Hace ya varios años, yo era otra persona. Trabajaba como fiscal inmobiliario en una gran empresa y no podía quejarme de cómo me iba en la vida ni de las oportunidades que ésta me había dado. Había nacido en Puente Alto, en una familia de clase media, y a punta de esfuerzo estudié en el Instituto Nacional y luego en la Universidad de Chile, carrera que debí pagar haciendo de todo. Pero los frutos estaban ahí: tenía una vida profesional desafiante y que me permitía un buen pasar económico.
Hasta que todo cambió durante una intempestiva tormenta blanca que se desató en el Paso John Garner, en una excursión que estaba haciendo solo en las Torres del Paine. Me perdí durante horas y, aunque uno no demora tanto en darse cuenta que estás en peligro, cuando lo asumes el tiempo comienza a pasar muy lento y te comienzas a hacer muchas preguntas. Primero, las urgentes: ¿Lograré salir con vida? ¿Cómo aviso que estoy acá? ¿Cómo me protejo del frío? Luego vienen otras más inquietantes: ¿Esto es? ¿Aquí se acaba todo? Y especialmente una se fijó en mi mente con fuerza: ¿Cómo me recordarán si muero? ¿Cuál sería mi epitafio?.
Finalmente fui rescatado, pero esta última pregunta bajó conmigo desde los Cuernos del Paine y no me dejó más. ¿Vale la pena lo que he hecho hasta ahora? ¿Puedo hacer de mi vida algo que genere un cambio positivo para mí y para otros?
Una gran reflexión, pero para la cual no tenía una respuesta. Hasta que en un viaje a Puerto Varas la encontré. Viendo los impactos negativos que genera la subdivisión de terrenos para parcelaciones, que altera los ecosistemas naturales y en no pocos casos ni siquiera cumple con la promesa de la habitabilidad, encontré el propósito que buscaba.
En adelante me dedicaría a convertir terrenos vírgenes en pequeños macrolotes para venderlos. ¿Y cuál era la gran novedad? Que el enfoque sería la conservación, preservarlos intactos más que construir en ellos. ¿Dónde? En la maravilla natural que es la Patagonia chilena, en pleno Aysén, donde la fiebre de las parcelaciones aún no ha llegaba. Así nació, más que una empresa, mi proyecto de vida.
Para adquirir terrenos y luego venderlos necesitaba capital. Toqué muchas puertas y recibí varios portazos. Sé lo que pensaban: ¿qué locura es esa de comprar terrenos para conservación ecológica? Pero no me dejé desalentar y decidí arriesgarlo todo. Vendí todo lo que tenía, incluso mi auto, aposté mis ahorros y puse literalmente mi vida en ese proyecto.
Si no resultaba, lo perdía todo. Pero lo que para muchos parecía una locura se ha convertido en unos cuantos años en un modelo de negocios que cumple su propósito de conservar intacta nuestra naturaleza austral y aun así generar una rentabilidad a quienes invierten en ella.
Esa empresa, que hoy se llama The Real Eco State, ha preservado más de 6 mil hectáreas de ecosistemas ricos en flora, fauna y funga; democratizó la conservación al ponerla en manos de personas comunes y corrientes y no depender solo de filántropos millonarios; lleva un año trabajando en una alianza inédita con la NASA para medir el aporte que ese pulmón verde hace a la regeneración del planeta; comenzó los primeros pasos de su internacionalización; ha generado casi US$ 30 millones en ingresos, y se beneficia del talento y la voluntad de muchas personas que creen en este proyecto, que ya no es solo mío, sino de muchos.
Pero lo más importante, y de lo que nos sentimos profundamente orgullosos, es que hemos logrado todo esto sin haber talado ni un solo árbol.
The Real Eco State representa la evolución hacia un capitalismo consciente y sustentable. Nuestro objetivo es cuidar nuestro hogar común en lugar de seguir exprimiéndolo. Queremos salvar el planeta con las herramientas que nos da el propio mercado, haciéndolo de una manera rentable para seguir sumando interesados. Siempre me había gustado relacionarme con la naturaleza, pero tuve que vivir una experiencia límite para darme cuenta que no sabía relacionarme verdaderamente con ella.
Aunque ya tengo una idea de lo que ese epitafio podría decir, no pienso mucho en eso. Seguiré volcando mis energías para que muchas personas más aprendan a relacionarse con la naturaleza de una manera consciente y sustentable, sin que tengan que mirar a la muerte de frente en una montaña para aprender a hacerlo.