Corría septiembre del 2018 y trabajaba como encuestador para una universidad del conurbano bonaerense. Dos años atrás había cruzado la cordillera para estudiar economía en la Universidad de Buenos Aires y la investigación en la que colaboraba versaba sobre emociones y planes sociales.
La encuesta abarcaba preguntas sobre ocupación y percepción social de los últimos años.
Uno de los encuestados en el populoso, popular y peronista municipio de La Matanza respondió la pregunta acerca de su ocupación de manera esquiva: “trabajo en algo así como informática.”
Cuando llegamos a la pregunta acerca de su percepción del país tuvo un rapto de honestidad: “te voy a decir la verdad pibe: ¡soy twittero K!” Tras su confesión reconoció orgulloso que se ganaba la vida twitteando a favor de los Kirchner
¿De dónde provenían sus ingresos? Mis expectativas morales querían creer que lo hacían de fondos particulares y no públicos. Pero a medida que fui conociendo Argentina me di cuenta de la ingenuidad de mi supuesto.
Una desastrosa situación
Casi seis años después, el gobierno de Milei acaba de cumplir tres meses y la desastrosa situación que recibió está lejos de revertirse.
En febrero, Argentina registraba la inflación más alta del mundo. La actividad económica se contrajo un 4,5% el 2023 y siete de cada diez niños son pobres.
Sin embargo, hay algunas señales positivas: la inflación se desaceleró de un 25,5% en diciembre a un 13,2% en febrero y en enero se alcanzó el superávit fiscal. Por otro lado, la imagen de Milei se mantiene positiva a pesar de las políticas de shock que ha implementado.
Un importante puntal de apoyo han sido sus invectivas contra “la casta”, que en el imaginario colectivo la constituyen los políticos que viven lujosamente a costa del contribuyente promedio.
La idea de la casta genera esperanza
Si la fuente del malestar son unos pocos villanos, basta un líder con los pantalones suficientes para destronarlos y abrir las fuentes de la prosperidad.
No obstante, la historia del twittero K sugiere que el desafío es mucho más complejo.
En Argentina, quienes viven del Estado no es una pequeña casta política: casi todos, hace mucho tiempo, meten la mano en el bolsillo del resto. En este contexto, los talentos, recursos, aspiraciones e ideas de los argentinos están conectados al respirador artificial de las rentas que crea un Estado desenfocado.
Desconectarlos no producirá una reorientación inmediata de sus capacidades hacia producir bienes y servicios que el prójimo esté dispuesto a demandar. La transición, si es que ocurre, será onerosa para la mayoría.
En su despliegue propagandístico, Milei ha dicho que usará una motosierra para acabar con los privilegios de la casta.
La motosierra es una herramienta poderosa y violenta, pero no es muy precisa. Sin duda, en Argentina hay problemas que deben afrontarse con motosierra.
Pero el problema de los millones de argentinos que están profundamente adheridos a la hipertrofia del Estado, requiere más bien la precisión y benevolencia de un bisturí. Esperemos que este problema encuentre su cirujano.