Hoy se cumplen 29 años desde que la Asociación Mutual Israelita Argentina (AMIA), en Buenos Aires, sufrió un atentado terrorista que tuvo como resultado a 85 víctimas fatales.

El 18 de julio de 1994 es un día marcado por la infamia en la historia del pasado reciente argentino. En esa fecha, la ciudad de Buenos Aires se fracturó como resultado del criminal atentado que quitó la vida a 85 personas, causando otros centenares de heridos. El objetivo fue la Asociación Mutual Israelita Argentina (AMIA), la principal institución de la comunidad judía en el país sudamericano y cuyo ataque es considerado el mayor atentado terrorista en la historia latinoamericana. Las investigaciones, severamente cuestionadas en varios aspectos, apuntaron al terrorismo internacional como causante de los atentados, los cuales no hubieran podido consumarse sin la existencia de elementos locales que colaboraron en los hechos.

Han pasado 29 años desde el atentado y aún no hay detenidos. Las conexiones de los perpetradores con el régimen iraní y sus acólitos de Hezbolá son contundentes. Las pruebas de la ayuda de funcionarios del gobierno argentino de turno en la ejecución del atentado son irrebatibles. Las investigaciones internacionales identificaron a los responsables, pero a pesar de todo esto la impunidad se mantiene. Es que quizás el atentado nunca existió, no hubo víctimas, todo es parte de la imaginación.

¿Dónde están las 85 víctimas? ¿Qué fue del edificio derrumbado? Solo quien no quiere ver -con seguridad por conveniencia- es capaz de arrojar un manto para cubrir la realidad. Cuando se entablan relaciones con estados que financian y respaldan el terrorismo y se banaliza la violencia, el camino termina en el extremismo, un destino del cual es muy difícil salir. Los países serios, por el contrario, denuncian a esos Estados y actúan en contra de la violencia extrema. Para algunos políticos la política es el camino para que los hombres sin principios puedan dirigir a los hombres sin memoria.

¿Chile podría ser escenario de un atentado terrorista de esta magnitud y con conexiones con el terrorismo global? La interrogante ha dado una vuelta completa cuando empezamos a preguntarnos: ¿Existe alguna nación que sea inmune a este flagelo? En 1994 los argentinos no se esperaban una tragedia como la ocurrida y ésta es la razón fundamental de nuestras angustias posteriores. Ya no nos atrevemos a excluir lo inimaginable. Pero no es solamente el Estado quien debe estar alerta ante la posibilidad de un atentado terrorista, también la sociedad debe estar vigilante ante las manifestaciones de odio radical. Una población silenciosa y conformista es una de las consecuencias que permite que ocurran tragedias como la de la AMIA.

¿El atentado a la AMIA fue un atentado contra la comunidad judía o contra Argentina?

Si bien podemos hablar de memoria, hoy no podemos hablar de verdad ni de justicia. El caso AMIA es un cruel recordatorio de una impunidad infame y de una pesada deuda que la justicia argentina tiene con sus ciudadanos y con el mundo debido a las implicaciones que adquirieron a nivel internacional. Son heridas abiertas, que no cierran, que esperan ser aclaradas para que los 85 fallecidos puedan descansar en paz y los vivos, tengan el consuelo que les permita vivir en paz.

Es la historia de la vileza, de una desgracia que no cesa, de las heridas que no cicatrizan, de las comunidades que no pueden vivir sin que las discriminen, de la ley bajo los escombros, en síntesis, de la verdad imposible. La fractura sigue abierta.

“Lo que garantiza la consecución del bien común es la justicia por lo que la justicia adquiere un carácter virtuoso”. (Tomas de Aquino).

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