Los análisis tras los resultados del plebiscito del 17 de diciembre han coincidido en que se trata de un fracaso transversal de toda la clase política chilena. Si bien dicha lectura es tentadora, intentaré argumentar una línea alternativa, aunque no del todo contradictoria.

El fracaso no corresponde a toda la clase política, sino en específico a una nueva élite política, surgida en los últimos años, y encumbrada a través de los votos de una parte importante de la ciudadanía.

Por defecto, ese fracaso de la nueva élite política rehabilita en parte a la antigua élite política que condujo el país durante los primeros 30 años desde el retorno a la democracia.

Procesos igual de radicales y otras coincidencias

Los dos procesos constitucionales vividos en los últimos años fueron espejo el uno del otro. En ambos, mayorías radicalizadas pero circunstanciales (de izquierda radical el primero, de derecha radical el segundo) impusieron su discurso y visiones.

En los dos procesos las fuerzas dominantes venían de fuera del sistema político imperante en los últimos 30 años (Frente Amplio, PC y Lista del Pueblo en el primero, Partido Republicano en el segundo). En ambos casos subyugaron a las fuerzas políticas minoritarias.

En los dos procesos primó una lógica de confrontación, impropia del ánimo constructivo y dialogante que debe ofrecer la redacción de un texto constitucional. Y en ambos el resultado fueron textos partisanos, que tenían componentes de programas de gobierno, y que se involucraban en temas de políticas públicas que no eran constitucionales.

Ha sido curioso de observar cómo la ultraderecha, que lideró en el Consejo Constitucional, terminó cometiendo los mismos errores que aquellos grupos más radicalizados de izquierda que dominaron en la Convención.

El Partido Republicano era más disciplinado y tenía la experiencia del fracaso anterior, por lo tanto, su error político fue más grave. Nunca se interesaron en llegar a una propuesta constitucional consensuada, sino hacer un punto político para sus votantes más leales, presentando un texto conservador y regresivo, en la lógica guzmaniana de la Constitución de 1980.

Si hay que añadir una coincidencia adicional de ambos procesos, es que los antiguos cuadros y partidos de “los 30 años” fueron actores secundarios. Paradójicamente ambos procesos fracasaron por falta de acuerdos y de “cocina”.

Faltó moderación y pragmatismo

Fue justamente esa dinámica más dialogante que caracterizó al Chile de los “30 años” la que estuvo ausente en los debates constitucionales. Faltó moderación y pragmatismo; sobró indignación, antagonismo, impugnación y pasadas de cuenta.

El “que se jodan” de la franja de la opción A Favor es un buen resumen del ánimo que explica el doble fracaso constitucional. Así, la vieja élite política y sus prácticas “espurias” parecen rehabilitadas de facto luego de un extenso proceso que careció de amplios acuerdos.

No es casualidad que el momento de mayor acuerdo y transversalidad en este largo proceso constitucional fue la fase de la comisión de expertos, nominada por el Congreso. Allí donde los partidos tradicionales dominaron el debate, se pudo llegar a un texto preliminar que dejó conforme a amplios sectores.

El rol de los votantes en el doble fracaso

Aunque sea impopular decirlo, la ciudadanía también tiene una cuota de responsabilidad en el doble fracaso. Fuimos todos, la ciudadanía completa, quienes elegimos a dos órganos constitucionales desbalanceados, con mayorías radicalizadas, y con ánimo más de confrontación que de construcción.

Los electores han mostrado tendencias sumamente inconsistentes en el último tiempo, en el que el voto impugnatorio o de castigo (a las élites o al gobierno de turno) ha sido la constante.

El “que se jodan” también ha sido el discurso mayoritario de la ciudadanía en los últimos años. Lamentablemente para Chile, no se construye una Constitución únicamente con ánimo impugnador y voto de castigo.

El doble proceso constitucional vivido en Chile ha sido fracaso de una nueva élite política que, más radicalizada y con menos ánimo de llegar a consensos, terminó echando por la borda la oportunidad de construir un marco constitucional común.

Esa nueva élite política surgió justamente tanto a la izquierda como a la derecha de la vieja élite de “los 30 años”, más dialogante y dispuesta a llegar a acuerdos. En un país políticamente empatado y con una ciudadanía rabiosa e inconsistente, llegar a mínimos comunes es más urgente que nunca.

No debemos permitir que los temas pendientes en pensiones o impuestos sigan el mismo descarrilamiento del debate constitucional. Superar la lógica del “que se jodan” es el gran desafío, no solamente para la nueva élite política, sino también para la ciudadanía.

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