Hace unos días tuve la oportunidad de recorrer Palestina e Israel junto a estudiantes de la Universidad de Oxford.
Estando a pocos kilómetros de la recientemente atacada ciudad de Yenín -donde esta semana han muerto 10 palestinos y han sido desplazadas más de 3.000 personas– no solo pudimos presenciar de primera fuente las sistemáticas y evidentes violaciones a los derechos humanos cometidas por la denominada ‘única democracia del Medio Oriente’, sino que también fue sorprendente observar cómo su hábil estrategia de comunicación ha logrado justificar a nivel nacional e internacional estas constantes vejaciones y ataques en nombre de la ‘seguridad nacional’.
Más allá de los intimidantes jóvenes militares en las calles y carreteras, de la muralla de más de 700 kms construida en territorio palestino y los cientos de check-points que afectan diariamente a familias y trabajadores, pudimos conocer otras múltiples formas con que las políticas expansionistas israelíes asfixian la vida de estos ‘ciudadanos de segunda categoría’. Así, entre cientos de hechos, vimos asentamientos ilegales donde colonos israelíes -apoyados por el ejército y el Estado- se apropian de la escasa agua, restringiendo el consumo y desarrollo de los pueblos palestinos. Además, visitamos campos de refugiados, donde viven miles de familias provenientes de los más de 530 pueblos que han desaparecido debido a los constantes ataques y hostigamiento de los militares, quienes muchas veces junto a grupos radicales, han atacado y destruido hogares, eliminando siglos de historia con total impunidad.
En este triste contexto, millones de familias se encuentran atrapadas. Niños, jóvenes y adultos han crecido viendo cómo la comunidad internacional calla frente a los asesinatos, agresiones y abusos cometidos. Ante estas injusticias y el sentimiento de impotencia que se vive en el ambiente, es evidente que nacerán, lamentablemente, formas más agresivas de resistencia, escalando este círculo de violencia tal y como hemos visto en las últimas horas.
Sin embargo, ¿qué sucedería si Israel termina sus políticas segregadoras y de ocupación, permitiendo a los palestinos construir y desarrollarse libremente, con los mismos derechos y deberes que los judíos israelíes? Seguramente, la situación mejoraría ostensiblemente. Para ello, ante la falta de incentivos, la presión internacional debe jugar un rol fundamental en el avance hacia la paz, y Chile -hogar de la comunidad más grande de palestinos fuera del mundo árabe- debe tomar el liderazgo tanto dentro como fuera de la región.
Es por esto que hago un llamado a nuestras autoridades a presionar, con más fuerza, por el fin de este silencio y complicidad global, y así empujar para comenzar a trabajar por una solución realista y de largo plazo que permita traer justicia y paz a esta histórica y hermosa tierra.