Hace poco más de una semana, el Instituto Nacional de Estadísticas y Censos de Argentina divulgó el dato oficial de la pobreza. Las cifras son alarmantes: el 52,9% de las personas en el país están por debajo de la línea de la pobreza, mientras que el 18,1% se encuentra por debajo de la línea de indigencia, esto es, sus ingresos no son suficientes para adquirir la llamada “Canasta Básica Alimentaria”.

Si la foto es mala, peor es la película, puesto que, contra el último semestre de 2023, la pobreza saltó 11 puntos porcentuales, mientras que la indigencia lo hizo en 6.

Frente a este escenario, y dada la coyuntura donde Argentina es conducida por el autoproclamado “primer presidente liberal libertario del planeta”, no son pocos los que, desde la izquierda, han salido a adjudicarle a las ideas liberales la pobreza del país. Como si el mundo hubiese empezado a girar en diciembre de 2023, algunos olvidan las causas necesarias para que ciertos eventos ocurran.

Ante todo, no está mal recordar que, bajo la misma vara, el país había cerrado el año pasado con 41,7% de pobreza, una cifra nada feliz, y un aumento de 16 puntos si se compara contra el segundo semestre de 2017. Es decir, no se vivía en el país de las maravillas antes de la llegada del libertarismo al poder.

Sin embargo, hay algo todavía más profundo, y es que el populismo es el verdadero responsable por esta realidad. Esto es así por lo que nos han enseñado Sebastián Edwards y Rudiger Dornbusch, quienes a principios de la década del 90′ -a raíz del estudio empírico de numerosos episodios alrededor de toda América Latina- divulgaron que el populismo macroeconómico tenía 4 etapas.

En la primera, el auge, las políticas fiscales y monetarias expansivas impulsaban la economía, y el impacto era muy bajo en materia de inflación. En la segunda la inflación creciente era seguida de controles de precios, lo que llevaba a cuellos de botella. La tercera etapa era la crisis: la economía dejaba de crecer, la inflación era el problema número uno, y los precios máximos para los bienes y para el dólar daban lugar a todo tipo de desequilibrios y faltantes.

Finalmente, llegaba la cuarta etapa, la del ajuste ortodoxo. Allí se “destapaba la olla” de los precios máximos, y la realidad quedaba expuesta ante la luz. El resultado era un salto de la tasa de inflación, la caída del salario real, y también el derrumbe del Producto Bruto Interno.

Nada muy distinto ha ocurrido en Argentina. La gestión anterior expandió el gasto y la emisión y puso controles de precios por todos lados. El sistema era insostenible, y el ajuste inevitable. Es por eso que la pobreza saltó al 52,9%. Queda en manos del liberalismo, entonces, reducirla, con políticas que ordenen la macroeconomía y recuperen la inversión y el crecimiento.

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