No es posible hacer políticas públicas libres de ideología. Sin embargo, la relación entre ambas puede ser viciosa o virtuosa.

Para lograr lo segundo, hay que identificar los elementos que requiere la justificación de una política. Uno de ellos son los valores y estos orbitan el ámbito de la ideología. No encuentran un hábitat ideal en la discusión científica.

Los pilares de una política virtuosa en tiempos de incertidumbre

La dificultad no desaparece porque algunos valores sean ampliamente compartidos. La mayoría de las políticas implican conflictos entre valores de extensa adhesión. Ni el sentido común, ni la ciencia nos dan fórmulas para resolverlos. Aun así, estas preferencias no están más allá de toda discusión racional.

La reflexión filosófica ayuda a tomar posiciones razonadas. Por ello, un primer pilar de una relación virtuosa es transparentar y discutir el menú valórico que implementa una política. La actitud viciosa que se le opone es la de ocultarlo bajo el manto de lo aparentemente técnico.

La tecnocracia suele generar una sobrerreacción inversa: minusvalorar la evidencia científica. La evaluación de una política depende de sus consecuencias, en cuyo esclarecimiento la ciencia tiene una ventaja comparativa. Un segundo pilar del vínculo virtuoso es, por ende, el uso intensivo de la ciencia para ese fin.

Las dificultades no acaban acá. La ciencia no tiene respuestas certeras para todo problema: es falible y avanza por ensayo y error. En las ciencias sociales hay limitaciones adicionales que ralentizan este avance, permitiendo la coexistencia de teorías rivales por mucho tiempo, sostenidas por afinidades ideológicas.

De esto surge un tercer pilar: transparentar la incertidumbre científica y los límites de nuestro saber. El conocimiento de nuestra ignorancia nos ahorra daños e incentiva su superación.

Acemoglu, Johnson y Robinson: Nobel de Economía 2024

La justa apreciación del reciente premio Nobel de economía a Acemoglu, Johnson y Robinson necesita tener en cuenta todo esto. El premio es un adecuado reconocimiento a sus contribuciones científicas, las cuales no deben ser tratadas como una máquina expendedora de recetas infalibles. Cuando estos economistas dan su opinión acerca de un tema, en ella se mezclan su conocimiento y sus valores de manera no siempre transparente. Es tarea del público discriminar ambas cosas.

Pero, aun si no compartimos el menú valórico de los laureados, no debe desconocerse la calidad científica de sus ideas.

Esto me lleva a un último punto: un mérito que no se ha destacado lo suficiente es la metodología que los llevó a sus conclusiones. La teoría institucional del desarrollo que han defendido no es tan novedosa. Obtuvieron el premio por defenderla frente a sus alternativas usando evidencia cuasiexperimental.

La relevancia de estos métodos (ya reconocidos en los premios de 2019 y 2021) es que nos ayudan a inclinar la balanza de la evidencia entre teorías rivales respecto de las cuales puede haber alta sensibilidad política. Por supuesto, no son fórmulas mágicas. Pero son un paso importante para mejorar el mundo de manera pacífica.

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