Debemos asegurarnos de que en Chile, nunca más se repita la barbarie de enseñar la violación como herramienta de guerra dentro de nuestras fuerzas armadas. Debemos erradicar esta práctica del ejército y de cualquier institución que la tolere o promueva. Solo así podremos construir un futuro más justo y pacífico.

La historia de la humanidad está marcada por conflictos bélicos que han dejado profundas cicatrices en nuestras sociedades. Entre las tácticas más atroces utilizadas en estos conflictos, la violación hacia las mujeres se destaca no solo por su brutalidad, sino también por su persistencia como arma de guerra. Esta práctica, que vulnera los derechos humanos más fundamentales, ha sido utilizada de manera sistemática para desmoralizar, aterrorizar y destruir comunidades enteras.

Desde la antigüedad hasta nuestros días, la violación ha sido una herramienta de dominación y control en manos de ejércitos y grupos armados. En la antigua Grecia y Roma, las mujeres capturadas en conflictos eran a menudo violadas y esclavizadas, consideradas botín de guerra.

Este patrón se repitió a lo largo de los siglos, como se evidencia en las atrocidades cometidas durante las Cruzadas y en las invasiones mongolas en Asia.

En la conquista de América las mujeres indígenas fueron violadas y abusadas sistemáticamente como una muestra de control y dominación cultural.

El siglo XX no fue la excepción

Durante la Segunda Guerra Mundial, las mujeres en países como Alemania, Japón y Corea del Sur sufrieron violaciones masivas. Las “mujeres de confort” coreanas, obligadas a servir como esclavas sexuales para el ejército japonés, representan uno de los ejemplos más emblemáticos y dolorosos de esta práctica.

La guerra de Bosnia en la década de 1990 también destacó por la utilización sistemática de la violación de mujeres como arma para fomentar el desplazamiento forzado y la limpieza étnica.

Un patrón que se repite en el siglo XXI

Hoy, en pleno siglo XXI, la violación sigue siendo una táctica empleada en conflictos armados. En lugares como la República Democrática del Congo, Siria y Myanmar, las mujeres continúan siendo objeto de violencia sexual con el propósito de desestabilizar comunidades y ejercer control a través del terror.

Estas acciones no solo devastan a las víctimas individuales, sino que también destruyen el tejido social de las comunidades afectadas, perpetuando el ciclo de violencia y trauma por generaciones.

Lamentablemente, vuelvo a escribir sobre los Conscriptos de Putre, luego de sus declaraciones en que confiesan que, estando en el servicio militar, les enseñaban la violación como arma de guerra. Este hecho horroroso revela cómo la violencia sexual sigue siendo instrumentalizada dentro de las fuerzas armadas, perpetuando un ciclo de abuso y terror que debería haber quedado en el pasado.

La persistencia de esta práctica se debe, en gran medida, a la impunidad. Los perpetradores rara vez enfrentan consecuencias, lo que refuerza la percepción de que la violencia sexual en contextos de guerra es una realidad inevitable y aceptada. Esta impunidad es un reflejo de la desigualdad de género y la desvalorización de las mujeres en muchas sociedades. El uso de la violación como arma de guerra no solo es una violación de los derechos humanos, sino también una manifestación extrema del patriarcado y la misoginia.

Es imperativo que la comunidad internacional adopte una postura firme y activa contra la violencia sexual en los conflictos armados. Los tribunales internacionales, como el Tribunal Penal Internacional, han comenzado a reconocer la violación como un crimen de guerra y un crimen contra la humanidad. Sin embargo, este reconocimiento debe traducirse en acciones concretas y efectivas para prevenir la violencia sexual y garantizar justicia para las víctimas.

Condenar esta práctica es un primer paso, pero debemos ir más allá, trabajando juntos para erradicarla de una vez por todas. La justicia, la igualdad y el respeto por los derechos humanos deben prevalecer para que las mujeres, en cualquier parte del mundo, puedan vivir libres de miedo y violencia.

Y esto empieza por asegurarnos de que en Chile, nunca más se repita la barbarie de enseñar la violación como herramienta de guerra dentro de nuestras fuerzas armadas. Debemos erradicar esta práctica del ejército y de cualquier institución que la tolere o promueva. Solo así podremos construir un futuro más justo y pacífico.

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