La crisis se ha agravado post-pandemia; los colegios comienzan a contratar psicólogos clínicos (mi área) para la intervención dentro de las instituciones. Y cuando una tragedia ocurre… viene el mismo coro que pregona culpas al niño víctima, al niño agresor, a la familia o al colegio. El problema es que después del descargo emocional, todo sigue igual, más allá de algunas soluciones parches, pareciera que cada vez tenemos más problemáticas de este tipo. Los números no mienten.
Desde mi trabajo en terreno, siendo terapeuta de niños en crisis y sus familias; además de haber asesorado a algunos colegios, se hace evidente que el problema va más allá de las culpas personales de cada actor. Pareciera que seguimos esperando que la situación cambie sin cuestionarnos las ideas más rígidas (y normalizadas) que tenemos sobre el siguiente tema: La educación.
Tanto padres como colegios tienen una visión similar, la educación es adquirir competencias para ser exitoso en nuestra sociedad. Quizás ustedes que leen esta columna no les parezca extraña la afirmación que acabo de hacer, pero el problema está en que, si normalizamos la idea de que la educación es esto, entonces estamos reduciendo al ser humano a un valor instrumental.
La educación, como diría uno de los fundadores de la psicoterapia humanista es: “enseñar a un otro de que algo es posible”; esto va más allá de aprender a rendir en lo que la sociedad te dice que es útil, educar es principalmente enseñar habilidades de exploración y discernimiento. Esto es algo muy importante y cambia en 180 grados la actitud de aprendizaje con el que se enseña hoy en día.
La verdadera educación pone atención en la exploración y la aceptación de la realidad; en diagnosticar uno mismo y aprender a decir cual es la mejor decisión en el contexto en que me encuentro, para eso también enseña a hacer consciente sobre “qué me hace feliz que no”. Hoy en día la educación es lograr competencias básicas, objetivas y rígidas; si no las alcanzas eres menos valioso del que sí… esto es el caldo de cultivo de nuestra cultura de la competencia. La primera te enseña a que tú descubras la respuesta que más te haga sentido, mientras que la segunda adoctrina.
La educación actual nos enseña a competir para llegar a una meta específica, por ende, los otros son mis enemigos indirectos, todo lo que sea diferente es peligroso, ya que me genera incertidumbre y lo incierto me puede dañar.
La verdadera educación nos enseña desde un principio que todos somos distintos y que eso hay que celebrarlo, nos enseña a reconocer nuestros propios limites emocionales y contextuales. El otro puede ser un complemento para mi y mis puntos ciegos, nos lleva a una cultura de la cooperación.
Si enfocáramos nuestra educación actual a algo más allá de enseñar competencias específicas, sumando ramos como educación sexual, afectiva, económica, ecológica, grupal, etc… (además de cambiar las metodologías de los ramos tradicionales) estoy seguro que aprenderíamos a desarrollarnos mejor en nuestros ambientes y no tener que seguir sufriendo tragedias en donde los que se salen de la norma, terminan siendo excluidos, presionados y estigmatizados.