Por: Ana María Tello
directora Escuela de Educación instituto Profesional Iplacex

El incremento de episodios de violencia escolar en nuestro país, cuyo ejemplo paradigmático hoy lo constituye Antofagasta con tres de sus liceos con clases suspendidas a raíz de agresiones y desórdenes, da cuenta de un fenómeno global.

Informes de la Unesco ratifican que más del 36% de los estudiantes se han visto afectados por alguna riña física con algún compañero o compañera de clases, y que uno de cada tres ha sido agredido físicamente al menos una vez al año.

Si lo acotamos a Chile, el incremento de casos ha sido de un 40% según datos aportados por la ONG internacional “Bullying Sin Fronteras”, y en 2023 la Superintendencia de Educación informó sobre 4.502 denuncias por “maltrato entre estudiantes”. Fue la segunda cifra más alta en una década.

Espacios de comunicación emocional y mallas de formación docente

Este fenómeno refleja la urgente necesidad de un enfoque integral para abordar los factores que están contribuyendo al aumento de la violencia escolar. Entre ellos, se encuentran la falta de contención emocional y la soledad que experimentan muchos estudiantes, quienes disponen de menos espacios de comunicación emocional con sus familias, amigos y en el ámbito escolar.

Esta situación se complejiza con el fácil acceso a las redes sociales y su negativo impacto en la salud mental de los jóvenes, expuestos a altas dosis de violencia y a la impersonalidad en la comunicación.

Hoy resulta esencial que todas las instituciones y profesionales ligados a la educación trabajen en conjunto para generar conciencia sobre estas problemáticas y desarrollar acciones concretas que promuevan una educación de calidad, garantizando el bienestar emocional y la sana convivencia entre nuestros estudiantes.

Por ello, es necesario que las mallas de formación docente incluyan competencias que consideren el bienestar emocional y la convivencia escolar:

– Incrementar la cantidad y disponibilidad de profesionales de la salud mental para fortalecer el apoyo psicológico de los escolares.
– Robustecer los equipos de convivencia escolar para que generen planes eficientes que vayan más allá de la mediación e intervención de conflictos.
– Capacitación continua de los equipos de aula para que incorporen el bienestar en sus planificaciones y estrategias de apoyo emocional.
– Involucramiento de la comunidad para la construcción de entornos seguros.
– Constante revisión de las políticas de convivencia escolar para adecuarlas a las necesidades actuales.

Esas son medidas concretas para promover el bienestar emocional y una convivencia sana en nuestras escuelas.

La situación en Antofagasta y en tantos otros lugares de Chile, constituyen un urgente llamado de atención, que nos interpela a revisar y reforzar nuestras estrategias educativas de apoyo emocional.

También plantean un desafío para las instituciones de educación superior, que deben planificar programas que fortalezcan el rol docente en esta área tan relevante, y que tiene un impacto directo en la educación de calidad que merecen nuestros niños y niñas y adolescentes.

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