Señor Director
Durante estos días, la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) enfrenta cuestionamientos que ciernen un manto de dudas sobre su futuro. En sus 75 años de existencia, la presencia hegemónica de Estados Unidos ha sido aceptada por los países europeos como garantía de una paz que, en la historia del Viejo Continente, ha sido más bien excepcional.
Sin embargo, según el punto de vista del sector conservador y nacionalista estadounidense, hoy liderado por Donald Trump, los beneficios de dicha la paz histórica han sido “secundarios” para la nación norteamericana, resintiendo el costo de sostenerla con recursos propios.
Por otra parte, el ataque de Rusia a Ucrania también nos ha hecho ver que aún existen potencias descontentas con la configuración actual del sistema internacional y que, incluso, están dispuestas a actuar agresivamente para imponer sus intereses.
Aún bajo este contexto, la Alianza Atlántica ha logrado instaurar un marco de convergencia y cooperación en un continente en el que, hasta la Segunda Guerra Mundial, había privado la rivalidad y el conflicto.
La historia nos ha enseñado que la paz no solo se sostiene sobre la inercia de su existencia en períodos prolongados, sino que también es preciso mantenerla a través de estrategias diplomáticas y militares que disuadan efectivamente a quienes estén dispuestos a iniciar hostilidades.
De esta manera, un mundo sin la OTAN o una OTAN sin Estados Unidos significaría volver a instalar el riesgo inminente de un conflicto internacional mayor, tan ajeno -por lo demás- a las generaciones actuales. Es momento de que las elites políticas con capacidad de decidir sobre estos temas así lo entiendan.
Por Sebastián Hurtado Torres
Académico del Instituto de Historia de la Universidad San Sebastián