Señor Director:

Desde niña, siempre intuí que era una persona con una condición, ya que mi patrón conductual reunía todas las características para ser una persona que integraba la neurodiversidad. Actuaba de modo distinto a los demás, con formas diferentes (e incluso no tradicionales) de comunicación, muchas veces malinterpretadas o estigmatizadas por muchas personas (obviamente, no me refiero a mi círculo familiar o cercano). Por ende, viví discriminación.

Es importante mencionar que en la época de mi infancia y adolescencia (años 90), no existía una metodología psicosocial y médica como actualmente, pero aún falta un camino por recorrer para el desarrollo de un verdadero sistema inclusivo para personas neurodivergentes.

En pleno siglo XXI, resulta discriminatorio considerar “discapacitada” a la gente con múltiples clases de condiciones. En lugar de segregar, hay que fomentar y desarrollar las capacidades de los neurodivergentes.

Imaginemos, por un momento, que a una hija (o), amiga (o), vecina (o), familiar o compañera (o) de curso o trabajo le sea estigmatizado y denegado su derecho legítimo a participar en la sociedad.

Por experiencia, expreso que es un hecho muy doloroso experimentar segregación y no poder compartir una manera distinta de vivir.

“Son inadaptados y raros” o “son pájaros que viven en su propio mundo”, es la conformación lingüística de gente que te desconoce, ignora o tiene una visión prejuiciosa sobre la neurodiversidad. De niña, recibía burlas, ley de hielo e incluso viví bullying.

Hoy quiero compartir mi experiencia para contribuir a fomentar conciencia sobre la relevancia de un sistema educacional integracionista y humano.

Las personas neurodivergentes tenemos mucho que aportar y merecemos ser valoradas.

Por: Francisca Andrea Estay

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