en la vida, muchas veces la coherencia es más valorada que la verdad. Y Boric, al decidir contestar durante más de 50 minutos las preguntas de una prensa que de antemano olía la sangre, terminó lanzándose de cabeza al abismo de sus propias contradicciones. Pero el presidente, lleno de un optimismo incomprensible, decidió inmolarse frente a la prensa, olvidando una lección esencial en el arte de gobernar: en tiempos de crisis, la prudencia es el mayor de los aliados.
Las grietas en el Caso Monsalve
El primer acto de esta tragedia comunicacional tiene como telón de fondo el caso del subsecretario Manuel Monsalve, acusado de un delito gravísimo. El presidente Gabriel Boric, en un gesto que delata su falta de preparación, ofreció en pocos minutos tres versiones diferentes sobre cuándo y cómo se le pidió la renuncia al exsubsecretario.
¿El martes? ¿El miércoles? ¿El jueves? ¿Qué importancia tiene el día exacto? dirán algunos. Sin embargo, dicha discrepancia no es trivial.
En política, los detalles son cruciales, y cuando el presidente de un país se enreda en sus propias versiones de los hechos, no solo se ve afectada la persona que ostenta el cargo, sino que profundiza aún más la desconfianza pública de manera irreversible. Pero, como si la confusión inicial no hubiera sido suficiente, la situación se agravó rápidamente cuando, en el mismo punto de prensa, Boric cometió otro error que añadió más tensión al escenario.
El segundo acto de esta tragedia pone de manifiesto la ineptitud de su gestión. Ante la revelación de que Monsalve había revisado las cámaras de seguridad del hotel en compañía de agentes de inteligencia, donde podría existir evidencia de hechos constitutivos de un eventual delito, nuestro mandatario, con la inocencia de quien no comprende las implicancias de sus palabras, lo mencionó públicamente.
Este gesto, que, a primera vista, podría parecer irrelevante para quienes no están familiarizados con las lógicas propias del sistema, abre una grieta política y eventualmente judicial que podría tener consecuencias devastadoras para los implicados. La oposición, ávida de sangre como ocurre en la mayoría de estos casos, no tardó en acusar a Monsalve de obstrucción a la justicia.
Más allá de la veracidad de las acusaciones que tendrá que determinar la propia justicia, lo relevante aquí es que Gabriel Boric, al no controlar el flujo de información, permitió que un simple comentario se convirtiera en un problema mayúsculo que, quiera o no, sacude los cimientos de su gobierno.
Si la divulgación imprudente ya debilitaba la confianza en su liderazgo, lo que ocurrió después expuso problemas aún más graves: la incapacidad para coordinar y confiar en su propio equipo de comunicación.
La labor de los equipos
Por eso, el tercer acto de esta tragedia, y quizás el más patético, es la humillación pública de su jefa de prensa. En política, como en cualquier otra esfera de la vida, la confianza en el equipo es un elemento fundamental. Boric, al desdeñar las advertencias de su jefa de comunicaciones, no solo demostró un desprecio alarmante por la labor de su equipo, sino que además exhibió una peligrosa tendencia a improvisar en situaciones que uno esperaría exigen la máxima planificación.
La imagen de un presidente reprendiendo a su colaboradora en público es, para decirlo suavemente, una burla para quienes dicen ser los elegidos para defender los intereses de las mujeres. Este episodio no solo deja en evidencia una fractura en la cohesión de su administración, sino que también muestra la falta liderazgo un colaborativo, un atributo esencial para cualquier jefe de Estado.
La comunicación en cualquier institución pública o privada, tanto interna como externa, es siempre la piedra angular de cualquier gestión exitosa. En las empresas públicas o privadas, existe un mantra muy conocido: sin un mensaje claro y coherente, reina el caos. Gabriel Boric parece haber olvidado o desconocer por completo este principio básico, dejando que su gobierno se desmorone ante la mirada atónita de un país que, poco a poco, se ha ido acostumbrando a este tipo de escándalos políticos.
La confianza en crisis
La incapacidad del presidente para mantener un relato consistente, su tendencia a hablar más de la cuenta y su desdén por los consejos de su equipo lo han dejado expuesto, vulnerable no solo ante una oposición que no perderá la oportunidad de aprovechar cada uno de sus deslices, sino ante un país que ha perdido total confianza en la clase política y no ve ninguna alternativa real entre quienes se presentan como cartas para ocupar los cargos de elección popular.
Para quienes estamos familiarizados con el estudio de la política en su concepción más estratégica, estos “errores” comunicacionales pueden entenderse como heridas mal curadas: se infectan, se gangrenan y, si no se tratan a tiempo, pueden terminar siendo fatales para un sistema que, por cierto, no es afín a quienes actualmente lo comandan.
Por ello, no es descabellado inferir que muchos de estos tropiezos comunicacionales, lejos de ser simples fallas, podrían estar insinuando una estrategia destinada a desafiar el statu quo actual, con el fin de redefinir el panorama político y abrir nuevamente las puertas a cambios profundos en las actuales dinámicas de poder.